domingo, 10 de octubre de 2010

EN BÚSQUEDA DEL SER Y DE LA VERDAD PERDIDOS. La tarea actual de la filosofía. 9

IX. UNIVERSALIDAD Y TRASCENDENCIA DE LOS OBJETOS RACIONALES.
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La identidad de los objetos racionales en las distintas mentes.

Lo más importante que resulta del análisis efectuado sobre la experiencia de la comunicación es que hemos establecido la razón fuera de mi conciencia, en otras mentes donde se encuentra conectada con otras conciencias similares a la mía y con otros percipientes empíricos. Habiendo establecido que la razón se encuentra en mi conciencia pero también fuera de ella, en otras mentes, y que los objetos racionales llegan a mi mente desde fuera, comunicados como mensajes desde otras mentes, debemos reconocer la realidad racional como exterior e independiente de mi conciencia; pero con esto no hemos establecido que la razón sea exterior e independiente de toda conciencia, porque puedo suponer que aquella razón y aquellos objetos racionales exteriores a mi conciencia forman parte de otras conciencias que integran otras mentes o yo psíquicos. En efecto, la comunicación podría ser sólo entre conciencias racionales distintas y exteriores respecto de otras conciencias racionales. Hemos establecido el sujeto racional exterior e independiente de mi conciencia, y conciencias autoconscientes distintas de la mía; pero no que la razón y la conciencia sean recíprocamente exteriores, sujetos cognitivos distintos que "se conectan" sólo en la mente o yo psíquico.

Aún así, el paso que hemos dado con el análisis de la comunicación entre distintos y exteriores yo psíquicos o mentes es enorme: después de la crítica de la filosofía moderna no es poca cosa establecer que mi conciencia no está sola, que hay numerosas conciencias que se comunican conocimientos racionales con la mediación de objetos empíricos exteriores -ellos sí- a todas ellas. Pero no habiendo aún establecido si la conciencia y la razón puedan considerarse exteriores entre sí, como realidades separadas que se conectan solamente al constituirse las mentes o yo psíquicos, no hemos logrado todavía establecer la realidad racional como independiente y exterior a la realidad fenomenológica. Y ello constituye un punto crucial para superar la filosofía moderna. Es preciso, pues, continuar el análisis epistemológico de la comunicación, buscando esclarecer esta cuestión particular.

Una pista que se nos ha abierto es el reconocimiento de que los objetos racionales puros que se comunican recíprocamente los sujetos, son los mismos o comunes para todas los sujetos racionales, lo cual parece constituir una diferencia decisiva respecto a los demás objetos fenomenológicos que captan las conciencias, que se nos han mostrado en cambio singulares, distintos e individuales, imposibles de ser compartidos por las diferentes conciencias tal como se presentan en cada una de ellas.

La identidad de los objetos racionales presentes en las distintas mentes y conciencias racionales no es una afirmación metafísica (que implicaría afirmar que los objetos racionales son seres que tienen en las mentes su propia existencia), sino epistemológica, que resulta del análisis de la experiencia de la comunicación racional. A este nivel, la afirmación de la mencionada identidad significa que los objetos racionales (conceptos, símbolos, números y figuras geométricas con todas sus relaciones) tienen en las distintas mentes el mismo o igual contenido cognitivo racional, o dicho de otro modo, que la experiencia racional establece en las distintas mentes racionales objetos abstractos que tienen en ellas un idéntico significado racional inteligible y una misma coherencia. Expresamos esto indicando que el contenido de los objetos racionales es "universal".

Sólo negándose la experiencia de la comunicación racional podría negarse que los objetos racionales en cuanto abstractos y universales, presentes en una mente, son los mismos que están en otra mente con la que se comunica racionalmente. En efecto, si los números y figuras geométricas que mi razón concibe y pone en mi mente no fueran los mismos números que concibe otra razón en otra mente, los cálculos matemáticos y geométricos efectuados por ambas mentes no podrían corresponderse ni corregirse mutuamente hasta alcanzar el unánime consentimiento racional de ellas. Si los conceptos con que elaboro un silogismo no fueran los mismos conceptos que transmito y recibe otra mente a la que comunico el silogismo, ésta otra no podría comprender lo que racionalmente le comunico, ni podría corregir la conclusión del silogismo o coincidir en ella conmigo. Si los símbolos con que expreso relaciones y analogías no tuvieran los mismos significados en mi mente y en la de otros, no habría posibilidad de comunicación y entendimiento metafórico, poético, etc.

En realidad, para que se cumpla la comunicación racional por la cual las mentes racionales entienden lo que otras les comunican, basta que los contenidos cognitivos de los diferentes números, ideas, símbolos y figuras geométricas comunicados sean en ellas los mismos e iguales; la posibilidad de corregir mutuamente las operaciones matemáticas, simbólicas, conceptuales y geométricas, hasta acceder al asentimiento y coincidencia racional con las mismas conclusiones de dichas operaciones, supone, además, que las estructuras racionales de las diferentes mentes sean también las mismas. Las "estructuras racionales", en efecto, entendidas como el relacionamiento coherente de los objetos racionales entre sí, exigen que los objetos racionales se relacionen unos con otros en la misma forma en las distintas mentes; esto lo podemos expresar diciendo que la realidad racional como conjunto de los objetos racionales es internamente coherente, no importando cual sea la conciencia o la mente que la conciban. Como la coherencia, en cuanto relacionamiento racional de los objetos racionales, es parte de la realidad racional, también la coherencia ha de reconocerse idéntica en las distintas mentes, o para los diferentes yo psíquicos.

La identidad de los objetos racionales (y de las “estructuras racionales”) en los distintos sujetos racionales abre a una nueva y más profunda comprensión del carácter abstracto y universal de los objetos lógicos, matemáticos y simbólicos. En base al análisis de la relación entre los objetos racionales y los objetos empíricos, los habíamos considerado abstractos en el sentido que pueden ser desconectados o separados de la realidad empírica (la razón opera con ellos sin necesidad de hacer referencia a objetos empíricos singulares), y universales en cuanto los mismos objetos racionales pueden ser referidos indistintamente a múltiples objetos empíricos (la misma idea de piedra es aplicable a todas las piedras). Cuando ahora observamos que esos mismos objetos racionales pueden estar en múltiples sujetos racionales, y que su inteligibilidad y coherencia no dependen de su presencia en uno de ellos en particular, dicho carácter abstracto y universal presenta una dimensión o sentido nuevo: los objetos racionales están igualmente presentes en todos los sujetos racionales, siendo en tal sentido universales, y pueden ser sacados fuera, abs-traídos, de cada sujeto racional, sin que por ello pierdan su contenido inteligible.

Pues bien, el hecho que la misma realidad racional abstracta y universal está presente en las distintas mentes o yo psíquicos, permite establecer que el conocimiento racional trasciende a cada mente o yo psíquico que lo experimenta. Pero con ello no tenemos aún asegurado el acceso a conocimientos racionales que podamos considerar absolutos -en el sentido que no dependan de las conciencias cognoscentes y de su subjetividad-, pues la exterioridad de los objetos racionales respecto a cada conciencia no los establece en un mundo de racionalidad independiente y/o absoluta sino en otras conciencias cognoscentes. De todos modos, el hecho que los mismos objetos racionales -las mismas ideas, números, figuras y símbolos- se encuentren en distintas conciencias, y que ello permita una comunicación racional entre ellas, tiene gran relevancia cognitiva pues asegura la posibilidad de un conocimiento racional intersubjetivo, o sea compartido por distintas conciencias subjetivas.


El desacuerdo racional de las conciencias.

Pero hay un problema, y es que la identidad de los objetos racionales y de su relacionamiento coherente, fundamentada en la comunicación de cálculos, razonamientos y demás operaciones racionales en que coinciden las distintas conciencias, parece dejar sin explicación el hecho opuesto, a saber, que a menudo unas conciencias no concuerdan, disputan e incluso rechazan las ideas, afirmaciones y objetos racionales que otras conciencias aceptan. Es preciso, pues, reflexionar sobre lo que significa e implica el desacuerdo entre las conciencias respecto a las conclusiones que se obtienen mediante el uso de la razón, y encontrar del hecho la explicación.

Cabe notar, ante todo, que esta experiencia de la discusión y el desacuerdo, al poner de manifiesto que a menudo los razonamientos y cálculos que una conciencia recibe desde otras mentes se oponen a los que ella acepta como propios, entrando en contradicción y conflicto, viene a confirmar y en cierto modo a reforzar la exterioridad de los objetos racionales respecto a cada conciencia, establecida por la experiencia cognitiva de la comunicación racional entre distintos yo psíquicos. En efecto, la experiencia de la ajenidad de ciertas realidades racionales respecto a las que retenemos como propias nos lleva a suponer la exterioridad de al menos aquellos objetos racionales que rechazamos o nos resistimos a aceptar como propios; y si todos los objetos racionales son, por ser tales, coherentes entre sí, habría que aceptar que gran parte de la realidad racional sería externa a las conciencias individuales, integrando cada una a sí sólo una parte de ella.

Pero cabe advertir que el rechazo y exclusión de ciertos objetos racionales por parte de una conciencia no es por sí misma suficiente para establecer cognitivamente dicha exterioridad, pues aún cabría hipotetizar (aunque forzando bastante la experiencia cognitiva, pues lo que no aceptamos lo consideramos ajeno a nuestra conciencia) que los objetos racionales expulsados o resistidos sean de todos modos internos a una conciencia contradictoria, que dialoga consigo misma o en la que se desenvuelve internamente un debate dialéctico. Pero estando ya establecida la exterioridad de la realidad racional respecto a cada conciencia en base a su procedencia por vía empírica desde otras mentes o yo psíquicos, esta experiencia de la ajenidad de aquellos objetos racionales que cada conciencia excluye o no acepta como propios, junto con reforzarla permite identificar un modo de exterioridad que abre a nuevas interrogantes sobre la realidad racional considerada en sí misma.

Ante todo, es preciso tener simultáneamente presente y compatibilizar esos dos aspectos que se expresan en la experiencia de la comunicación racional, a saber, que las distintas conciencias comparten algunos objetos racionales (los mismos e iguales), pero no otros sobre los que en ocasiones difieren. Esta doble condición se manifiesta en la experiencia fenomenológica de estar las conciencias unidas mediante los objetos racionales que les son comunes, y de oponerse unas a otras en la recíproca exclusión de los objetos racionales que no comparten.

La pregunta que surge inmediatamente es ésta: el hecho que algunos objetos racionales presentes en las distintas conciencias parezcan oponerse unos con otros ¿establece acaso contradicciones en la realidad racional misma, tales que unos y otros objetos racionales no se relacionen o no puedan relacionarse coherentemente? Ello no es aceptable, tenida cuenta que la realidad racional tal como es experimentada por el sujeto que la conoce, comporta la coherencia entre todos los objetos racionales, siendo lo racional precisamente aquello de lo que se espera la coherencia de todo otro conocimiento, incluidos el conocimiento empírico y fenomenológico. El sujeto de la experiencia racional sólo se satisface (cognitivamente) cuando relaciona coherentemente las informaciones empíricas, los fenómenos de conciencia, y sus propios objetos racionales; cualquier conocimiento que no satisfaga las exigencias de la coherencia lógica, matemática, geométrica y simbólica no puede considerarse validado racionalmente, se torna ininteligible, se presenta como irracional. Es preciso, pues, encontrar otro origen o fundamento de la oposición que surge entre los objetos racionales presentes en distintas conciencias cognoscentes. La cuestión nos exige extender el análisis epistemológico de la experiencia racional y de sus conexiones con la realidad fenomenológica.

El problema no es menor, porque la experiencia del oponerse entre conciencias que aceptan y excluyen diversos objetos racionales ha llevado a muchos a sostener la relatividad y subjetividad del conocimiento racional. Tal fue, en efecto, la argumentación cartesiana que lo condujo a dudar de todo conocimiento sobre el cual no hubiera consenso universal, y a buscar la verdad racional sólo en sí mismo (al interior de la propia conciencia). Si así fuera, habría que negar la posibilidad de acceder a un conocimiento racional que trascienda la subjetividad de la conciencia, y afirmar que cada conciencia tiene sus propias verdades racionales, que pueden ser distintas e incluso opuestas a las de otras conciencias. Sin embargo, tal conclusión conlleva un error lógico, pues está excluyendo que la oposición de las conciencias en torno a las conclusiones racionales pueda explicarse y entenderse de otro modo. Si el hecho del desacuerdo se explicase de otro modo, la conclusión mencionada no estaría racionalmente establecida y, más aún, deberá ser negada.

Y hay que encontrar esa otra explicación, desde el momento que ya hemos establecido epistemológicamente tanto la exterioridad de los objetos racionales abstractos y universales respecto a cada conciencia individual, como la identidad de los objetos racionales (en cuanto racionales) en las distintas conciencias. Además, la experiencia racional de cada conciencia, que exige para sí misma que la realidad racional que acepta sea internamente coherente, hace extensiva esta exigencia de coherencia a toda realidad racional en cuanto tal. Es así que, en la experiencia de la comunicación racional, cuando las conciencias no aceptan la racionalidad de ciertos cálculos y argumentaciones que le llegan desde otras conciencias, no se quedan en el simple reconocimiento de la no concordancia sino que deben ante sí mismas dar razón de su no aceptación, identificando por ejemplo el error o la falta de coherencia racional del otro, en la que basan su desacuerdo. Asimismo, exponen sus propias razones y mediante el despliegue de argumentos racionalmente coherentes intentan persuadir y convencer a esas otras conciencias, de la verdad de las propias ideas, cálculos y demás conocimientos establecidos por la propia experiencia racional, y del error o falsedad en que se hallarían aquellas. Como resultado de esta "dialéctica" racional ocurre a menudo que las conciencias que inicialmente aparecían contrapuestas o en disputa, integran y reconocen como propios ciertos objetos racionales que antes excluían, con lo cual se reafirma la convicción de que la realidad racional se impone a las conciencias por la fuerza de la coherencia de la realidad racional misma, exterior a cada conciencia. Así, en la experiencia racional se establece la realidad racional como algo exterior a las conciencias mismas, que no depende de la subjetividad de cada una, y que evalúa y juzga la racionalidad de las conciencias individuales mismas.

Entrando, pues, a la explicación del desacuerdo, lo primero que podemos observar es que la identidad de los objetos racionales presentes en las distintas conciencias no niega que éstas puedan asociarles diferentes realidades empíricas (una conciencia asocia el número 4 con cuatro manzanas y otra con los cuatro lados de un cuadrado, o relacionar la idea abstracta de "casa" con distintas casas empíricamente percibidas y fenomenológicamente experimentadas), ni que puedan asociar a las mismas realidades empíricas diferentes ideas, símbolos, números y figuras geométricas (ante un mismo objeto una conciencia asocia el concepto de vaso y otra el de cilindro, o de cosa, etc.). Aún más, puede darse, y es de común ocurrencia, que una conciencia ni siquiera tenga conocimiento empírico o fenomenológico de aquello a que otra asocia un concepto.

Todas estas situaciones generarán distancia, desacuerdo e incluso oposición entre lo que piensan y afirman distintas conciencias. Pero que así ocurra no puede atribuirse a diferencias subjetivas entre los objetos racionales mismos, sino a que cada conciencia establece una particular conexión subjetiva entre objetos racionales que son iguales para todas, y objetos empíricos y fenomenológicos que son diferentes en las distintas conciencias. El contenido racional abstracto y universal de los objetos lógicos, simbólicos, matemáticos y geométricos, tal como son establecidos por la experiencia racional, es uno sólo y el mismo, aunque difieran y cambien las conexiones que con ellos efectúen las conciencias en que se encuentran. Incluso, una misma conciencia puede establecer conexiones distintas entre objetos racionales (que permanecen en ella inmutados) y datos empíricos y fenomenológicos (que varían de un momento o situación a otro). Con ello se torna posible que una misma conciencia incurra en errores lógicos y en cálculos matemáticos erróneos, pero ellos deben atribuirse no a la racionalidad sino a la confusión empírica o fenomenológica de la conciencia.

Este análisis de la experiencia racional en su conexión con la experiencia empírica y fenomenológica nos conduce a precisar algo que estaba implícito en nuestra anterior afirmación relativa a la identidad de los objetos racionales en las distintas conciencias, y a su exterioridad respecto a todas ellas. Y es que, apareciendo los desacuerdos en la medida y en cuanto los objetos racionales se encuentran conectados a distintos objetos empíricos y fenomenológicos, la identidad y la exterioridad mencionadas se refieren solamente a los objetos racionales puros y a sus conexiones internas que determinan su inteligibilidad y coherencia racional, siendo sólo en cuanto puros, inteligibles y coherentes que exigen el asentimiento de todas las conciencias.

Entenderlo así nos permite comprender otra razón del desacuerdo entre conciencias que piensan con la misma e idéntica racionalidad. En efecto, los objetos racionales provenientes de otras conciencias, nos llegan a través de objetos empíricos (palabras, imágenes, gestos, etc.), de modo que una conciencia llega a comprender lo que otra conciencia le dice, mediante la lectura e interpretación de dichos objetos empíricos que los portan. El desacuerdo, entonces, puede generarse en el proceso de lectura e interpretación de las palabras, imágenes, gestos, etc. a través de los cuales la otra conciencia le comunica sus ideas, afirmaciones, razonamientos y demás demás objetos racionales. Como consecuencia de ello, será posible y habitual que ocurra que los objetos racionales "leídos" por las distintas conciencias en las palabras que los trasmiten no sean los mismos, generándose el desacuerdo y la oposición entre las conciencias, porque estarán hablando de distintas cosas y utilizando diferentes conceptos. El desacuerdo, pues, no será causado ni será atribuible a los objetos racionales en cuanto tales, sino solamente a un problema de comunicación, de lectura, de interpretación y entendimiento de lo que se dice. Naturalmente, la razón puede descubrir esta causa del desacuerdo y proceder a eliminarla, mediante un proceso de clarificación y definición del contenido racional de las palabras y demás objetos empíricos que las trasmiten, llegando así las distintas conciencias a identificar un mismo significo intelectual. Es la exigencia metodológica planteada por Descartes, de pensar con "ideas claras y distintas", y que se expresa en la más amplia exigencia de que las ciencias, la filosofía y la comunicación procedan rigurosamente a definir el significado exacto de las palabras, símbolos, números y figuras geométricas que utilizan.

Disponer de explicación racional del desacuerdo entre las conciencias que razonan e intercambian conocimientos racionalmente organizados, sin negar sino reafirmando la identidad y universalidad de los objetos racionales puros, es de gran importancia habida cuenta que fue de esa experiencia del desacuerdo que comenzó la filosofía moderna, con Descartes, su desventura que la llevó a perder el ser y a considerar la verdad como inaccesible. Un comienzo que, lo dejamos anotado en su momento, era muy insuficiente y débil como razonamiento si en base a él se llegaba a dudar de todo.

Pues bien, en la experiencia de compartir ciertos objetos racionales, reconocidos por cada conciencia a la vez como interiores a sí y como exteriores en cuanto presentes en otras conciencias, se establece la posibilidad de que el conocimiento racional trascienda la subjetividad de cada conciencia. Aunque no se trate de una trascendencia ontológica que permita acceder a un conocimiento racional puro y absoluto, sino sólo de la trascendencia que se constituye como intersubjetividad de la experiencia cognitiva racional, los conocimientos que de este modo se constituyen ofrecen un nivel de persuación que no se le reconoce al conocimiento que resulta de la sola experiencia fenomenológica. Puesto que todas las conciencias aceptan que dos y dos suman cuatro, o que el todo es mayor que la parte, no podrá sostenerse ya que se trate de conocimientos que dependen de la subjetividad individual.

Es otro gran paso adelante. Y la explicación epistemológica del desacuerdo, efectuada sin negar sino reafirmando la universalidad del conocimiento racional, nos permite ir aún más allá en la formulación de preguntas y el descubrimiento de cualidades y condiciones del conocimiento y de la realidad racional. Es lo que exploramos en el próximo capítulo.

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