Tome usted una jarra llena de agua y vierta ésta dentro de un vaso. Al llenarse el vaso, habrá dos posibilidades: Que usted detenga el chorro de agua y, con el vaso lleno, usted tendrá aún mucha agua en su jarra. La segunda posibilidad es obvia: Que usted siga vertiendo agua y ésta, sin poder ser contenida ya por el vaso lleno, se derrame sin remedio sobre la superficie… usted tendrá su jarra vacía, su vaso lleno y el agua derramada.

Bien. Apliquemos esta sencilla parábola en nuestra vida. Cuando somos proveedores de un bien, queremos que se prospere. Por ejemplo, proveemos el dinero a casa para el sustento diario. Queremos que el dinero alcance y lo entregamos a una persona confiable que lo hará rendir. Queremos verter el agua en un recipiente que la pueda contener sin derramarla.

Si por algún motivo notamos que el recipiente está lleno, es decir, que hemos dado suficiente dinero a una persona que sabemos que es todo lo que tiene capacidad de administrar, entonces dejaremos de verter agua o de darle dinero, porque sabemos que lo va a derramar. ¿No es verdad?

¿Pondría usted a su hijo de 10 años a manejar un auto? Seguro piensa que es responsabilidad que el niño no puede administrar y le negará el volante. Es como seguir vertiendo agua en un vaso muy pequeño. Pero permitirá que su carro sea manejado por un piloto de Fórmula 1 porque sabrá que está en las mejores manos. Sería tal vez como un vaso mucho más grande que la jarra. La jarra se vaciará y el vaso aún tendrá capacidad de contener más agua.

Bien, creo que está claro. Ahora piense que usted es el vaso. ¿De qué tamaño es el vaso? Mientras mayor capacidad de contención tenga, más agua podrá recibir. Tendrá capacidad de recibir más dinero… más responsabilidades, más de todo lo que alguien sea capaz de entregarle para su cuidado o administración. Otra vez pregunto ¿de qué tamaño es su vaso? Independientemente de la respuesta honesta que se haga a sí mismo, habrá invariablemente una idea maravillosa adicional: Usted querrá ser un vaso más grande de lo que es ahora.

Si alguien pone en sus manos una oportunidad más grande de la que usted puede administrar, entonces esa oportunidad, en lugar de ser un beneficio para su disfrute, se convertirá en un problema para su jaqueca, pues será como ver que se derrama el agua. Quien le dio la oportunidad, la retirará y la ofrecerá a otra persona, a un vaso más grande, o, en el mejor caso, esperará a que usted crezca y su vaso pueda contener esa oportunidad.

¿Verdad que no es lo mismo tener la jarra que ser el vaso? Como dueños de la jarra, queremos que el agua se aproveche, y como vasos, queremos ser más grandes para contener más agua.

Bien, vamos a la última parte de este ejercicio. Imagine… no, no lo imagine, mejor sépalo: Dios es el gran dueño de la jarra. El agua es todo lo que Dios nos provee para nuestra felicidad y crecimiento. Y Nosotros –usted, claro- somos los vasos.

Qué tanto vierte Dios en nuestro vaso. Ni se lo imagina. El asunto es que no lo podemos ver simplemente porque nuestro vaso es pequeño. ¿No le gustaría tener un vaso más grande? Créame algo, nuestra vida es un vaso que se llena de inmediato sumergido en un mar infinito de bendiciones (no pensaba realmente que Dios es la jarra ¿verdad?). Dios no derramó el agua, simplemente el agua es todo lo que hay y está en todas partes y nosotros estamos sumergidos en ella. Las bendiciones que nos tocan son del tamaño de nuestra capacidad de recibirlas.

¿Qué tengo que hacer para agrandar mi vaso? ¿Qué tamaño de vaso puedo alcanzar a ser? ¿Tiene mi vaso capacidad elástica para crecer? ¿Qué pasa si intento contener más agua de la que puedo sin derramar el vaso? ¿Cómo puedo ayudar a otros a crecer su vaso? ¿No le surgen miles de preguntas con todo esto? Y aún no termino. A todos los que me escriban les platicaré que en realidad no somos un vaso…sino una manguera. No sabe cómo nos vamos a divertir con esa idea.