martes, 21 de mayo de 2013

La otra historia de Juárez

La otra historia de Juárez -I parte-

En una alusión a la actitud de Juárez en diversos hechos de la historia, importantes escritores han plasmado varias ideas, que bien merece la pena de ser analizadas y usted tendrá la responsabilidad de creerlas o no.

Cuando en 1850 apareció el cólera en Oaxaca, en forma violenta, segando la vida de los habitantes, Juárez, quien había sido el más implacable enemigo de la Iglesia, se confesó, comulgó y con los brazos cruzados tomó parte en una procesión pública, según lo escribió Mariano Cuevas en su obra: Historia de la Iglesia en México. Juárez, siendo presidente oficializó, como día de fiesta nacional, el día 12 de diciembre en honor a la Virgen de Guadalupe y que después de que le salvó la vida aquella famosa frase de “Los valientes no asesinan”, salió huyendo del Palacio de Gobierno de Guadalajara, rumbo a Manzanillo, Colima, pero fue alcanzado de nueva cuenta, en Acatlán, Jalisco por sus enemigos, se refugió, sin lentitud alguna y todo temeroso, en un templo católico del que fue sacado, por un cura de apellido Vargas, en una canasta pizcadora de maíz y burlando, de esta manera a sus enemigos.

Desde que escaló los primeros puestos de burócrata hasta antes de ser presidente de la república, Juárez manifestó ser siempre católico práctico. Asistía públicamente a procesiones con los brazos en cruz y musitando oraciones tras el santísimo sacramento; no sólo eso, exhortaba a los trabajadores de Oaxaca a que hicieran penitencia y se confesaran y comulgaran para implorar el auxilio divino y se dirigía por escrito a los ayuntamientos oaxaqueños, siendo gobernador, recomendándoles que exigieran a los fieles cristianos el pago exacto a la iglesia de los diezmos y primicias, según Celestino Salmerón en su obra Las grandes traiciones de Juárez.

Sigue diciendo Salmerón que: Juárez, con las leyes de reforma, ninguna separación de poderes hizo, sometió brutalmente a la iglesia al poder del estado, cosa que no es una separación, sino una sumisión de la primera al segundo.

Intentó organizar una iglesia católica mexicana, una vez que consiguiera separar al clero de la obediencia de los obispos.

Para tal objeto, Juárez, en 1859, colmó de poderes al padre Rafael Díaz Martínez para organizar la Iglesia deseada, cuyo jefe o Papa sería el presidente Juárez.

No obstante el sonado fracaso que obtuvo, en 1868 “apareció una Iglesia mejicana dirigida por un comité laico”, teniendo como presidente al Lic. Mariano Zavala, magistrado de la suprema corte de justicia… Juárez no quería ninguna separación de poderes, sino una iglesia sometida a la voluntad y en la que él desempeñara el oficio papal de Enrique VIII o de Isabel de Inglaterra. Juárez hizo educar a sus hijos por sacerdotes católicos y, como dato anexo, cuando su secretario, el cubano Pedro Santa Cecilia, quiso casarse con su hija, solamente por lo civil, Juárez rechazó la proposición diciendo: “Mi hija es una joven decente y el matrimonio civil es un contrato de burdel”.

Relato que registra Mariano Cuevas en Historia de la Iglesia en México. (Extractado del periódico El Informador, del 23 de diciembre de 2000, de Lucio Vázquez)

La otra historia de Juárez -II parte-

En la segunda parte de “La Otra Historia de Juárez”, visto desde la óptica de importantes escritores, donde usted tendrá la responsabilidad de creerlas o no.

Se dice que Juárez, antes de morir pedía, desesperadamente, un sacerdote para confesión.

Igualmente se dice que, sus compañeros de ideología... se lo negaron.

El tratado de tránsito y comercio entre los Estados Unidos y México, suscrito por Robert McLane, ministro de los Estados Unidos en México, y Melchor Ocampo, ministro de relaciones exteriores de México, en Veracruz, el 14 de diciembre de 1859… fue un negocio propio para obtener el reconocimiento de los Estados Unidos como presidente de México, sin importarle vender la soberanía de la patria.

Por ello, don Ignacio Ramírez “El Nigromante”, el jueves 13 de julio de 1871 y en el periódico liberal “El Mensajero”, escribió: “Juárez, el más despreciable de nuestros personajes”.

Pero don Justo Sierra, su defensor ardentísimo, igualmente escribe en Juárez, su obra y su tiempo (Editorial Latino-Americana, S.A. p.p. 206 y 207): “El tratado o pseudo tratado McLane-Ocampo, no es defendible; todos cuantos lo han refutado bien; casi siempre han tenido razón y formidablemente contra él.

Estudiándolo hace la impresión de un pacto, no entre dos potencias iguales, sino entre una potencia dominante y otra sirviente; es una constitución de una servidumbre interminable”.

Don Francisco Bulnes, jacobino y liberal es, quizás, el más honrado de los escritores y quien mejor ha desenmarañado el tratado, dice: “Es ante todo un pacto intervencionista de intervenciones continuas, desde el momento en que se encomienda al Gobierno de los Estados Unidos, cuidar a perpetuidad de la conservación de la paz en Méjico, con lo que Méjico quedaba sin soberanía, sin honor y sin una piltrafa de vergüenza”. Textos tomados del periódico El Informador, del 23 de diciembre de 2000, página 5, del médico Lucio Vázquez.

Sin lugar a dudas, dice el notable escritor Carlos Monsiváis, que Benito Juárez fue el forjador del Estado mexicano; un notable estadista; el héroe de la patria; el primer presidente de la República indígena; el hombre, autoritario y enamorado del poder, pero humano, con virtudes y defectos, prodigiosamente terco, doctrinario, inteligente, solemne y austero; fue un orgulloso indio que nunca aparentó lo contrario; un auténtico liberal, fue un nómada en su famosa carroza; un demonio según el clero, glorificado no sólo en México, sino en el mundo, ateo o creyente laico, bueno, eso parece estar en discusión.

Ya no se sabe en dónde empieza o en dónde termina su leyenda y sin lugar a dudas, usted tiene la mejor opinión. 

La otra historia de Juárez -III parte-

“La presidencia no se deja sino por un gran ideal o por un gran temor, pero cuando el presidente es indio como yo, ni por las dos cosas o por una sola se deja”, dijo don Benito Juárez a uno de sus compadres y ministros que le reclamaba su aferre a la silla presidencial.

Juárez fue un hombre profundamente católico toda su vida, que vivió de cerca los excesos del alto clero y eso lo motivó a emprender reformas que provocaron la Guerra de Tres Años, la que enfrentó a todo el país. Juárez fue un cristiano ejemplar. Pero como escribe Luis D. Salem:

Se ha discutido mucho acerca del pensamiento religioso de Benito Juárez. Los adversarios lo señalan como impío, enemigo de Dios y de la Iglesia.

Para nosotros Juárez fue un cristiano de altura. Sus luchas no iban contra el cristianismo sino contra el clero conservador. Juárez no atacó a la Iglesia ni a la fe cristiana, sino a los clérigos que utilizaron la fe como defensa de sus intereses políticos”. Se destaca el legalismo de Juárez, pero no siempre se apegó estrictamente a la ley, cuando esto no le favorecía políticamente.

Era más bien un hábil y pragmático político, que por ello escribió: “Querer que un poder extraordinario, creado por la necesidad y por la voluntad nacional, obre con estricta sujeción a la ley, es querer un imposible.

Es querer que haya un huracán sin estragos. Don Emilio Rabasa escribió de Juárez: “Con la Constitución no gobernó nunca”. Y de ahí que lo llamara el “dictador de bronce”.

Hizo lo necesario para quedarse en el poder hasta su muerte.

El fue el verdadero campeón del reeleccionismo. El legendario nacionalismo juarista es
relativo.

Lo fue frente a los franceses, pero no tanto con los yanquis, a quienes, invocando el tratado McLane-Ocampo, nunca ratificado, convocó a una pequeña pero decisiva injerencia naval en su ayuda durante la guerra de Reforma, cosa que ocurrió.

Y tal intervención contribuyó al triunfo de los liberales sobre los conservadores.

La mitología juarista lo presenta como un hombre austero, practicante de la “medianía republicana”.

Así fue durante los años de la intervención, cuando el Gobierno apenas si recibía algunos recursos para sobrevivir.

Tras la caída del Imperio, Juárez mantuvo una imagen de austeridad, se levantaba temprano en la mañana, se bañaba con agua fría. Sus oficinas estaban modestamente amuebladas.

Por la tarde terminaba sus labores y paseaba con algún miembro de su familia en un carruaje propiedad del gobierno, viejo y desvencijado.

Empero, Juárez no era precisamente un asceta. Don Benito tenía varias casas, una de ellas en lo que hoy es la avenida Madero, en el primer cuadro de la ciudad que era una zona de lo más exclusiva. Compró también a su esposa una casa de campo en la colonia San Rafael.

Al morir dejó a su familia una herencia valuada en $151,000 en terrenos y bienes, equivalente a unos 4 millones de dólares actuales, según calculan historiadores. (“Apuntes de Historia de México” -Varios autores- Juan Alberto Vázquez, Constancio Hernández, Manuel Hernández Gómez y José Antonio Crespo)

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