John L. O’Sullivan, en 1845, como un intento de explicar los afanes expansivos de los Estados Unidos y justificar su reclamo de nuevos territorios, publicó un artículo intitulado “The Great Nation of Futurity”, que apareció en la publicación “United States Magazine and Democratic Review”, con la expresa intención de apoyar la anexión de Texas a los Estados Unidos, y ella -tanto como el argumento que identificaba- fue ampliamente acogida y empleada como justificación de las pretensiones de incorporar California y Oregon.

Nacía entonces la llamada “doctrina del destino manifiesto”, que no es otra cosa que la pretensión de que el legítimo destino de los Estados Unidos es extender sus dominios y dar cauce a los afanes imperialistas que ello implica.

De suyo, se desarrolló con mucho vigor y se extendió su aceptación política generalizada en la década que se inició en el año de 1840, periodo durante el cual el territorio de ese país creció inusitadamente: Se incrementó en más de un millón de millas cuadradas, buena parte de las cuales correspondían a los territorios cercenados a México, destacadamente a Texas.

Para justificar esa ridícula pretensión se han expuesto razones incluso de carácter religioso, invocando a la Providencia como fuente de legitimidad para justificar un expansionismo mucho más claramente fincado en la muy mundana ambición de acumular riquezas, que en cosa otra alguna.

Sin embargo, la mística de que sus impulsores imbuyeron a la doctrina prendió bien y pronto adquirió el sentido de una misión materializada en la inevitabilidad de erigirse en guardianes de las libertades y los valores de una democracia que, sin embargo, era selectiva y discriminatoria, puesto que de ella se excluían a todos aquellos que no fueran blancos, anglosajones y protestantes.

Con el tiempo se convirtió en una verdadera mística nacional, “la filosofía que abarca la historia estadounidense como un todo… una ideología intangible que creó la historia estadounidense. En su forma más simple… el cuerpo sistemático de conceptos y creencias que impulsó la vida y la cultura estadounidenses”, según lo expone Michael T. Lubragge (Manifest Destiny; Department of Alfa-informatica; University of Groningen; HYPERLINK “http://odur.let.rug.nl/~usa/E/manifest/manif1.htm” http://odur.let.rug.nl/~usa/E/manifest/manif1.htm).

Es ese determinismo irracional el que llevó, en lo que ha dado en llamarse “el corolario Bush” de esa doctrina, a declarar la “guerra preventiva” a ese indeterminado y difuso enemigo -cómodo, por lo tanto, para justificar acciones bélicas concretas- que es “el terrorismo”, y a su culminante momento, la muerte de Osama bin Laden -sin juicio y condena previos- que con bombo y platillo fue anunciada por Barak Obama.

Tras la tan reciente visita de este último presidente a nuestro país -un hombre carismático, de mejor talante que su antecesor y desde luego más inteligente- bien valdría la pena preguntarnos como será que la convicción de que es ese país el guardián de toda virtud sobre la faz de la tierra se expresará desde el estilo personal de gobernar de Obama, quien dio muestras de disposición innegable para cooperar con nuestro país en renglones que a su país interesan, pero no se mostró muy decidido a contener los vectores que en el nuestro alimentan la violencia salida de madre y el lacerantemente indigno trato prodigado a los migrantes, cuyo delito mayor es atender a su propio y manifiesto destino de vivir, ya no se diga dignamente, sino apenas en condiciones de supervivencia.

Creo en la buena intención del señor Obama y en su bonhomía. La pregunta es, suponiéndole determinación en la atención de tales problemas, ¿podrá vencer esa secular y tan extendida inercia en el plazo corto que resta a su administración?

Podría, cuando menos, atender los más urgentes reclamos y sentar las bases para empezar por civilizar a los de casa, sin hostigar a los vecinos del mundo, según me parece. Ojalá que así sea y ocurra sin anacrónicas
pretensiones coloniales.