Víspera de la visita de Juárez a Saltillo
La más espontánea de las bienvenidas que jamás se ha tributado a un personaje fue la que Saltillo dio a Benito Juárez el 9 de enero de 1864.
Los Coahuilenses se volcaron en una demostración de hospitalidad con un doble significado, porque se recibía a un puñado de patriotas casi derrotados y porque le darían alojamiento a una república que se caía en pedazos.
Todos los males parecían conjugarse sobre los republicanos que vagaban por áridos y peligrosos caminos con la incertidumbre de caer en una emboscada, lamentablemente acosados por el desaliento y la defección.
Así se recibió la noticia en Saltillo del arribo del presidente indio, a quien se le tenía un cariño especial en la región, a pesar de los rumores que corrían sobre la tirantez de las relaciones entre la República y el Gobierno de Nuevo León, porque por una burda y negra maniobra de su gobernante, Santiago Vidaurri, había desaparecido la soberanía de Coahuila anexándola a su dominio.
Los saltillenses se pasaron en vela la noche del 8 de enero, cuidando todos los detalles de los preparativos de la recepción.
Los acompañantes del Presidente Juárez pernoctaron con él en la Hacienda de Buenavista, distante 10 kilómetros al sur de la
ciudad.
Amaneciendo el día 9 se veía a las amas de casa regando y barriendo sus banquetas y las calles, comunicándose las novedades y se veía a los vecinos en continuo ajetreo.
Se percibía un fuerte olor a tierra mojada que penetraba por los poros. Las casas fueron adornadas con guirnaldas, cortinas, festones y gallardetes, colocando en los pretiles, cazuelas provistas de grasa y mechones para la iluminación general que se proyectaba, mientras que la enseña patria ondeaba en todos los edificios públicos.
El frente que en gentil competencia se disponía a salir a Buenavista o cuando menos salir al camino real a pié, a caballo, carretones o como se pudiera, pero todos querían ser los primeros en saludar a quienes representaban y defendían a la patria.
Los miembros del ayuntamiento y el comandante militar se dirigieron con prontitud desde temprana hora a Buenavista para ponerse a las ordenes del supremo gobierno.
Se instalaron comisiones a lo largo del camino, estando la principal en la garita del Ojo de Agua, la calle Real, hoy de Hidalgo, era un hormiguero humano donde los vecinos lucían sus mejores atuendos, alternándose, según su posición económica y social, ansiosos de contemplar de cerca al ilustre indio de Guelatao y sus acompañantes.
(Tomado de columna periodística “Las Cosas de Coahuila” de Álvaro Canales Santos)
Los Coahuilenses se volcaron en una demostración de hospitalidad con un doble significado, porque se recibía a un puñado de patriotas casi derrotados y porque le darían alojamiento a una república que se caía en pedazos.
Todos los males parecían conjugarse sobre los republicanos que vagaban por áridos y peligrosos caminos con la incertidumbre de caer en una emboscada, lamentablemente acosados por el desaliento y la defección.
Así se recibió la noticia en Saltillo del arribo del presidente indio, a quien se le tenía un cariño especial en la región, a pesar de los rumores que corrían sobre la tirantez de las relaciones entre la República y el Gobierno de Nuevo León, porque por una burda y negra maniobra de su gobernante, Santiago Vidaurri, había desaparecido la soberanía de Coahuila anexándola a su dominio.
Los saltillenses se pasaron en vela la noche del 8 de enero, cuidando todos los detalles de los preparativos de la recepción.
Los acompañantes del Presidente Juárez pernoctaron con él en la Hacienda de Buenavista, distante 10 kilómetros al sur de la
ciudad.
Amaneciendo el día 9 se veía a las amas de casa regando y barriendo sus banquetas y las calles, comunicándose las novedades y se veía a los vecinos en continuo ajetreo.
Se percibía un fuerte olor a tierra mojada que penetraba por los poros. Las casas fueron adornadas con guirnaldas, cortinas, festones y gallardetes, colocando en los pretiles, cazuelas provistas de grasa y mechones para la iluminación general que se proyectaba, mientras que la enseña patria ondeaba en todos los edificios públicos.
El frente que en gentil competencia se disponía a salir a Buenavista o cuando menos salir al camino real a pié, a caballo, carretones o como se pudiera, pero todos querían ser los primeros en saludar a quienes representaban y defendían a la patria.
Los miembros del ayuntamiento y el comandante militar se dirigieron con prontitud desde temprana hora a Buenavista para ponerse a las ordenes del supremo gobierno.
Se instalaron comisiones a lo largo del camino, estando la principal en la garita del Ojo de Agua, la calle Real, hoy de Hidalgo, era un hormiguero humano donde los vecinos lucían sus mejores atuendos, alternándose, según su posición económica y social, ansiosos de contemplar de cerca al ilustre indio de Guelatao y sus acompañantes.
(Tomado de columna periodística “Las Cosas de Coahuila” de Álvaro Canales Santos)
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