El ferrocarril llegó a Piedras Negras en 1883, con la empresa Ferrocarril Internacional Mexicano, con la ruta a Torreón, que funcionó hasta 1908, en que el gobierno del general Porfirio Díaz nacionalizó varias líneas, creando Ferrocarriles Nacionales de México, que con el tiempo creó un tren de pasajeros que partía de Piedras Negras con rumbo a Saltillo, aprovechando el nuevo ramal que se creó desde Paredón, deteniéndose en todas las rancherías que encontraba a su paso y alimentándose de otras rutas, como del ramal de Ciudad Acuña a Allende y a la vez, en el entronque de Paredón, enviar un vagón hasta Monterrey.

El viaje duraba casi todo el día, salía a las 9 de la mañana y llegaba al atardecer, si no había demoras.

Durante una temporada le agregaron un vagón “pullman” o dormitorio, vagón que en Saltillo agregaban al famoso tren El Regiomontano que lo llevaba hasta la Ciudad de México, regresando al día siguiente, servicio que se suspendió alrededor de 1965.

Después de múltiples esfuerzos por tener un tren de pasajeros de calidad, fructificaron las peticiones del diputado federal Alfredo Jiménez Villarreal y Ferrocarriles Nacionales de México puso en servicio el convoy denominado “El Coahuilense”.

Un convoy de lujo que realizó su primer viaje el 23 de abril de 1988, disponía de un vagón exprés, dos vagones de primera numerada y un vagón de primera especial numerada, este último con aire acondicionado y calefacción, asientos individuales y reclinables, mesas plegables, alfombrados, encortinado, servicio de alimentos y sobrecargo. Sus boletos se podían reservar con anticipación, incluyendo el regreso.

De las 12 horas o más que empleaba el tren social, que también se le llamaba pollero, el Coahuilense las redujo a 7 horas y media a Saltillo, con paradas oficiales en Sabinas, Barroterán (a petición de Alfredo Jiménez) y Frontera y dos paradas técnicas, una en Allende, donde subían los alimentos y se cruzaban los dos trenes Coahuilenses y en Paredón, donde se cruzaba con el pollero.

El vagón de primera especial, con capacidad para 70 pasajeros, se enganchaba al Regiomontano para continuar su viaje a la Ciudad de México.

El 11 de abril de 1991, se le agregó un vagón dormitorio con 10 camerinos y 6 alcobas cómodamente equipadas, con clima artificial, donde también se incluía el servicio de alimentos y sobrecargo, que también se enganchaba al Regiomontano en Saltillo. Sus alcobas tenían capacidad para 4 adultos y dos niños.

El tren fue un éxito total, logró atraer a la clase elitista que disfrutó el viaje como antaño, pero Ferrocarriles Nacionales de México, que ya arrastraba grandes pérdidas, canceló el 9 de abril de 1997, 14 trenes de pasajeros: El Regiomontano, el División del Norte, entre otros y por supuesto, el Coahuilense, regresando una temporada al pollero, en donde se agregaron los vagones del Coahuilense hasta su desaparición definitiva en 1998.

El Coahuilense nació en 1988, en el mes de abril y murió en abril de 1997, dejando sólo la nostalgia de lo que difícilmente volverá, un tren de pasajeros de lujo, que ya es parte de la historia.