domingo, 10 de octubre de 2010

EN BÚSQUEDA DEL SER Y DE LA VERDAD PERDIDOS. La tarea actual de la filosofía. 6

VI. LA EXPERIENCIA RACIONAL Y LA CONEXION QUE ESTABLECE ENTRE LA REALIDAD FENOMENOLÓGICA Y LA REALIDAD EMPIRICA.
.

La realidad racional.

En el análisis preliminar que efectuamos en torno a la filosofía moderna constatamos abundantes referencias a un tipo de conocimientos denominados “formales”, “abstractos” o “racionales”, que se distinguirían tanto de los conocimientos empíricos como de los fenomenológicos en cuanto se les atribuye o se espera que posean respecto de ambos una especial capacidad de discernimiento y juicio relativo a su validez o a su verdad. En efecto, vimos aparecer estos conocimientos especiales en relación con la problemática del método, o de la lógica, o del organum, que pudieran ser capaces de conducir los contenidos cognitivos de la conciencia y/o la indagación empírica a la condición de ciencia.

Debemos, pues, continuar nuestra autónoma indagación epistemológica examinando estos conocimientos llamados formales, abstractos o racionales, sea para comprenderlos en sí mismos identificando la experiencia cognitiva singular que los genera y la realidad que conforman, sea al fin de discernir si establecen aquellos posibles nexos entre las experiencias y realidades empírica y fenomenológica que nos hemos interrogado.

Siguiendo la tradición más antigua en la filosofía, a la que ha sido fiel también el lenguaje prevaleciente en el pensamiento moderno, nos referiremos a este tipo de conocimientos con el término “racionales”, y denominaremos “experiencia racional” a la singular experiencia cognitiva que los genera. Pero el significado de “racional” es algo que corresponde al análisis epistemológico precisar examinando los conocimientos mismos a que hace referencia el término.

Lo primero que advertimos es que los conocimientos que aparecen en esta experiencia cognitiva y que llamamos racionales son múltiples y variados. Ya en los comienzos de la historia del pensamiento se llegó a distinguirlos y agruparlos en diferentes categorías, construyéndose para cada una de ellas una o varias ciencias especiales. Un primer grupo es el de los conceptos, ideas y nociones, con todas sus relaciones y derivaciones: afirmaciones y juicios, proposiciones, definiciones, silogismos, razonamientos, etc.; a todos ellos los denominaremos objetos lógicos. Un segundo grupo es el de los números, conjuntos y cantidades, con sus respectivas relaciones y derivaciones: operaciones aritméticas, proporciones, ecuaciones algebraicas, cálculos matemáticos complejos, etc.; los llamaremos objetos matemáticos. Un tercer grupo está constituido por las figuras geométricas y espaciales que se forman a partir del punto, la línea y el plano, con todas sus relaciones y derivaciones geométricas y topográficas; los denominaremos objetos geométricos. Un cuarto grupo es el de los símbolos, imágenes y otras representaciones semióticas, con sus relaciones y derivaciones metafóricas, analógicas, poéticas, semiológicas, etc.; los llamaremos objetos simbólicos.

De un modo similar a como la realidad empírica ha dado lugar a las distintas ciencias empíricas, y la realidad fenomenológica a las ciencias fenomenológicas o ciencias de la conciencia, así estos varios tipos de objetos racionales han dado lugar a distintas ciencias racionales que estudian, analizan, precisan, explican, esos diferentes objetos racionales. Son las lógicas, las matemáticas, las geometrías y las semiologías. Pero así como distinguimos la experiencia cognitiva empírica que establece los objetos empíricos, de las ciencias empíricas que buscan precisar y dar explicaciones sobre esa realidad empírica, así también distinguimos la experiencia cognitiva racional que establece los objetos lógicos, matemáticos, geométricos y simbólicos, de las ciencias lógicas, matemáticas, geométricas y semiológicas que buscan precisar y dar explicaciones sobre esos objetos y realidades racionales.

Nuestro interés investigativo primario es la experiencia cognitiva racional y la realidad racional que establece, más que las ciencias que se hayan elaborado sobre ella; pero así como las ciencias empíricas nos ayudaron a conocer la experiencia y la realidad empírica, y las ciencias fenomenológicas nos sirvieron para precisar nuestro conocimiento sobre la conciencia y sus fenómenos, así las ciencias racionales (lógicas, matemáticas, geometrías, semiologías, etc.) nos serán útiles para conocer los distintos tipos de objetos y realidades racionales.

En tal investigación, un primer punto a precisar es si los cuatro tipos o grupos de objetos racionales que hemos distinguido constituyan realidades separadas, conformadas por experiencias cognitivas distintas, o bien formen parte de una sola realidad racional establecida por una misma experiencia cognitiva que se despliega en diferentes formas. Que podamos considerarlos partes de una misma experiencia y realidad racional dependerá de lo que tengan en común y de las conexiones que manifiesten entre ellos.

Al respecto, podemos observar que los distintos objetos lógicos, matemáticos, geométricos y simbólicos se conectan fácilmente, podemos incluso decir espontáneamente, unos con otros: combinamos conceptos, números, figuras geométricas y símbolos, tanto en las operaciones lógicas como en los cálculos matemáticos, en los teoremas geométricos y en las elaboraciones simbólicas; algunos objetos racionales (por ejemplo el uno, el cero y el infinito, el conjunto, la mitad, el punto y la línea) son conceptos, números, figuras geométricas y símbolos a la vez, y los integramos en las operaciones lógicas, matemáticas, geométricas y simbólicas. Podemos, entonces, asumir que aunque diferentes en sus cuatro agrupamientos clásicos, ellos se hacen presente en una experiencia cognitiva que los integra, de modo que a todos ellos podemos considerarlos objetos racionales, constitutivos de una realidad racional conformada por el conjunto de ellos.

La separación en que se han históricamente desplegado –como disciplinas diferentes- la lógica, la matemática, la geometría y la semiología, han contribuido a reforzar la separación entre los mencionados cuatro grupos de objetos racionales. Pero esta subdivisión disciplinaria no justifica el considerarlas experiencias cognitivas de diferentes tipos. También respecto a la realidad empírica se han constituido disciplinas científicas distintas, primero en relación con los diferentes órganos sensitivos que captan los objetos empíricos (así pudieron configurarse la óptica, la acústica, la mecánica, etc.), y luego en función de los distintos niveles de integración de los datos empíricos que resultan de las teorías que se elaboraron para explicarlos (así la física, la química, la biología, etc.). Pero si tales han sido las subdivisiones disciplinarias de las ciencias empíricas, éstas han avanzado hacia su creciente integración, en la medida que logran dar explicaciones más amplias que permiten dar cuenta de las diferentes experiencias empíricas. Con las ciencias racionales y sus distinciones ocurre algo similar. Sus divisiones disciplinarias responden a las capacidades de proponer teorías explicativas que unifican conjuntos de objetos racionales; y también aquí se avanza en un proceso de integración del conocimiento, hacia la formulación de una ciencia racional unificada que dé cuenta de las relaciones e interacciones de los objetos lógicos, matemáticos, geométricos y simbólicos, en cuanto constituyentes de una sola realidad racional.

Que más allá de las distinciones que podamos efectuar entre ellos, consideremos unidamente los objetos lógicos, matemáticos, geométricos y simbólicos formando parte de un mismo tipo de conocimientos, o de una misma realidad que llamamos racional, y que sea posible postular que sobre ellos se elabore en el futuro una ciencia unificada, se nos hace aún más claro al considerar lo que tienen en común esos distintos tipos de objetos racionales, que es precisamente aquello por lo cual los calificamos a todos como igualmente racionales. ¿Qué significa, pues, o en que consiste lo "racional" que acomuna a estos tipos de conocimientos?

Tres parecen ser los elementos que comparten los cuatro tipos de objetos racionales mencionados, y que nos llevan a distinguirlos de las realidades empírica y fenomenológica y a agruparlos en una categoría especial.

Primero, los objetos racionales se presentan referidos a algo distinto de ellos mismos, a lo cual representan, nombran, aluden, indican, expresan o se aplican. Los conceptos y en general los objetos lógicos se refieren a las cosas o fenómenos que conciben o que se piensa con ellos; los números y en general los objetos matemáticos se refieren a las cantidades y dimensiones que cuentan y miden o que se calcula con ellos; las figuras y en general los objetos geométricos representan formas observables; y los símbolos lo son siempre de algo que nombran o simbolizan.

En cuanto hacen referencia o son representativos, indicativos, alusivos, nominativos o expresivos de algo que está más allá de ellos y que los trasciende, los objetos racionales hacen presente esas realidades a que se refieren de un modo que sin embargo no es el modo de ser propio de esas realidades representadas. Más bien constituyen una especie de duplicación racional de los objetos empíricos y fenomenológicos que representan, sin ser ellos esos objetos empíricos o fenomenológicos: el concepto de árbol no es el árbol percibido empíricamente, como el concepto de amor no es la emoción amorosa experimentada conscientemente.

Esta cualidad de representar algo distinto, que se hace presente cognitivamente de un modo que no es el propio de la cosa representada, es lo que nos lleva a considerarlos como conocimientos abstractos o teóricos: son objetos (de conocimiento) que al ser conocidos nos remiten y proporcionan conocimientos sobre otros objetos (empíricos, fenomenológicos, etc.) en la medida que hacen referencia cognitiva a ellos, sin identificarse con ellos.

Un segundo elemento que distingue y que comparten los objetos racionales es su inteligibilidad inherente, que se revela en el hecho que cada objeto racional tiene un contenido cognitivo comprensible, sea o no verdadero, sea o no real aquello que se entiende y comunica. Tal inteligibilidad es una suerte de trasparencia, de lucidez, por la cual el conocimiento propio o inherente a cada objeto racional es claramente comprensible, y por ello susceptible de ser expuesto, manifestado, mostrado, puesto en evidencia, comunicado. Concibo una idea, efectúo una operación aritmética, formulo una metáfora, y sé lo que significan y contienen esa idea, esa operación y esa metáfora, que iluminan mi mente estableciendo en ella un conocimiento racional.

El tercer elemento que comparten y que distingue a los objetos racionales es su coherencia recíproca, en el sentido que al ser relacionados o conectados unos con otros, ellos no sólo mantienen su inteligibilidad individual sino que exponen significados inteligibles complejos. La coherencia revela el hecho que los objetos racionales no están separados unos de otros sino que se relacionan entre sí, configurando conjuntos complejos de ideas, números, figuras y símbolos que manifiestan significados también integrados y complejos, inteligibles en sus recíprocas relaciones y en su complejidad.

La articulación coherente de los objetos racionales aparece cuando el sujeto de la experiencia racional efectúa operaciones lógicas (por ej., razonamientos, discursos), matemáticas (por ej., cálculos complejos), geométricas (por ej.,diseños) y simbólicas (por ej., poesías), en las que establece conexiones entre distintos objetos racionales, de modo que los significados de cada idea, número, figura o símbolo se entrelazan unos con otros, elaborando y exponiendo significados más amplios, más profundos o más complejos. Esto podría expresarse también diciendo que con dichas operaciones el sujeto racional efectúa recorridos por la realidad racional, que le resultan inteligibles. Tales operaciones son aceptadas y consideradas coherentes por el sujeto, en la medida que satisfaciendo las exigencias formales de la razón se le hacen inteligibles en su significación racional. Ellas son en cambio rechazadas y consideradas incoherentes o ambiguas o confusas o absurdas, por la razón misma, cuando no cumplen tales exigencias y no le resultan plenamente inteligibles.

En síntesis, la “racionalidad” que atribuimos a los objetos lógicos, matemáticos, geométricos y simbólicos consiste en que la experiencia cognitiva que los establece determina cada uno de ellos como referido a algún objeto “otro” que representa abstractamente, teniendo cada uno en sí mismo un contenido inteligible y susceptible de ser comunicado, y manifestándose coherente con los otros objetos racionales con los que se lo relacione. A todos aquellos objetos que cumplen estas tres condiciones, los consideramos constitutivos de la realidad racional, establecida por una experiencia cognitiva especial distinta de la experiencia empírica y de la experiencia fenomenológica.

De este modo, en aquella que denominamos genéricamente experiencia cognitiva racional - sin negar las singularidades que nos hacen diferenciar la experiencia lógica, la experiencia matemática, la experiencia geométrica y la experiencia semiológica, que fundan y operan respectivamente con los objetos lógicos, matemáticos, geométricos y simbólicos -, identificamos una común racionalidad: las podemos considerar unidamente como experiencia racional. Al sujeto único de dicha experiencia cognitiva podemos llamarlo razón, y al conjunto de objetos racionales que establece podemos denominarlo realidad racional.

Calificar como “realidad” a este conjunto de objetos racionales, e identificar la razón como el “sujeto cognitivo” que los establece, puede suscitar la objeción de quien, desde una concepción realista de la conciencia y de la realidad empírica, niegue el carácter de reales a los conceptos, números, figuras geométricas, etc. Por otro lado, desde el idealismo filosófico hay quienes atribuyen a los conceptos, números y figuras geométricas ser incluso más reales que el mundo empírico y fenomenológico. Pero como carecemos de una metafísica segura no sabemos lo que es existir ni lo que es la realidad, de modo que no podemos saber aún si la razón y los objetos racionales, la conciencia y los objetos fenomenológicos, y el cuerpo sensitivo y los objetos empíricos, sean seres sustanciales, subsistentes, o existentes en sí. Consideramos, pues, la realidad racional como realidad en el mismo sentido en que hasta ahora hemos utilizado la palabra realidad, esto es, como algo que se presenta ante, y es establecido por, una experiencia cognitiva. Por lo demás, aunque aún no sabemos lo que sean, los conceptos, los números, las figuras geométricas, los símbolos y todas las relaciones que se dan entre ellos, forman parte de lo conocido, hacemos referencia a ellos, y no cabe decir que sean la nada absoluta. Existan o no existan como seres, algo son, aunque más no sea el hecho de que ellos significan algo racionalmente inteligible, o sea que hacen presente al sujeto de la experiencia cognitiva racional, que llamamos razón, algún contenido conocido.


La realidad racional no es reductible a la lingüística.

Antes de continuar nuestra indagación epistemológica de la realidad racional es conveniente referirnos a la concepción filosófica que pretende reducirla a mero hecho lingüístico y/o figurativo. Tal es, en efecto, una formulación ampliamente difundida entre los empiristas, que rechazan que pueda atribuirse algún contenido cognitivo intrínseco identificable como específicamente racional, a los conceptos, números, figuras geométricas y símbolos. Para ellos, todo lo que aquí hemos considerado como realidades lógicas, matemáticas, geométricas y simbólicas no son sino diferentes tipos de nombres, palabras y sígnos que empleamos para referirnos a diversos aspectos de las realidades empíricas. Los que llamamos conceptos no serían sino las expresiones lingüisticas con que identificamos y clasificamos sensaciones y percepciones, conjuntos de sensaciones y percepciones que consideramos como cosas, relaciones entre cosas, y conjuntos de cosas y de relaciones; los números serían solamente los signos con que enumeramos, contamos y relacionamos las magnitudes que observamos en la realidad empírica; las figuras geométricas y topográficas serían simples representaciones espaciales o imágenes formadas en base a puntos, líneas y áreas, que empleamos para identificar distancias, formas y demás relaciones espaciales de la realidad empírica; y los símbolos y metáforas serían no más que expresiones figurativas y lingüísticas con que aludimos o nos representamos realidades empíricas más o menos complejas. Entendiendo así a los diversos tipos de objetos racionales, las que llamamos lógica, matemática, geometría y semiología no serían constitutivas de una supuesta realidad racional sino solamente conjuntos de convenciones, normas y estructuras a que nos atenemos en el uso significante del lenguaje, componentes de una suerte de lingüística general.

Bajo la propuesta reducción de la racionalidad a la lingüística subyace la concepción filosófica que considera real solamente aquello que puede ser objeto de conocimiento empírico, directamente a través de los órganos de la percepción, o indirectamente mediante elaboraciones derivadas de la percepción y de algún modo verificables empíricamente. Como la lisgüistica estaría conformada en último término de palabras y signos, perceptibles empíricamente y conformados por elementos materiales, nadie podría pretender trascendencia alguna respecto a la realidad empírica recurriendo a los objetos racionales abstractos y generales.

A esta concepción empiricista ya nos referimos en el capítulo anterior al examinar la hipótesis que reduce la conciencia y lo que encontramos en ella (incluidas las ideas, valores y demás objetos del pensamiento consciente) a simple memoria, recuerdo e imágenes lingüísticas de la información empírica. Volvemos ahora sobre la misma concepción, conocida también como "analítica", pero en referencia más específica y desde el ángulo particular de la experiencia cognitiva racional y buscando comprender si es posible reducirla a hecho puramente linguístico.

Pues bien, respecto a esta concepción empirista y analítíca de la racionalidad podemos concordar fácilmente con ella en lo que afirma, pero debemos disentir en lo que niega. Efectivamente –y lo observaremos con mayor precisión más adelante- los números, conceptos, figuras geométricas y símbolos los expresamos y comunicamos lingüística y figurativamente, y ciertamente con ellos nombramos, clasificamos, enumeramos, contamos, dimensionamos, representamos, etc. la realidad empírica que percibimos con los sentidos, el cuerpo y el cerebro. Hay un preciso nexo entre la realidad racional y la realidad empírica, que hemos ya reconocido como el primero de los tres elementos que comparten todos los objetos racionales y en base a los cuales los distinguimos de las realidades empírica y fenomenológica y agrupamos en una categoría especial. Dijimos, en efecto, que los objetos racionales se presentan -como primer elemento distintivo-, referidos a algo distinto de ellos mismos, a lo cual representan, nombran, aluden, indican, expresan o se aplican. En el mismo sentido, también debemos aceptar y reconocer que las normas que rigen el uso significante del lenguaje constituyen un entramado lingüístico racionalmente estructurado.

Pero lo que no podemos aceptar, y que nos separa radicalmente de la reducción de la realidad racional a simple y pura configuración lingüística, es que en el uso significante literal del lenguaje se exprese y agote todo el contenido cognitivo de la lógica, la matemática, la geometría y la semiología, y que los objetos racionales (conceptos, números, figuras geométricas y símbolos) se refieran exclusivamente a contenidos cognitivos previamente percibidos empíricamente.

No podemos aceptar, ante todo, que “lenguaje significante” sea solamente aquél que se refiere a contenidos de la experiencia empírica. Los autores empiristas sostienen que en el empleo de palabras como conciencia, espíritu, Dios, verdad, substancia, ser, metafísica, sabiduría y muchas otras que se refieren a supuestas realidades no empíricas ni materiales, se estaría trasgrediendo el uso significante del lenguaje, y la razón que dan es precisamente que se refieren y nombran lo que no está al alcance de la experiencia sensorial. Así A.J.Ayer puede decir: “Nuestra acusación contra el metafísico no estriba en que éste pretenda utilizar el conocimiento en un campo en el que no puede aventurarse provechosamente, sino en que produce frases que no logran ajustarse a las condiciones que una frase ha de satisfacer, necesariamente, para ser literalmente significante”. (En Lenguaje, Verdad y Lógica, pág 38.) Pero, claro, hay en tal argumento no más que una simple redundancia: si sólo reconozco significancia a las palabras que se refieren a contenidos empíricos, aquellas que no se limitan a ello serán absurdas, confusas, no-significantes lingüísticamente. En cambio, de hecho y de pleno derecho, y en conformidad con todas las normas y estructuras de la lingüística, enunciamos correctamente numerosas palabras, frases y proposiciones que se refieren a la realidad fenomenológica de la conciencia autoconsciente, y también tienen perfecta coherencia lingüística las formulaciones filosóficas metafísicas (sin que por ello tengamos que reconocerles que sean verdaderas, pues obviamente no ha de confundirse la verdad del conocimiento con el correcto y apropiado uso significante del lenguaje).

También rechazamos la pretensión empirista de reducir los conceptos y demás objetos racionales a las palabras y símbolos, y la consiguiente reducción de la racionalidad a la lingüística. La razón de ello la encontramos profundizando en los otros elementos que mencionamos como distintivos de la racionalidad y diferenciadores de los objetos racionales respecto a los objetos empíricos y fenomenológicos. Vimos, en efecto, que el segundo elemento constitutivo de la racionalidad es la inteligibilidad inherente de los objetos racionales, que se revela en el hecho que cada concepto, número, figura geométrica y símbolo tiene un contenido cognitivo comprensible, una suerte de trasparencia, de lucidez, por la cual el conocimiento contenido en cada objeto racional es entendible para todo sujeto que intente integrarlo a su conocimiento, siendo susceptible de ser expuesto, manifestado, mostrado, puesto en evidencia, comunicado a otros, en razón de su misma inteligibilidad. Una comprensión insuficiente de la inteligibilidad podría reducirla al hecho que las palabras tienen un significado susceptible de ser expresado en una definición y comunicado lingüísticamente, y en tal sentido esta cualidad no agregaría nada a lo que pueda contenerse en el uso significante del lenguaje. Pero la inteligibilidad de los objetos racionales, si bien podemos expresarla mediante palabras, no está contenida en las palabras mismas, ni el significado de las ideas y conceptos (pensemos por ejemplo en las ideas de naturaleza, de libertad o de amor) se reduce y expresa enteramente al enunciar las respectivas palabras.

El tercer elemento distintivo de los objetos racionales refuerza su irreductibilidad a la lingüística. En efecto, la coherencia que se hace presente al relacionar conceptos, números, figuras y símbolos, es independiente de la referencia de las palabras que los expresan a datos e informaciones empíricas. Las coherencia es, además, de todos los conceptos, números, símbolos, razonamientos, cálculos, etc., sean o no referidos a realidades empíricas. De hecho, podemos formular razonamientos y discursos coherentes, operaciones matemáticas y cálculos coherentes, elaboraciones metafóricas y poéticas coherentes, sin hacer referencia ni mención a contenidos cognitivos empíricamente percibidos, o hacerlo combinando referencias a contenidos empíricos con otros que carecen de empiricidad. A la inversa, podemos expresar lingüísticamente de modo correcto, frases y proposiciones que no son racionalmente coherentes; incluso la irracionalidad es expresable lingüísticamente de modo correcto, respetando el uso significante del lenguaje, lo cual corrobora que no puede identificarse la racionalidad con la lingüística.


Realidad racional y realidad fenomenológica. Origen y formación de los objetos racionales en la conciencia.

Establecido que los objetos racionales no son parte de la realidad empírica aunque hagan referencia a ella, la cuestión fundamental y decisiva que se presenta al análisis epistemológico es la de discernir si la realidad racional sea puramente realidad fenomenológica (que implicaría que la razón es sólo una parte de la conciencia, y los objetos racionales no más que objetos fenomenológicos entre otros), o si podamos reconocerla como independiente y en algún sentido exterior a la conciencia.

El interrogante se presenta porque de la razón y de los objetos racionales tenemos conciencia fenomenológica, esto es, la conciencia los capta en sí misma, del mismo modo que ella capta fenomenológicamente los objetos empíricos y al sujeto empírico (el cuerpo sensitivo) que los percibe. Siendo así, la única vía de que disponemos para abordar la cuestión es la de examinar la experiencia racional tal como se presenta en, y es captada por, la conciencia. Así, al desenvolver este análisis y hasta que no hayamos establecido una conclusión diferente, cada vez que nos refiramos a la razón y a los objetos racionales lo haremos en cuanto captados por la conciencia, o sea en cuanto conocidos fenomenológicamente.

Sólo sabemos que, en la conciencia, la razón y los objetos racionales se presentan como sujeto y objeto de una experiencia cognitiva singular, que podemos analizar epistemológicamente. Tal análisis no podrá decirnos si la razón exista como un ser en sí (cuestión metafísica), pero esperamos que nos dé una respuesta del mismo tipo y nivel de aquella que el análisis epistemológico nos permitió establecer respecto a la realidad empírica, esto es, acaso la razón en cuanto realidad (como sujeto de una experiencia cognitiva) sea distinta de la conciencia o solamente una parte de ésta, y si los objetos lógicos, racionales, geométricos y simbólicos (objetos de la experiencia racional) sean distintos de los objetos fenomenológicos o solamente una parte (un subconjunto) de ellos.

A quien haya seguido con atención el curso de esta exposición no escapará la importancia decisiva de la cuestión aquí planteada. Porque si los objetos racionales -la lógica, la matemática, la geometría y la semiología- fueran puramente realidad fenomenológica, interior a la conciencia, con ellos no sería posible trascender la subjetividad del conocimiento; mientras que, si pudiéramos reconocerlos como independientes y en algún sentido exteriores a la conciencia, quizás podríamos esperar que con ellos sea discernida la veracidad, la objetividad o la cientificidad de los otros tipos de conocimientos: los empíricos generados por los sentidos y los que produce fenomenológicamente la conciencia en sí misma.

En relación con este asunto conviene observar que en la historia de la filosofía se ha dado una larga y muy interesante discusión respecto al origen de los objetos racionales en la conciencia. Se han postulado básicamente dos concepciones opuestas: la que sostiene que los objetos racionales son conocimientos y/o formas a priori de la conciencia independientes de toda experiencia del mundo externo, y la que sostiene que "nada hay en el entendimiento que antes no pase por los sentidos", de modo que aparecen en la conciencia a posteriori, mediante una elaboración racional de lo que se conoce a través de la percepción del mundo externo.

Una tercera concepción sostiene que las ideas y objetos racionales no son formas a priori de la conciencia ni tampoco conocimientos derivados de la percepción, sino recibidos por iluminación de la conciencia desde una entidad racional superior; pero esta tercera concepción implica suponer una entidad racional metafísica, que no estamos en condiciones de afirmar ni negar mientras no dispongamos de una ciencia del ser. Careciendo de una metafísica que nos aclare si existe una distinción y exterioridad ontológica entre la realidad racional, la conciencia y la realidad empírica, no estamos en condiciones de precisar el estatuto ontológico de la razón y de los objetos racionales.

Pero podemos postular aún, sin entrar al campo de la metafísica sino desde el análisis epistemológico de las experiencias cognitivas de las que tenemos conciencia, una cuarta posibilidad. Esta sería que los objetos racionales sean establecidos por una experiencia cognitiva singular, distinta de la experiencia fenomenológica y de la experiencia empírica. Habría que reconocer un sujeto del conocimiento racional, que llamaríamos razón, distinto de la conciencia como sujeto de la experiencia fenomenológica y distinto también de los sentidos y el cuerpo sensitivo como sujetos del conocimiento empírico; y habría que reconocer los distintos objetos racionales como distintos de los objetos fenomenológicos y de los objetos empíricos (aunque lleguen a hacerse presentes en la conciencia como objetos fenomenológicos, y también en la realidad empírica como objetos empíricos cuando se expresan en palabras, imágenes, etc.)Si así fuera, o sea si la experiencia racional fuera una experiencia cognitiva distinta de la experiencia fenomenológica y de la experiencia empírica, los objetos racionales no podrían considerarse como formas a priori de la conciencia, pues llegarían a ésta desde una experiencia cognitiva distinta de ella; y tampoco podrían considerarse como llegando a la conciencia desde la experiencia empírica (a posteriori), sino desde aquella tercera experiencia cognitiva (la experiencia racional).

Es bastante sorprendente que este cuarto modo en que es posible entender el origen de los objetos racionales en la conciencia no haya aparecido en la historia de la filosofía. Si ello no ha ocurrido, al menos explícitamente, podría deberse a que la distinción entre razón y conciencia como sujetos cognitivos diferentes no es fácil de pensarse sin suponerlos “entes” diferentes. Que no se haya efectuado esta distinción se explicaría, entonces, por haberse la cuestión epistemológica “contaminado” de metafísica, o sea por no haberse desprendido de la pregunta metafísica que alude al “ser en sí” de la conciencia y de la razón.

En efecto, si se concibe la razón como ser en sí distinto de la conciencia, no cabe más que suponerla un ente subsistente, resultando natural la teoría de la iluminación de la conciencia por la razón trascendente a ella. Si se concibe la conciencia como ente sustancial en sí, negándose tal carácter a la razón, que en consecuencia se entendería sólo como una facultad o propiedad de la conciencia, es natural llegar pensar que los objetos racionales sean formas a priori de la conciencia. Si se concibe a los objetos empíricos como entes sustanciales provistos de esencias inherentes a ellos, es natural llegar al a posteriorismo que imagina que estando los objetos racionales (determinados como esencias) en los objetos empíricos, ellos llegan a la conciencia desde éstos y con la mediación de la experiencia empírica.

La cuestión del origen de los objetos racionales en la conciencia ha estado, así, condicionada y atravesada siempre por concepciones metafísicas previas, aunque algunos filófosos que postulan una u otra posición no lo reconozcan e incluso desplieguen sus razonamientos con explícita prescindencia de la pregunta por el ser. Pero si abandonamos o ponemos entre paréntesis toda suposición metafísica por no haberla establecido consistentemente, y nos limitamos al análisis epistemológico de las experiencias cognitivas y de las realidades en cuanto conocidas, o sea, en cuanto objetos de experiencias cognitivas, dejamos de estar condicionados por concepciones metafísicas que naturalmente llevan a una u otra de las tres posibles "entificaciones" (o modos de referir los objetos racionales al ser) de la realidad racional: poniéndolos en un ser racional absoluto que nos ilumina, en la conciencia subsistente como sus "formas a priori", o en las cosas como sus esencias o naturaleza.

Liberados, pues, de toda sujeción a una metafísica predefinida, podemos considerar (como hipótesis) los objetos racionales (conceptos, números, figuras geométricas, símbolos) en cuanto constructos de la razón, realidades que la propia experiencia cognitiva racional establece en la conciencia y conecta con los otros tipos de conocimientos. Pero esto -que parece la explicación del origen de los objetos racionales en la conciencia más acorde con la experiencia psicológica del aprendizaje de las matemáticas, la lógica, la geometría y la semiología- no lo podemos afirmar hasta tanto no hayamos establecido la independencia de la experiencia cognitiva racional respecto a la experiencia cognitiva fenomenológica, y la conciencia y la razón como sujetos de experiencias cognitivas distintas y diferentes.

Alguien podrá rebatir que, al plantear el problema del origen de los objetos racionales en la conciencia en términos puramente epistemológicos, estamos soslayando el verdadero problema que se han puesto los filósofos al preguntarse si sean a priori o a posteriori, de cuya respuesta hacen depender sus concepciones metafísicas. Pero el error no es nuestro sino de esos filósofos, porque la pregunta por el origen de los conceptos y demás objetos racionales en la conciencia es un problema epistemológico, pues se refiere al origen y formación de un tipo de conocimiento del que tomamos conciencia. Pretender extraer de ello consecuencias metafísicas, o sea suponer que a través de la respuesta a esta cuestión se tenga acceso al ser de la conciencia y de la realidad empírica por vía racional, no tiene justificación alguna, pues se cae en un círculo vicioso: la respuesta que se le da está suponiendo una determinada concepción metafísica de la conciencia y de la realidad empírica.

¿Qué es lo que hasta ahora sabemos, en cuanto conclusiones de nuestro análisis epistemológico? Ante todo, que no conocemos qué son los objetos racionales en sí, pues carecemos de una ciencia metafísica. Luego, que los objetos racionales están en la conciencia, que es consciente de ellos, constituyéndose en tal sentido como contenidos fenomenológicos, esto es, formando parte de la realidad fenomenológica. Y tercero, que los objetos racionales (números, conceptos, figuras geométricas, símbolos y sus derivados) se conectan de algún modo con los objetos de la realidad empírica y con los objetos de la realidad fenomenológica, pues los pensamos y nos referimos a ellos con los números, los conceptos, las figuras geométricas y los símbolos.

Cabe observar que tanto quienes conciben los objetos racionales a priori como quienes los consideran a posteriori, los reconocen conectados tanto con la realidad empírica como con la realidad de la conciencia, a nivel cognitivo. Si son a priori de la conciencia que con ellos ordena los datos y objetos de la percepción empírica, o si llegan a la conciencia desde la realidad percibida empíricamente, en ambos casos se está afirmando la doble conexión, sólo que se las pone en distinto orden generativo: desde la conciencia a la realidad empírica, o desde la realidad empírica a la conciencia. Pero no nos basta este reconocimiento, y la doble conexión –y el modo cómo se establece o llega a ella - es preciso establecerla mediante el examen de la experiencia racional misma.

En efecto, con la hipótesis que los objetos racionales sean establecidos en la conciencia por la razón no hemos resuelto el verdadero asunto epistemológico que se plantea en la discusión sobre el carácter a priori o a posteriori de los conceptos y demás objetos racionales, que es saber cómo se establezca la conexión de ellos con los objetos empíricos y fenomenológicos. La interrogante continúa sin respuesta, habiéndose sólo desplazado o cambiado de forma. No se formula ya preguntando cómo se originan los objetos racionales en la conciencia, sino cómo los establece o genera la razón como objetos de conocimiento: por su propia operación independiente, que los conecta a las realidades empíricas y fenomenológicas, o a partir de datos proporcionados por el conocimiento empírico y fenomenológico, procesados por la razón. Para abordar la cuestión hay que observar las conexiones entre los objetos racionales y los objetos empíricos y fenomenológicos, y ver si analizándolas podamos dilucidar cómo se originan o llegan a establecerse tales conexiones.


La conexión racional entre la realidad empírica y la realidad fenomenológica.

Podemos comenzar observando un caso simple. Percibimos empíricamente tres piedras piramidales y pensamos "tres piedras piramidales", o sea asociamos a la realidad empírica percibida el número tres, el concepto de piedra, y la figura geométrica piramidal. Sea que haya sido nuestra razón la que atribuye a lo observado el número, el concepto y la figura mencionados, poniendo en tal modo orden racional a un conjunto desordenado de percepciones sensoriales de la realidad empírica, o que el tres, la piedra y la figura piramidal estén allí en los objetos empíricos mismos, de modo que la razón los encuentra en la realidad percibida, el hecho es que los objetos racionales se establecen en nuestra conciencia y quedan en ella aunque hayamos dejado de observar esos objetos, y podemos volver a encontrarlos y pensarlos cuantas veces queramos, procesándolos lógica, matemática y geométricamente sin que medie una nueva percepción empírica.

Al mismo tiempo, esos objetos racionales permanecen conectados a los objetos empíricos aunque dejemos de percibir esos objetos empíricos y aunque dejemos de conectarles conscientemente los objetos racionales: aunque ya no observemos esos objetos y dejemos de pensar en esos conceptos y números, cada vez que volvamos a observar esa misma realidad contaremos tres (y no cinco), pensaremos que son piedras (y no ratones) y apreciaremos la figura piramidal (y no una circular).

Lo anterior pudiera todavía explicarse en cuanto, aún desconectados de los objetos empíricos, los objetos racionales mantengan conexión con las imágenes y recuerdos que aquellos han registrado en el cerebro. Pero hay más que eso, a saber, que el mismo concepto, el mismo número y la misma figura geométrica los podremos siempre encontrar en, o atribuir a, una multitud de otros objetos empíricos, y concretamente a innumerables tres-objetos, a todos los objetos-piedra, y a incontables objetos-piramidales. Y aún más, los podemos todavía concebir independientemente de todo objeto empírico, y así abstractos y separados, mantendrán todavía su referencia, inteligibilidad y recíproca coherencia.

En la experiencia cognitiva racional se manifiesta, así, esa muy peculiar cualidad de los objetos racionales de conectarse tanto con la realidad empírica como con la realidad de la conciencia. Pero ésta no es la única conclusión que extraemos del ejemplo expuesto. Analizando epistemológicamente lo que implican esas dos conexiones de los objetos racionales, debemos concluir también que ellos mismos se establecen en la experiencia racional como de algún modo independientes tanto de la realidad fenomenológica (pues siguen conectados a la realidad empírica aún cuando la conciencia no los esté captando), como de la realidad empírica (pues siguen conectados y presentes en la conciencia aún cuando en ésta esté ausente cualquier referencia a la realidad empírica). Podemos decir que los objetos racionales se conectan y se desconectan de las realidades empírica y fenomenológica, presentándose en tal sentido como distintos de ambas.

Que los objetos racionales son distintos de los objetos empíricos lo sabíamos ya por la propia experiencia empírica, que no puede percibirlos empíricamente (verlos, oirlos, palparlos, etc.). En cambio, que sean distintos de la conciencia y la realidad fenomenológica no parece poderlo establecer la pura experiencia fenomenológica, que sólo tiene conciencia de lo que encuentra en ella misma. Que sean algo más que objetos puramente fenomenológicos resulta del análisis epistemológico de la experiencia racional, que pone de manifiesto que, a diferencia de los objetos fenomenológicos puros que sólo están y permanecen exclusivamente al interior de la conciencia (monismo de la realidad fenomenológica), los objetos racionales están conectados con, y permanecen de algún modo en, los objetos de la realidad empírica, aún cuando la conciencia no los esté captando.

Pero aunque la experiencia fenomenológica no pueda por sí misma establecer la razón y los objetos racionales como independientes de la conciencia porque todo lo que ésta conoce lo conoce en sí misma, ella discierne una diferencia neta entre los objetos racionales y los demás objetos fenomenológicos, que viene a reforzar la distinción que epistemológicamente es preciso hacer entre los objetos fenomenológicos y los objetos racionales. En efecto, los objetos racionales en cuanto captados por la conciencia se presentan ante ella como no afectados por la subjetividad de la conciencia misma: los números, las figuras geométricas, los símbolos y los conceptos no se alteran ni cambian según las vivencias y situaciones subjetivas de la conciencia. Y si éstas los alteran de algún modo, la alteración se experimenta como una pérdida de inteligibilidad y coherencia de los objetos racionales. En la conciencia, los objetos racionales son más inteligibles cuanto más simples y puros sean, en el sentido de que no se combinen con otras realidades empíricas y de conciencia. Para ser plenamente inteligibles y coherentes, o sea racionales en el más puro sentido del término, los objetos racionales no deben presentarse en combinación con algún objeto empírico ni fenomenológico distinto de ellos mismos; el estar en la conciencia combinados con los objetos de las experiencias cognitivas empírica y fenomenológica les hace perder racionalidad.

Pero si son simples, y no requieren conexión con ninguna otra realidad fenomenológica o empírica para ser racionales, ¿cómo es que se conectan con la realidad empírica y con la realidad fenomenológica, sin dejar de ser ellos mismos inteligibles en su simplicidad? ¿Cómo es que, al separarse o desconectarse de esas realidades no queda en ellos el efecto de su anterior conexión, no resultan modificados sino que recuperan, por decirlo de algún modo, su inteligibilidad primera y simple? Ello podría entenderse si fueran establecidos como objetos racionales por una experiencia cognitiva singular, simple en sí misma y distinta de las experiencias fenomenológica y empírica.

Un segundo modo en que la conciencia capta la diferencia entre los objetos racionales y los otros objetos fenomenológicos, se manifiesta en el hecho que el conocimiento racional se aplica o conecta no solamente a los objetos empíricos, sino también a los propios conocimientos fenomenológicos. La conciencia se capta a sí misma como sujeto fenomenológico en la experiencia fenomenológica de la autoconciencia, pero también se constituye como objeto racional, cuando la razón establece el concepto de conciencia. Lo mismo ocurre con los otros objetos de la realidad fenomenológica, tales como la desesperación, la angustia, la libertad, el ser-en-el-mundo, el ser-con-otros, etc. Pues bien, la conciencia no es el concepto de conciencia; la angustia y la libertad como objetos de experiencia fenomenológica no son la misma realidad que los conceptos de angustia y de libertad, objetos de la experiencia racional. La relación que en este sentido se establece entre los objetos racionales y los objetos fenomenológicos, es del mismo tipo que la que se establece entre los objetos racionales y los objetos empíricos: los objetos racionales se asocian a (o se encuentran en), los objetos fenomenológicos, manteniendo sin embargo su exterioridad respecto a ellos.

Este hecho lleva a distinguir la conciencia y la razón como sujetos de experiencias cognitivas distintas que, sin embargo, se incluyen recíprocamente porque ambas son, cada una a su modo, incluyentes de todo conocimiento. La conciencia incluye como realidad fenomenológica la realidad empírica y la realidad racional; la razón incluye como realidad racional la realidad empírica y la realidad fenomenológica. Dicho en otras palabras, en la experiencia fenomenológica se captan como objetos fenomenológicos los objetos empíricos y los objetos racionales; en la experiencia racional se conciben como objetos racionales los objetos empíricos y los objetos fenomenológicos. Pero unos y otros no se confunden porque se constituyen como objetos para distintos sujetos cognitivos: la conciencia que capta (que tiene conciencia de), y la razón que concibe (que "inteligibiliza" y "coherentiza").

Tenemos, pues, que si bien los objetos racionales se presentan en la conciencia y en la realidad empírica, ellos mismos se constituyen en un tipo de experiencia cognitiva distinta tanto de la experiencia empírica pura como de la experiencia fenomenológica pura. Tal experiencia cognitiva que denominamos experiencia racional, establece una realidad racional inteligible, distinta de la realidad empírica y de la realidad fenomenológica, pero que se relaciona con ellas y algo es en ellas. Los objetos racionales, sin dejar de ser simples y separables de todo objeto empírico y fenomenológico, tienen un lado o dimensión que los conecta con la realidad empírica, y un lado o dimensión que los conecta con la conciencia y el mundo fenomenológico. De este modo la experiencia racional establece no solamente sus propios objetos racionales, sino también un nexo entre dos experiencias cognitivas distintas de ella (la empírica y la fenomenológica), y entre los objetos que esas experiencias fundan, o sea, entre la realidad empírica y la realidad de la conciencia.

Ahora bien, para que este nexo pueda establecerse es preciso que algo inherente a las realidades empírica y de conciencia permita la conexión de ambas con los respectivos objetos racionales. Queremos decir con esto que, para que la razón pueda conectar los objetos racionales a los objetos empíricos y fenomenológicos, es preciso que los objetos empíricos y fenomenológicos sean conectables a los objetos racionales; y para que los objetos racionales puedan conectarse a, y establecerse en, la conciencia, es preciso que la conciencia sea conectable a, y capaz de establecer en sí, los objetos racionales.

De este modo se hace presente en la experiencia racional una extraordinaria cualidad de los objetos empíricos y fenomenológicos por un lado, y de la conciencia autoconsciente y consciente de, por el otro; algo que las experiencias empírica y fenomenológica por sí solas no pueden percibir o captar en sus respectivos objetos de conocimiento. ¿Qué es eso que el análisis de la experiencia racional permite descubrir en la realidad empírica y en la realidad fenomenológica? La respuesta es tan simple como sorprendente: ella descubre que ambas son realidades racionales, en el sentido de que tienen una dimensión racional (una inteligibilidad y una coherencia). En efecto, sólo si son racionales los objetos de razón pueden asociarse a ellas y estar en ellas. Tal dimensión o carácter racional de las realidades empírica y fenomenológica las constituye como inteligibles y coherentes para la razón.


La racionalidad de las experiencias empírica y fenomenológica.

¿Qué implicaciones tiene para la realidad racional misma, y en la explicación del origen de los objetos racionales, el hecho que las realidades empíricas y fenomenológicas sean también ellas racionales, o que tengan una dimensión racional? Examinemos la cuestión a partir de una experiencia cognitiva cualquiera.

Con los sentidos percibo como realidad empírica, y en la conciencia capto fenomenológicamente, los siguientes hechos y fenómenos: "Bajo un portal rectangular sobre el cual se extiende una corniza semi- circular, a las seis y cuarto de la tarde, un hombre ofrece con gesto amable un ramillete de cinco flores a una joven mujer. Ella recibe las flores con la mano izquierda, luego separa una con la derecha y la coloca en la cabellera del joven, mientras estrecha las otras cuatro contra su propio pecho. Los dos se miran a los ojos y sonríen alegremente. Relacionando mediante conceptos los hechos observados, interpretando el simbolismo de las flores y los gestos, concluyo que se aman. Y mientras observo, concibo, interpreto y cuento,
tomo conciencia del amor, de la soledad y de otras vivencias y experiencias interiores que mi conciencia evoca".

Al enunciar con estos conceptos, números, figuras y símbolos la escena observada y mis propias vivencias, he expuesto un conocimiento racional. Y al hacerlo, tengo conciencia de que una cosa es aquello que he percibido empíricamente y lo que he captado al interior de mi conciencia, y otra cosa distinta es la expresión racional de todo ello con los conceptos, números y símbolos expuestos. Pero esta expresión racional se refiere a aquellas realidades empíricas y fenomenológicas, de las cuales expone lo que de ellas se ha hecho inteligible y coherente para la razón.

En el conocimiento racional de los hechos empíricos observados y de las vivencias de mi conciencia, he conectado los objetos empíricos y fenomenológicos con algunos objetos lógicos, matemáticos, geométricos y simbólicos: los números cinco, uno y cuatro de las flores, el dos de las personas, el seis de la hora; varios conceptos (los de flor, ramillete, hombre, joven, mujer, ojos, manos, izquierda, derecha, portal, tarde, sonrisa, amor, conciencia, soledad, etc.); las figuras geométricas del triángulo y el semicírculo; el simbolismo de las flores y los gestos. También efectué varias operaciones racionales: cálculos matemáticos (restar uno de cinco, dividir uno en cuartos), inducciones lógicas (la sonrisa expresa alegría, el gesto manifiesta amabilidad), interpretación de símbolos, silogismos (ofrecerse mutuamente flores, recibirlas con alegría, mirarse a los ojos, son signos de amor; el hombre y la joven se ofrecen flores, las reciben con alegría, se miran a los ojos; luego el hombre y la joven se aman).

Pero además de todo ello, la razón puede conectar a (y encontrar en) esos mismos objetos empíricos y fenomenológicos, innumerables otros objetos racionales: el número de los dedos de las manos, el de los pétalos de las flores, el de los minutos que duran mis vivencias, y en realidad todos los números que quiera, porque puedo cuantificar y analizar esa realidad empírica y fenomenológica utilizando toda la matemática; la línea recta del perfil de la nariz, la figura ovalada de la cabeza y en realidad todas las figuras geométricas que quiera, porque puedo aplicar la geometría entera a esa realidad empírica; los conceptos de cosa, persona, rojo, tiempo, distancia, causa, efecto, pasado, presente, futuro y en realidad todas los conceptos que quiera conectar a lo observado y captado, pudiendo además hacer muchas inducciones y silogismos, aplicando en ello toda la lógica; puedo, asimismo, identificar innumerables símbolos y efectuar diversas analogías, metáforas y formulaciones poéticas, relacionándolas con lo observado. El hecho es que todos los objetos racionales, de cualquiera de los tipos indicados, pueden ser conectados a la realidad empírica y a la realidad fenomenológica, por la razón que numera, calcula, simboliza, concibe, induce y deduce racionalmente. Aparecen de este modo infinitos números, conceptos, símbolos, figuras geométricas, con sus complejas relaciones coherentes, como realidad racional conectable a esa particular realidad empírica observada y a la realidad fenomenológica captada.

Sin embargo, aunque estén conectados a esos particulares objetos empíricos y fenomenológicos, aquellos mismos números, símbolos, conceptos y figuras, incluidas sus relaciones racionales, son independientes de ellos pues los puedo conectar a (o encontrar en) otras muy distintas realidades empíricas y fenomenológicas, y porque los puedo pensar y relacionar también sin conexión a objeto empírico o fenomenológico alguno. Los números, los símbolos, los conceptos y las figuras geométricas con todas sus relaciones coherentes, se asocian a innumerables objetos empíricos y fenomenológicos, y se pueden disociar de todos ellos, mientras siguen siendo los mismos números, símbolos, conceptos y figuras geométricas.

Es preciso admitir, pues, que cada objeto racional trasciende a cualquiera de los objetos empíricos y fenomenológicos donde se lo encuentre o a los cuales se lo asocie, presentándose respecto a todos y a cada uno de ellos como exterior.

Esta exterioridad es lo que ponemos de manifiesto cuando decimos que los objetos racionales son abstractos y universales. Decimos que son abstractos (del latin, abs fuera, trarre, sacar) porque los traemos fuera, los separamos de los objetos empíricos y fenomenológicos a que la razón los conecta y/o donde los encuentra; y los consideramos universales, porque los conectamos y/o encontramos en un universo o conjunto innumerable de objetos empíricos y fenomenológicos. Los separamos, abstraemos, pero los volvemos a encontrar allí, irreductibles, inescindibles, cada vez que la experiencia racional se conecta con las experiencias empírica y fenomenológica.

Al encontrarlos siempre en los objetos empíricos y fenomenológicos, o al poder conectarlos siempre a ellos, los objetos racionales se nos presentan como interiores a, o interiorizables en, los objetos y realidades empíricas y fenomenológicas. Esta interioridad nos permite concebir la realidad empírica y la realidad fenomenológica como realidades racionales o inteligibles, o sea, estructuradas o estructurables semiológica, lógica, matemática y geométricamente.

A la vez, la exterioridad de los objetos racionales hace posible procesar lógicamente, simbólicamente, matemáticamente y geométricamente la información empírica y fenomenológica, sin que en el desarrollo de dicho procesamiento se mantenga la conexión inmediata con la realidad empírica y fenomenológica (en otras palabras, el procesamiento racional se efectúa en la razón misma, sin que la realidad empírica continúe siendo directamente percibida, ni la realidad fenomenológica directamente captada). En realidad, lo que de este modo se procesa son los objetos racionales puros, abstractos y universales, pero éstos mantienen implícita su conexión con la realidad empírica y la realidad fenomenológica. Permaneciendo de este modo implícita su conexión con la realidad empírica y fenomenológica, resulta siempre posible, después, aplicar las conclusiones y relaciones que resultaron del procesamiento racional (lógico, semiológico, matemático y geométrico), a los objetos empíricos y fenomenológicos mismos, encontrando en éstos aquello que la elaboración racional prevé que habrá de encontrarse ahí.

Es lo que vimos efectúan las ciencias positivas cuando reelaboran la experiencia empírica. El análisis lógico y matemático de la información empírica relativa al movimiento de los cuerpos celestes, permite concluir que en cierto lugar y tiempo se encuentra un astro de cierto tamaño y masa que se mueve a una velocidad definida, que no ha sido jamás observado; tal conclusión, que sabemos lógica y matemáticamente correcta, podrá ser verificada por la observación empírica orientando el telescopio hacia la posición indicada por el análisis racional. Algo similar efectúan las ciencias de la conciencia.

A la vez interiores y exteriores a la realidad empírica y fenomenológica, cuando extraemos y separamos los objetos racionales de los objetos empíricos y fenomenológicos a que los habíamos referido ¿dónde se encuentran y permanecen? Abstractos y universales, separados de toda conexión con otros conocimientos, los objetos racionales quedan fijados en la conciencia, donde podemos encontrarlos en su condición de abstractos y universales. Se establecen allí, como objetos racionales, inteligibles y coherentes. En cuanto están en la conciencia, o sea en cuanto la conciencia tiene conciencia de ellos, son interiores a la conciencia.

Los estableció allí la razón, algunos de ellos suscitados por la intelección racional de lo percibido empíricamente y lo captado fenomenológicamente, y a otros los pone en la conciencia sin la mediación empírica y fenomenológica, por el accionar independiente de la razón en sí misma, que construye nuevos conceptos e ideas, hace cálculos, formula silogismos, elabora metáforas, etc. Podemos, en efecto, efectuar complejas operaciones matemáticas, razonamientos lógicos, elaboraciones simbólicas y construcciones geométricas, en completa desconexión con la realidad empírica que percibimos y la realidad fenomenológica que captamos.

De lo anterior parece poderse extraer, en relación a la pregunta por el origen de los objetos racionales, que ellos –siempre y en todo caso establecidos por la razón – pueden generarse, o bien en base a información proporcionada por la experiencia empírica y fenomenológica (el procedimiento que suele denominarse inductivo), o bien por elaboración autónoma de la razón en base a otros objetos racionales (el procedimiento deductivo).

Pero más allá de esto, y en lo principal que importa en nuestra indagación, el hecho es que llegan a encontrarse en la conciencia, y a ser interiores a ella, innumerables objetos racionales (lógicos, simbólicos, matemáticos y geométricos) inteligibles y coherentes unos con otros. Esta interioridad nos permite apreciar que la conciencia es racional, o más exactamente, que ha llegado a ser racional cuando los objetos racionales y sus relaciones de coherencia matemática, lógica, semiológica y geométrica se han establecido en ella. Dicho de otro modo, la conciencia razona lógicamente, simbólicamente, matemáticamente y geométricamente como consecuencia de la interiorización de la realidad racional en ella. Lo podemos expresar también diciendo que la conciencia tiene (adquiere) una estructura racional: lógica, semiológica, matemática y geométrica.

La estructura racional de la conciencia aparece, así, coincidiendo y correspondiendo con la estructura lógica, semiológica, matemática y geométrica de la realidad empírica y fenomenológica. Es esta coincidencia o correspondencia la que hace posible que el procesamiento racional de los objetos lógicos efectuado al interior de la conciencia y desconectado de la observación empírica y de la captación fenomenológica, conduzca a conclusiones que podemos después aplicar, encontrar y verificar en la experiencia empírica y en la experiencia fenomenológica.

No son éstas, sin embargo, verdades de nivel ontológico que impliquen afirmar que los objetos racionales tengan existencia real, como verdaderos seres, en la conciencia y en las realidades empírica y fenomenológica. Del mismo modo en que del análisis de la experiencia empírica concluimos que la realidad empírica es solamente empírica, y del análisis de la experiencia fenomenológica concluimos que la realidad fenomenológica es solamente fenomenológica, el análisis epistemológico de la experiencia racional nos lleva a concluir que los objetos lógicos, semiológicos, matemáticos y geométricos son solamente realidad racional; pero realidad racional conectable -debemos agregar en este caso- a la realidad empírica y fenomenológica.

Pero el análisis epistemológico de la experiencia cognitiva racional nos ha proporcionado sobre las realidades empírica y fenomenológica un conocimiento nuevo, que no era posible alcanzar desde las solas experiencias empírica y fenomenológica, a saber, que la realidad empírica y la realidad fenomenológica son ellas mismas racionales, esto es, referibles a “algo otro”, inteligibles y coherentes. Ellas -la realidad empírica y la realidad fenomenológica, incluida la conciencia misma- aparecen ante la experiencia cognitiva racional como teniendo estructuras y comportamientos racionales. Y es por estas estructuras y comportamientos racionales de las realidades empírica y fenomenológica que podemos acceder a un conocimiento racional de ellas, siendo ellas mismas susceptibles de conocimiento racional.

Las que conocimos primero como realidad solamente empírica y como realidad solamente fenomenológica, cada una encerrada en su "monismo", se nos muestran ahora, en cuanto establecidas ambas como racionales por la experiencia racional, respectivamente como realidad empírico-racional y como realidad fenomenológico-racional (o como conciencia racional), y ambas ya no totalmente separadas o encerradas en su respectivo monismo, sino conectadas y conectables entre sí, en razón de su común racionalidad.

A nadie puede escapar la importancia de esta conclusión sorprendente, cuyo análisis ha de llevarnos a aún más insospechadas conclusiones sobre la realidad en cuanto objeto de experiencias cognitivas distintas e interrelacionadas.

La realidad racional pura y las ciencias positivas impuras.

El análisis de la experiencia racional en su conexión con las experiencias empírica y fenomenológica nos puso ante numerosos objetos racionales conectables a los objetos empíricos y fenomenológicos. Pareciera, sin embargo, que ciertos objetos racionales no fueran susceptibles de conexión directa e inmediata con los objetos empíricos y fenomenológicos. ¿Es que hay objetos racionales puros que permanecen inevitablemente desconectados de todos los objetos empíricos y fenomenológicos? ¿Es que los objetos racionales son más que los objetos empíricos y fenomenológicos? ¿Es que todos los objetos racionales pueden establecerse separados de toda realidad empírica y fenomenológica, en su pura racionalidad?

Son interrogantes que surgen a partir del hecho que llegamos a concebir racionalmente ciertos números, conceptos, símbolos y figuras geométricas de los cuáles no encontramos referentes en la realidad empírica ni en la realidad fenomenológica. De hecho, formulamos conceptos que sabemos no corresponden a objetos empíricamente perceptibles ni a objetos fenomenológicamente captables; por ejemplo, los conceptos de infinito, ilimitado, eterno, nada, perfecto, absoluto, no tienen referentes empíricos ni fenomenológicos, y sin embargo nos son inteligibles y los podemos relacionar coherentemente con otros objetos racionales. Similar cosa ocurre con los números y las figuras geométricas. Si bien toda la matemática se construye a partir de los llamados "números naturales" (1,2,3,etc.) con que contamos las cosas, las operaciones racionales que efectuamos con esos números sin hacer referencia a la realidad empírica permiten establecer como realidad racional otros tipos de números, como los números enteros negativos (-1, -2, -3, etc., resultado de la operación de sustracción o resta), números llamados "racionales" (2/3, 8/3, 0,6, etc., que aparecen en la operación de fracciones), números llamados "irracionales" (raíz de 2, raíz de 3, pi, etc.), números "imaginarios" (como raíz de -1), y otros aún más complejos y abstractos (los llamados "cuaterniones" y "octeriores"), que resultan de diversas operaciones de cálculo matemático. En otro ámbito, la poesía testimonia la elaboración de metáforas y otros objetos simbólicos que carecen de referentes empíricos y fenomenológicos.

Así, mediante el operar de la sola razón se establece una multitud de objetos matemáticos, lógicos, simbólicos y geométricos interrelacionados, constitutivos de una extraordinariamente compleja realidad racional, independiente de las realidades empíricas y fenomenológicas.

Esta suerte de sobreabundancia de los objetos racionales respecto a los objetos empíricos y fenomenológicos viene a sumarse a otro hecho notable del que ya hicimos alusión anteriormente, a saber, que a un mismo objeto empírico o fenomenológico podemos conectarle innumerables números, conceptos, símbolos y figuras geométricas. Percibo un árbol y puedo referir a este objeto empírico conceptos tan variados como los de cosa, figura, materia, vegetal, frutal, ciruelo, frondoso, viviente, crecimiento, reproducción, injerto, grande, cuerpo, amplitud, antiguedad, belleza, desnudez, presencia, luminosidad, forma, cobertura, movimiento, y muchísimas otras, pudiendo aplicarle toda la lógica. Veo una montaña y puedo conectarle todos los números y figuras geométricas, desplegando con ellos toda la matemática y la geometría. Observo un águila y la conecto simbólicamente con la avidez, la audacia, la agresividad, la protección, la espiritualidad, etc.

Pues bien, lo más sorprendente para el análisis epistemológico no es el surgimiento de una interminablemente multiplicada realidad racional en la conciencia misma, sino que toda ella en su interminable complejidad, incluidos los objetos racionales que no tienen referente empírico ni fenomenológico directo, pueden ser relacionados de algún modo con toda la realidad empírica y fenomenológica. Mediante este relacionamiento directo e indirecto se descubre en la realidad empírica y fenomenológica una complejidad racional que parece superar las posibilidades cognitivas de la conciencia racionalmente estructurada. Dicho de otro modo, las realidades empírico-racional y fenomenológico-racional se muestran ante la conciencia como objetos de un conocimiento racional que no ha de terminar nunca, de modo que aquellas continuarán siendo por siempre incompletamente conocidos, o lo que es lo mismo, que inevitablemente permanecerán parcialmente desconocidos para la conciencia y la razón.

Es así que, por ejemplo, mediante operaciones lógicas y cálculos matemáticos que procesaron múltiples conceptos abstractos y números complejos (racionales, irracionales e imaginarios) se elaboraron las teorías de la relatividad y la teoría cuántica, que aplicadas a la realidad empírica hacen aparecer ante el conocimiento científico las estructuras relativista y cuántica de la realidad física. Estas estructuras complejas de la realidad empíricamente percibida se consideran verificadas científicamente cuando experimentos de laboratorio, perceptibles en su empiricidad, muestran que la realidad empírica se comporta o reacciona empíricamente conforme a las conclusiones inferidas y deducidas en las operaciones racionales. Pero siendo el resultado de la combinación de dos experiencias cognitivas distintas -la experiencia empírica y la experiencia racional-, la realidad así constituida, en los casos mencionados como realidad relativista y realidad cuántica, no puede ser considerada ya puramente realidad empírica, sino realidad empírico-racional: establecida por ambas experiencias cognitivas operando en cierta mutua conexión.

Es importante considerar que, al ser de este modo conformada, la realidad empírico-racional presenta múltiples posibilidades, pudiendo establecerse en diversos niveles, amplitudes y profundidades teóricas, teniendo sin embargo como referente la misma realidad empírica. Es así como se constituyen las distintas ciencias positivas, cada una de ellas combinando algunos conjuntos de datos e informaciones empíricos con algunos conjuntos de ideas, símbolos, números y figuras geométricas.

Las llamadas ciencias físico-matemáticas, por ejemplo, delimitan un campo de conocimiento constituido por cierto conjunto de datos e informaciones empíricas que consideran unidamente como "realidad física", y relacionan y aplican a ellos ciertos específicos conjuntos de conceptos que procesan lógicamente, de números que calculan matemáticamente, y de figuras que analizan geométricamente. En razón de que el nivel de realidad empírica que consideran es el de las fuerzas más generales presentes en toda la naturaleza (physis), se las llama ciencias físicas; y en razón de que su tratamiento racional se basa principalmente en el cálculo matemático, se las denomina ciencias físico-matemáticas. Dentro de esta amplia ciencia, la física newtoniana, la física relativista, la física cuántica, etc. constituyen construcciones científicas (llamadas teorías) que hacen referencia a esa misma realidad empírica pero considerando de ella conjuntos de datos e informaciones más específicos, procesados por también más específicos conjuntos y niveles de conceptos y cálculos matemáticos.

Las ciencias biológicas hacen lo suyo, delimitando un diverso conjunto de objetos empíricos (el de las realidades orgánicas vivas), que procesan con otro conjunto de conceptos, símbolos, números y figuras. Dentro de ésta, la botánica, la zoología, la biología del desarrollo, la biología molecular, etc. especifican sus campos particulares de realidad empírica y operan con conjuntos también delimitados de objetos racionales.

Así proceden todas las ciencias, incluidas las llamadas ciencias humanas y sociales como la psicología, la sociología, la historia, la economía, y también otras disciplinas que seleccionan sus objetos empíricos con criterios bastante particulares y curiosos, por ejemplo, la filatelia y la numismática, que estudian las estampillas o las monedas, y que utilizan distintos conceptos, símbolos, números y figuras geométricas en sus análisis.

Esta pluralidad y multiplicación de las ciencias y de sus variadas teorías se explican tanto por la inmensa multitud y variedad de los objetos empíricos, como por la interminable profusión de objetos racionales que les pueden ser referidos o aplicados. Es cierto que todos los objetos empíricos son constitutivos de una única realidad empírica, y todos los objetos racionales constituyen una sola realidad racional coherente en todas sus partes, de modo que podría hipotetizarse una única ciencia positiva unificada que a todas las integre. Pero esta integración de todas las ciencias positivas en una ciencia positiva única y completa no parece posible, en atención a la limitada capacidad de cada sujeto humano para acceder a, y retener en su conciencia, todos los objetos empíricos y racionales. Además, como los objetos empíricos no son un conjunto estático y permanente sino que proceden y cambian constantemente, apareciendo siempre nuevos datos e informaciones, y como también los objetos racionales proceden y surgen nuevos por el operar de la razón, no cabe sino aceptar que el conocimiento científico positivo es inevitablemente parcial y está siempre haciéndose y evolucionando. Surgen constantemente, pues, nuevas teorías que establecen nuevas realidades empírico-racionales relacionadas unas con otras y, en cierto modo, yuxtapuestas.

Estas teorías, sometidas a verificación empírica por un lado, y a la prueba de la coherencia racional por el otro, resultan incorporadas al conocimiento empírico-racional, o sea al conjunto de las ciencias positivas en constante desarrollo. El trabajo científico puede ir uniendo estas ciencias, mediante el establecimiento de conexiones entre las realidades empíricas estudiadas por las ciencias antes separadas, y relacionando los objetos racionales que cada una de ellas emplea en su conocimiento. Pero una cosa es el desarrollo y la unificación progresiva de las ciencias y otra la pretensión de alcanzar una ciencia unificada completa y definitiva.

Algo similar ocurre con las ciencias fenomenológicas o ciencias de la conciencia. Los objetos fenomenológicos son también variadísimos y múltiples, y surgen siempre nuevos en la conciencia, en diferentes niveles de profundidad. Seleccionando algunos de ellos y conectándoles ciertos conjuntos de objetos racionales específicos, surgen las distintas ciencias y teorías fenomenológicas. Estando los objetos fenomenológicos relacionados en la conciencia y siendo todos parte de una misma realidad fenomenológica, teóricamente puede hipotetizarse una ciencia unificada de la conciencia; pero tampoco ella podrá considerarse nunca plena y completamente establecida, pues los objetos fenomenológicos están en constante devenir y cambio, y surgen siempre nuevos en la conciencia, del mismo modo que nuevos objetos racionales se presentarán en la conciencia y podrán aplicarse y conectarse a aquellos.

Lo que no parece poderse siquiera hipotetizar es la unificación de las ciencias empíricas y las ciencias de la conciencia, pues las realidades empírica y fenomenológica son recíprocamente exteriores, en cuanto establecidas por distintas experiencias cognitivas. La unión que entre ellas puede establecer la realidad racional no resulta suficiente para conectarlas sino formalmente, pero no en cuanto a sus respectivos referentes empíricos y fenomenológicos, que permanecen recíprocamente exteriores, cada realidad encerrada en su respectivo "monismo".


Exterioridad e interioridad de los objetos racionales respecto a las realidades empírica y fenomenológica.

Cabe ahora interrogarse: la aplicabilidad de los objetos racionales a los objetos empíricos y a los objetos fenomenológicos, y la consiguiente posibilidad de reconducir la realidad empírica y la realidad fenomenológica a las formas racionales puras, ¿no implicará que toda la realidad empírica y toda la realidad fenomenológica no sean más que realidades racionales?

Responder afirmativamente significaría establecer un "monismo" único de la realidad racional, con el cual se negarían o superarían los dos "monismos" anteriormente establecidos, el de la realidad empírica y el de la realidad de la conciencia. Si así fuera estaríamos concluyendo que, a la luz del análisis de la experiencia de la razón, realidad y racionalidad son la misma cosa. Es lo que ciertas concepciones filosóficas han sostenido, al afirmar que "todo lo real es racional y todo lo racional es real". ¿Se justifica esta reconducción o reducción de toda realidad conocida a aquella realidad establecida por la experiencia de la razón? ¿Es que toda experiencia cognitiva es racional, y por tanto toda realidad conocida es racional, en el sentido de establecida por la razón?

No puede concluirse así de nuestro análisis epistemológico. El que podemos llamar "reduccionismo racionalista" es sólo resultado de afirmar un elemento del análisis negando otros, o sea de afirmar la interioridad de los objetos racionales en las realidades empírica y fenomenológica, negando su exterioridad respecto a ellas. Vista así, la cuestión no merecería mayor atención, si no es en cuanto exige precisar lo que implica y el sentido en que debemos entender tal exterioridad, que tiene un alcance distinto respecto a la realidad empírica del que tiene en referencia a la realidad de la conciencia.

La exterioridad de la realidad racional respecto a la realidad empírica se funda en que siendo la realidad empírica aquella que establecen los sentidos y el cuerpo perceptivos, los objetos racionales le son exteriores en cuanto inaccesibles a la percepción. Ellos (los objetos racionales) no se encuentran en la realidad empírica en su condición de inteligibles, abstractos y universales, condición en la cual no pueden ser objeto de percepción empírica. La exterioridad de la realidad empírica respecto a la realidad racional es establecida, a su vez, por la experiencia racional misma cuyo análisis epistemológico nos enseña que si bien los conceptos, símbolos, números y figuras geométricas los encuentra conectados a la realidad empírica, la razón -que no posee ojos ni cuerpo perceptivos- no los captura en ella en calidad o condición de empíricos. Los conceptos, símbolos, números y figuras geométricas no se pueden ver, escuchar, palpar en las cosas percibidas, pudiendo sólo referirse o aplicarse a éstas mediante una operación cognitiva racional.

La exterioridad de la realidad racional respecto a la realidad empírica se establece también en el hecho que muchos objetos racionales no tienen referentes empíricos (aun cuando las conclusiones de las operaciones racionales efectuadas con ellos puedan posteriormente encontrar datos empíricos que les correspondan), y se confirma además en un hecho que las ciencias positivas más avanzadas establecen, a saber, que en muchos casos las conclusiones de las operaciones racionales efectuadas por las ciencias (las soluciones de numerosas ecuaciones complejas, por ejemplo), incluidas aquellas físico-matemáticas a las que se atribuye máxima exactitud, no coinciden exactamente con lo que se manifiesta en la realidad empírica, encontrándose solamente aproximaciones estadísticas que suponen un rango de variabilidad y diferencia inexplicable racionalmente. Dicho de otro modo, la propia racionalidad de la realidad empírica establecida por la experiencia racional, no es coincidente con la racionalidad establecida por la misma razón en la conciencia.

De este modo, la exterioridad de la realidad empírica respecto a la conciencia, fundada tanto por la experiencia empírica como por la experiencia fenomenológica, se establece también como exterioridad respecto a la realidad racional; exterioridad que la misma experiencia racional reconoce. La exterioridad recíproca entre la realidad empírica y la realidad racional resulta, así, establecida por las tres experiencias cognitivas, sea directa o indirectamente, determinando la irreductibilidad de la una a la otra. Toda la realidad empírica (en cuanto empírica) es exterior a la realidad racional, y toda la realidad racional (en cuanto racional) es exterior a la realidad empírica.

Es de modo muy distinto que se presenta y entiende la exterioridad de la realidad racional respecto de la realidad fenomenológica y la conciencia. El fundamento de la exterioridad es puesto en este caso -en lo que hasta aquí hemos examinado- por el análisis epistemológico de la experiencia racional, que puede reconocer a los objetos racionales de algún modo presentes en la realidad empírica, la que siendo exterior a la conciencia implica asumir que los objetos racionales se manifestan también, de algún modo, exteriores a ésta. Además de ello, la exterioridad entre la realidad racional y la realidad fenomenológica resulta establecida por el hecho que los objetos racionales referidos a los fenómenos de conciencia se presentan claramente distintos de éstos, no pudiéndose identificar una vivencia fenomenológica con el concepto racional de ella; los cuales, a su vez, en cuanto objetos racionales puros, no resultan afectados por los fenómenos subjetivos de la conciencia.

Pero la afirmación de la exterioridad entre realidad racional y realidad fenomenológica sobre tales bases no resulta concluyente, pues como hemos observado al comenzar este análisis de la realidad racional, todo lo que dilucidamos sobre esta se le aplica en cuanto fenómeno interior a la conciencia, que es donde la conocemos. Para que fuera concluyente, la exterioridad de la realidad racional respecto a la conciencia debiera establecerse en base al análisis de la experiencia fenomenológica misma. Pero la exterioridad entre ambas realidades, establecida hasta aquí solamente por la experiencia racional misma, no ha quedado establecida por la experiencia fenomenológica. La conciencia no puede establecer la exterioridad de la realidad racional respecto a ella por exclusión, ni directa ni indirectamente. No por exclusión directa, porque los objetos racionales son asumidos por la conciencia donde se constituyen como objetos fenomenológicos; ni tampoco por exclusión indirecta, porque en su condición de objetos fenomenológicos los objetos racionales están integrados en la conciencia en cuanto racionales, o sea en su racionalidad (inteligibilidad y coherencia), en cuanto abstractos y universales. En efecto, la asunción fenomenológica de los objetos racionales es distinta de la asunción fenomenológica de los objetos empíricos: mientras estos últimos no son integrados a la conciencia en su empiricidad sino sólo fenomenológicamente, los objetos racionales sí son integrados a la conciencia en su racionalidad.

Es así que todo el análisis efectuado hasta aquí sobre la realidad racional se ha basado en, y ha versado sobre, la realidad de la razón y de los objetos racionales en cuanto fenómenos de conciencia. Aunque hayamos establecido que la experiencia racional es distinta de la experiencia fenomenológica, y que por tanto los sujetos de ambas experiencias (la razón y la conciencia) deben distinguirse así como también se distinguen los objetos racionales y los objetos fenomenológicos, todo ello, incluidas estas mismas distinciones, podrían no ser sino experiencias subjetivas, interiores de la conciencia. La exterioridad podría, así, entenderse solamente como una especie de desdoblamiento interior de la conciencia misma, que es ella misma sujeto de dos experiencias cognitivas distintas: la fenomenológica (en que aparece como conciencia autoconciente y conciente de), y la racional (en que se constituye como razón). O, más simplemente, entenderse como una exterioridad que se establece como distinción entre una parte y el todo, distinguiéndose la razón de la conciencia en cuanto sería sólo una parte de esta, así como los objetos racionales se reconocerían distintos de los fenomenológicos porque constituyen un subconjunto de la realidad fenomenológica. Tal parece ser, en efecto, la forma en que la conciencia experimenta fenomenológicamente la experiencia cognitiva racional.

Pero esto no excluye que pueda haber alguna otra forma de establecer la eventual exterioridad entre la conciencia y la realidad racional. Es lo que debemos continuar investigando, siempre a nivel epistemológico

No hay comentarios:

Publicar un comentario