¡No sé porque me insistes tanto en que lea a Shakespeare! ¡Como tampoco sé la razón de que constantemente me estés hablando de éste escritor inglés! –le dijo el Aprendiz a su amigo el Sabio.

Te hablo mucho sobre éste autor –le contestó el Sabio-, por la sencilla razón de que se trata del más grande escritor que ha dado la humanidad; y además, porque solamente Shakespeare nos puede enseñar cómo navegar mejor en la vida, más que muchísimos escritores juntos. Y es que Shakespeare, seguramente, es el autor que más ha penetrado en los secretos de la vida humana, y también, por el hecho de que Shakespeare es el entendimiento más profundo, vasto y universal, que jamás haya existido.

¡Estoy impaciente de que me cites algunas reflexiones de éste genio! – afirmó el Aprendiz. Empecemos, le dijo su amigo. En su obra titulada, “Los dos Caballeros de Verona”, Antonio, uno de los personajes, exclama:

“La experiencia se alcanza con el esfuerzo, y se perfecciona con el veloz curso del tiempo”.

Es necesario considerar –afirmó el Sabio-, que la experiencia es el caudal de conocimientos, especialmente de índole práctica, que uno adquiere en la vida diaria o en el ejercicio de alguna ocupación.

Pero el problema radica –continuó hablando el Sabio-, en que no podemos alcanzar la valiosa experiencia por el solo hecho del paso del tiempo. Decía Goethe, que “El trabajo hace al obrero”, y Nietzsche por su parte, nos aconsejaba que a fin de poder dominar un oficio, era necesario poseer “una robusta conciencia de artesano”. Todos conocemos a personas de edad muy avanzada, que gozan de muy poca experiencia en la vida. Y es que la experiencia no es sinónimo de “tiempo”. La experiencia sólo se alcanza en la medida en que realmente queramos adquirirla. Si nuestra mente está cerrada y sólo habita en ella los prejuicios, la intolerancia, las creencias irracionales, resulta claro, que la persona no puede adquirir Experiencia.

Una sola experiencia puede transformar para bien o para mal la vida de una persona. A lo largo de nuestra existencia, nos suceden una gran cantidad de eventos (buenos y malos) que pueden llevarnos a la sabiduría, o bien, conducirnos a estrechar nuestro entendimiento y nuestro criterio.

La misma vida (lo que hacemos, más lo que nos sucede), se puede convertir en nuestra mejor universidad, siempre y cuando pongamos mucha atención en lo que queremos hacer y en lo que nos sucede, a fin de poder saber cuáles son las lecciones que podemos aprender de los golpes de la vida.

Y esto es lo que precisamente nos dice Shakespeare cuando en voz de Antonio, advierte: “La experiencia se alcanza con el esfuerzo, y se perfecciona con el veloz curso del tiempo”.

Shakespeare vincula la idea de “la experiencia…”, con la idea de “el esfuerzo…”. Es decir, que para Shakespeare, no podrá haber experiencia sin esfuerzo. Y el esfuerzo implica un empleo enérgico de nuestra fuerza física; o bien, un empleo enérgico de nuestro entendimiento y voluntad, a fin de obtener alguna cosa. Además, todo esfuerzo implica que hagamos las cosas y aprendamos con ánimo y valor.

¡Estupenda reflexión! –exclamó el Aprendiz.

Dado tu interés en Shakespeare, te voy a compartir otra reflexión –le dijo el Sabio, y precisamente, de la misma obra, “Los dos Caballeros de Verona”. Uno de los personajes, llamado “Proteo”, exclama:

“¿Qué, se ha ido sin una palabra? Sí, así debería obrar el amor verdadero. No puede hablar, pues la verdad más se enaltece con hechos que con palabras”.

Shakespeare en ésta reflexión señala que “las verdad más se enaltece con hechos que con palabras”. En el trato humano, lo más fácil es decir palabras dulces y ofrecer promesas. “El prometer no empobrece”, nos dice éste refrán tan popular. Podemos hablar muy bien de la verdad, pero hay ocasiones, en que la verdad o ciertas situaciones no las pueden salvar solo las palabras, sino nuestras obras, nuestros hechos.

Un refrán muy popular dice: “Obras son amores y no buenas razones”. Ante una determinada situación, podemos justificarnos y escondernos con palabras. Al igual que Shakespeare decía en otra de sus obras: “Palabras, palabras, palabras…”.

Nuestras “buenas razones”, constituyen en muchísimos casos, solamente el parloteo hueco y excusas que demuestran nuestra falta de interés o de amor. “Hechos, no palabras”, decía una máxima de la Roma Antigua. Y la Biblia dice: “Por sus hechos los conocereís”.

Cuando se necesite, dejemos a un lado las promesas que se las lleva el viento; no demos “buenas razones”, que sólo demuestran nuestra pereza y nuestra falta de interés y de amor. En cambio, mostremos nuestras “obras”, actuando y haciendo de nuestros hechos, la Joya de la Corona. Recordémoslo siempre, siempre: “Obras son amores y no buenas razones”.