domingo, 10 de octubre de 2010

EL MISTERIO DEL HOMBRE 8

Capítulo 7. EL ESPIRITU AL ENCUENTRO DE SI MISMO
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La primera, la más común y universal de las operaciones del hombre a través de las cuales el espíritu pareciera pretender superar y salir de su cuerpo la constituyen los sueños. Estos han sido objeto de curiosidad intelectual a lo largo de toda la historia; pero la preocupación del hombre, fascinado por la increíble riqueza de imágenes, símbolos y contenidos que se expresan en los sueños, ha estado centrada más en interpretar su significado y mensajes ocultos que en comprender el sueño mismo como estado de la conciencia y como actividad del espíritu humano. Esto es en cambio lo que nos interesa aquí en orden a la comprensión del espíritu del hombre.

La psicología considera los sueños como productos de la actividad de una dimensión oculta de la psiquis humana que denomina "inconsciente" y que se activa en ciertas fases del proceso de dormición. Ahora bien, el término "inconsciente" oculta en realidad el desconocimiento de la realidad a que alude. En efecto, no se define el conocimiento positivo de algo mediante la identificación de una cualidad negativa, en este caso, el no ser conocido, comprendido por el espíritu consciente. Además, no es del todo convincente la idea de que el "inconsciente" se haga consciente a través de esta particular actividad suya. Más razonable sería concebir el sueño como un estado particular de la conciencia, o mejor, del espíritu.

Lo que el sueño pone de manifesto de manera inmediata, en efecto, es un hecho de la mayor importancia para la comprensión del espíritu humano: qué él no se agota en la que consideramos nuestra vida consciente y la actividad que desplegamos en el estado de vigilia. La psiquis y el espíritu humano se manifiestan a través de los sueños como una realidad increíblemente más amplia, compleja y rica de cuanto aparece y de cuanto percibimos en el estado de vigilia. Nuestra experiencia consciente, o mejor, propia del estado de vigilia, es respecto a la totalidad del espíritu como la punta de un iceberg cuya mayor y más profunda realidad permanece sumergida y oculta en el océano.

Para alcanzar alguna comprensión de esa dimensión escondida y misteriosa del espíritu nuevamente podemos recurrir al análisis de los frutos o productos de su actividad: los sueños mismos.

Los sueños son el resultado de una actividad muy elaborada de nuestro psiquismo. En ellos el espíritu utiliza como materia de una elaboración subconsciente todos los materiales acumulados por la mente en su vida consciente. En efecto, el espíritu parece guardar en sí mismo todos los datos de su experiencia. "Las experiencias han mostrado -escribe Pierre Fluchaire en un muy interesante estudio sobre el sueño- que nuestro inconsciente es capaz de captar enseñanzas inaccesibles a nuestro consciente, a nuestros sentidos en el estado de vigilia. El es también una suerte de muy poderoso radar en escucha del cosmos y en particular de sus ritmos. Y él lo retiene todo. Posee una memoria absoluta, muy fiable, una memoria de computador. ¿Qué contiene este continente perdido, sumergido como la Atlántida? Verdadera enciclopedia viviente, banco de datos inaudito, todo lo que hayamos registrado en el curso de nuestra vida entera va a servir de materiales de base; y ellos van a ser combinados en el sueño en las formas originales que aparecerán. El sueño trabaja no solamente a partir de los elementos de nuestra propia experiencia, de nuestra memoria, sino que saca también del "espíritu universal", de lo que Jung ha llamado el "inconsciente colectivo", pues el hombre lleva en sí mismo toda su historia, aquella de la humanidad e incluso la de la vida. De allí proceden las ideas venidas "no se sabe de donde". Y ello aumenta aún la riqueza de esta fuente, que llega a ser infinita".([1])

Pues bien, ¿qué hace el espíritu con este material infinito de la experiencia humana? Lo combina, lo trabaja de un modo paradojal y sorprendente que no respeta las leyes de la física y de los cuerpos. Allí no funciona -se dice- la lógica. En realidad, la lógica y el orden operan y reinan poderosamente en los sueños. Lo que no se respeta son, en cambio, las propiedades de la materia y de los cuerpos. En los sueños los cuerpos pueden volar, las murallas atravesarse, la materia cambiar de tamaños, los elementos naturales y las actividades de los hombres combinarse de las maneras más inauditas.

¿Qué significa esto, desde el punto de vista del proceso del espíritu que estamos examinando? En verdad, puede interpretarse muy plausiblemente como un proceso a través del cual el espíritu se esfuerza por escapar de los rígidos condicionamientos dados por las leyes de la materia y el cuerpo. Se trata, como señala el autor mencionado, de "desmaterializar la materia", de superar la corporalidad de nuestra experiencia. En efecto, en los sueños, las imágenes de las cosas, de los objetos y de las acciones no son materiales sino simbólicos. El sueño convierte en símbolos todos los datos de la experiencia con que trabaja.

Vale la pena leer algunos otros párrafos del mencionado estudio de P. Fluchaire: "Es gracias a los sueños que nosotros podemos explorar ese continente desconocido sumergido en el fondo de nosotros mismos y descubrir entonces un verdadero jardín del Edén donde se encuentran en abundancia regalos de un valor excepcional. Y nosotros podemos traer a la superficie todos esos tesoros por el sueño, que es el lugar y el medio de comunicación entre nuestro consciente y nuestro inconsciente. (...) Nuestro inconsciente es mucho más vasto que nuestro consciente. (...) Nuestro inconsciente es también, por esencia, artista, creador, inventor; pareciera que ésta fuese incluso su función principal: él posee una imaginación extraordinaria, incluso en aquellos que tienen muy poco de ella de manera consciente. (...) Ben Sweetland, el autor de La fortune en dormant, propone reemplazar la palabra inconsciente por "espíritu creador". (...)

Además, nuestro inconsciente no duerme jamás, él está despierto desde nuestro nacimiento hasta la muerte. Y se puede utilizar plenamente sus fuerzas, sus dones, cuando el consciente está en reposo o puesto al sereno".([2])

Ahora bien, retomando el hilo de nuestra reflexión sobre el hombre en el punto en que la dejamos en el capítulo anterior, concluiremos que nuestro espíritu corporal, en su proceso de actualización de sí mismo, volcado a hacer surgir en plenitud su propia dimensión espiritual, despliega como dos movimientos simultáneos: se esfuerza por un lado en espiritualizar el cuerpo y la materia, lo que hace principalmente a través de las potencias de la inteligencia, la afectividad, la imaginación y la voluntad desplegadas en el estado de vigilia, y al mismo tiempo se esfuerza por trascender su cuerpo y la materia buscando en cierto modo "salir de él" y escapar de su estrecha prisión y de sus rígidas leyes. El sueño, en efecto, nos pone de manifiesto la extraordinaria libertad que puede alcanzar el espíritu; la libertad y creatividad que se encuentran en cierto sentido oprimidas, estrechas, condicionadas, en los estados de conciencia en que no podemos dejar de estar conscientes de nuestra corporeidad.

Planteadas las cosas en estos términos, se presenta una posibilidad aún más fascinante. Sabemos que el sueño es un estado de actividad del espíritu, del "inconsciente", cuando el hombre se encuentra dormido. Ahora bien, los sueños aparecen en una fase del ciclo de la dormición que no es precisamente la más profunda, como lo demuestran las investigaciones científicas que han estudiado y medido los niveles de actividad cerebral en las varias etapas por las que pasa el hombre cuando duerme. En las fases más profundas del sueño, el cerebro se encuentra verdaderamente dormido, con un mínimo de actividad cerebral, ajeno a toda realidad externa o corporal; en esas fases de sueño profundo, el hombre no sueña. Reposa.

¿Reposa el hombre? ¿Reposa el espíritu? ¿O reposa solamente el cuerpo, el cerebro, mientras el espíritu mantiene algún desconocido nivel de actividad? Recurramos nuevamente a nuestro autor, que nos sugiere una hipótesis fantástica... pero que en el marco de nuestra reflexión sobre la esencia espiritual del hombre adquiere particular relevancia.

Aquí el autor no está refiriéndose a los sueños sino al dormir o estado de dormición. Escribe Fluchaire: "Dormirse es entrar en un lugar, o más bien en un estado en el cual nos podemos abrigar, refugiar. Pero esta función de refugio, de protección contra un ambiente hostil, para escapar de algo o de alguien, corresponde aún a una concepción pasiva e incluso un tanto negativa del sueño. La función del dormir va mucho más allá de la simple necesidad de reposo, de tranquilidad, de seguridad. Y podemos plantearnos esta interrogante: en este refugio ¿qué encontramos? Y entonces iremos a descubrir otra función mayor del dormir. Existe en efecto, más allá de la función defensiva del sueño, el deseo profundo, la necesidad vital, para cada humano, de encontrarse cada noche consigo mismo, solo en su jardín interior, en su oasis personal y secreto. (...) Cuando ha cerrado los ojos y la luz, le es imperioso encontrarse solo en el mundo, en su habitación interior. (...) Cada hombre tiene absolutamente necesidad de esta reunión "con", o mejor dicho "en" él mismo cada noche".

"¿Qué es el dormir?", se pregunta más adelante. "Ante todo lo que no es: no es inconsciencia. (...) En occidente se confunde en general la conciencia con los contenidos de la conciencia. (...) La dormición no es la inconsciencia, la ausencia de conciencia, si lo fuera no tendríamos conciencia de haber dormido e incluso no podríamos despertarnos. El dormir es conciencia de nada, lo que es totalmente diferente y aún lo inverso. (...) El sueño no es, como creen los Occidentales, un estado subconciente en el cual la conciencia está disminuída, o un estado de pérdida de la conciencia. Es preciso no confundir conciencia con vigilancia. La dormición, por el contrario, es "pura conciencia", intemporal (se está en el no-tiempo) en la inmensidad no dual. (...) El Vedanta nos dice que dormir es tener experiencia de Brahma, de la más alta realidad; esta realidad inmensa, esta materia prima de la que está hecho el mundo. (...) Es por lo que los Upanishads consideran el dormir una experiencia metafísica fundamental y le atribuyen un valor extremo. (...) Pero no hay que confundir: dormir es experiencia de Brahma pero no conocimiento de Brahma que es la realidad suprema. Es por ello que entrando ignorantes al sueño salimos ignorantes de él".

"En la lengua francesa -prosigue el autor- la palabra meditación es fuente de confusión. Pues la meditación verdadera no es una concentración del pensamiento, ni una reflexión, ni la atención en un sujeto u objeto, ni una suerte de evasión, una estimulación emocional o una gimnasia intelectual. Ella no es una actividad mental especial superior ni una especie de experiencia trascendental. Ella es una liberación de todo ello; ella se sitúa más allá del pensamiento en un estado de total silencio interior. (...) Así la justificación deslumbrante del dormir es ésta: algunos hombres, durante el día y fuera del sueño, pueden estar en este estado de vigilancia interior; pero todos tenemos necesidad, cada noche, de estar (y lo estamos durante el sueño profundo) en este estado. Tal es su razón de ser, irreemplazable; tal es su esplendor sin límites. Y mientras nuestros cuerpos dormidos están acostados, nuestra conciencia, ella, se despierta y se pone de pié".([3])

Tal es, en efecto, el sentido profundo de la espiritualidad oriental: hacer surgir el espíritu del hombre, sumergirlo en su propio elemento espiritual, mediante el apagamiento de todos nuestros sentidos, de todas nuestras potencias, de nuestro intelecto, voluntad, imaginación; el cese de toda actividad para poner el espíritu en su elemento puro.

La religiosidad y espiritualidad oriental están orientadas, en líneas generales, a producir en el hombre un estado de paz interior por el apagamiento de todos los intereses, pasiones y motivaciones que lo agitan y fragmentan en su vida consciente. En ésta la vida cotidiana, la mente del hombre se encuentra condicionada por todo aquello que le ha sido entregado a través de la educación y la experiencia social y que se ha en cierto sentido introducido en su propia conciencia. La cultura, la civilización, la vida consciente, condicionan la mente y las potencias del hombre y lo impulsan a responder de alguna manera particular a las palabras, estímulos, relaciones y desafíos del exterior. Así, en cierto sentido cada uno de nosotros lleva en su interior a la sociedad entera, con todas sus divisiones, conflictos y contradicciones.

El espíritu del hombre quiere y requiere liberarse de todo eso para encontrar la paz. Para ello impone sobre sus potencias conscientes el silencio, el vacío, y busca establecerse en un espacio interior donde los pensamientos no se mueven y la conciencia del yo y del mundo exterior no funcionan. Se transita así desde una vida fragmentaria y escindida hacia una vida armoniosa y no dividida. La soledad, el vaciamiento interior es una liberación de todas las determinaciones e identificaciones. Es el estado de meditación, en el sentido oriental de la expresión. La meditación sería ese estado de conciencia en donde el yo no se mueve en absoluto, en donde la mente reposa, en donde no hay distracción ni motivación; es la cesación del movimiento, del tiempo y del yo, que entran en una verdadera suspensión. La mente entra en la no-acción. No hay relación con lo sentido, lo conocido, lo material y lo social. Así entendida, la meditación sería el apagamiento de todas las energías condicionadas y la activación de las energías incondicionadas. Allí la mente se encuentra en las raíces de su ser, tal como es y siendo lo que es.
Verdaderamente, la semejanza de la dormición con este estado de meditación tal como lo exponen los místicos orientales resulta sorprendente. Tal vez la función última del sueño sería, precisamente, acercarnos "incoscientemente" a una dimensión interior del espíritu, haciéndonos vislumbrar su existencia, a la cual podemos acceder también en estado de vigilia.

Nos preguntamos ahora: ¿es ese el único camino a través del cual el espíritu busca trascender su corporeidad? La experiencia de la espiritualidad y de la mística cristiana recorre un camino muy distinto y nos abre a nuevas y aún más profundas realidades espirituales. Es lo que debemos profundizar ahora continuando nuestra búsqueda de la actualización de nuestra esencia espiritual.








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[1] Pierre Fluchaire, La Révolution du sommeil, Editions Robert Laffont, Paris 1984, pág. 216. (Nuestra traduc­ción).
[2] P. Fluchaire, cit. pág. 216.
[3] Cit., págs. 108-110.
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