lunes, 18 de octubre de 2010

La ‘Cultura-Mundo’

El filósofo francés Gilles Lipovetsky ha vuelto a hacer de las suyas, esta vez uniendo de nueva cuenta su pluma –y su reflexión, por supuesto- a la de Jean Serroy, otro escritor francés, comunicólogo y profesor de la Universidad de Grenoble, con quien ya había escrito otro libro, “La Pantalla Global”, acerca de la evolución cinematográfica.

Acaba de salir a la venta en este mes de octubre su libro “La Cultura-Mundo. Una respuesta a una sociedad desorientada”, en el que, frente a una evidente crisis de los modelos tradicionales y al fracaso de la economía para satisfacer las necesidades de todos además de los vaivenes y dislates cometidos de igual manera por la socialdemocracia y el neoliberalismo, se plantea una reforma educativa a fondo, congruente con los tiempos que corren y sus requerimientos, cuyo propósito sea, por fin, eliminar las desigualdades sociales y crear el máximo de posibilidades para todos, es decir, cumplir el imperativo de legitimidad que atañe a las sociedades civilizadas desde siempre.

Recuérdese que han pasado ya varias décadas –por lo menos desde los años 70 del siglo pasado- desde que se fue gestando un movimiento de expansión, más cualitativo que cuantitativo, de la cultura, de esa que significa compartir modos de vida y maneras comunes de enfrentar los desafíos cotidianos –grandes y pequeños- que caracteriza a las comunidades.

La eclosión inmensa del fenómeno económico impidió en un principio la percepción de que otros sistemas, como el político y el cultural, también se estaban mundializando, a mi entender, irreversiblemente.

Este nuevo libro de Lipovetsky y Serroy se divide en cuatro partes: una, que se dedica al tema de la cultura como mundo y mercado; la segunda, al “mundo como imagen y comunicación”, donde se desarrollan algunas tesis expuestas por ambos en el libro conjunto anteriormente publicado al que se hace referencia al principio; la tercera dedicada a la “cultura-mundo” como mito, pero también como desafío, y por último esa misma “cultura-mundo” como expresión de la civilización contemporánea, donde precisamente encuentra lugar la propuesta de que la enseñanza rompa con los estrechos límites que le imponen los cánones tradicionales y se convierta, en cambio, en detonador de esas condiciones más justas y equitativas que son un imperativo de nuestros días y de siempre.

La importancia del libro radica, a mi juicio, en que por fin se empieza a extender una visión de la globalidad como fenómeno integral, fundamentalmente social, y no sólo como una manifestación del expansionismo económico que es natural a los sistemas capitalistas y que tuvo una expresión muy clara durante el renacimiento.

Coincidentemente ocurre el lanzamiento del libro con un momento histórico en el que se ha agudizado una reacción de los sectores conservadores contra un efecto natural del expansionismo que ellos mismos prohijaron y que pretendió ceñirse al abatimiento de obstáculos fronterizos para la circulación de bienes y servicios –financieros, principalmente- pero no respecto de quienes debieron ser los primeros beneficiarios del fenómeno: los seres humanos, sin distinciones y sin discriminación por ninguna causa.

Esos, a los que Ulrich Beck llama “globalistas”, perdieron de vista que la globalización detonada por las nuevas tecnologías de la teleinformática, al expandir horizontes, lo hacían primero para la comunicación entre los seres humanos que, así creaban y recreaban cultura y generaban necesidades de contactos más cercanos y estrechos que los telemáticos.

En ese sentido, bueno es que un autor de la talla de Lipovetsky, al lado de Serroy, se ocupe del tema, porque ello contribuirá a generar la conciencia de que, más pronto que tarde, el progresivo proceso de globalización que experimenta el mundo dará en una ampliación de las libertades y su armonización como derechos fundamentales en el nivel global, a partir de plataformas culturales diversas, pero compatibles. Eso será, a la postre, inevitable.

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