miércoles, 15 de septiembre de 2010

El cementerio de los vencidos 1

Hugo Arciniega Ávila

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Como todos los jardines de la muerte decimonónicos, el Francés de Puebla nos permite acercarnos a decenas de historias de vida. Pero en este caso la zona central fue ocupada por un monumento que combina las antorchas de Thanatos con el recuerdo de los hombres caídos durante las acciones militares de 1862 y 1863. Su existencia nos recuerda que la emigración gala fue continua desde que México logró obtener su Independencia de la corona española, y que el mismo general Porfirio Díaz se vio obligado a recurrir entonces al principio de hospitalidad que había prodigado durante su gobierno.



Guarda esta losa su despojo frío; Su espíritu inmortal vive en el cielo; Quedó en mi corazón hondo vacío; Profunda soledad, amargo duelo. Sólo la fe que guarda el pecho mío; A mi inmenso dolor dará consuelo… Reunirme a ti, me ofrece la esperanza, En la eterna mansión de bien andanza.

Epitafio anónimo tallado sobre la tumba de Isabel G. de Rueda de Quijano. Cementerio Municipal de Puebla de Zaragoza.

19 de noviembre de 1902.


Crónica de un viaje en el ferrocarril presidencial

En el amanecer del siglo XX el vagón presidencial llegó hasta la estación del Ferrocarril Mexicano en Puebla de Zaragoza, a la misma estructura metálica que fue testigo del regreso victorioso de Benito Juárez García a la capital de la República en 1867.

En la ciudad de los campanarios, los edificios públicos, las calles principales y las casonas se hallaban profusamente adornados con banderas de México y Francia, guirnaldas de flores y cientos de bombillas eléctricas atrapadas en faroles venecianos. Desde las 5 de la tarde del quinto día de enero de 1901 todos los empleados del Honorable Ayuntamiento, ataviados con sus galas de domingo, aguardaban impacientes la llegada del Héroe del 2 de abril, del Artífice de la Paz y del Progreso: del general Porfirio Díaz Mori, quien iniciaba su sexto periodo al frente de la Presidencia de México.

Con antelación los funcionarios medios y menores habían quedado advertidos de que su ausencia en los actos organizados con motivo de la visita oficial no sería pasada por alto.

Los preparativos para esta deslumbrante bienvenida se iniciaron desde abril de 1900, ya que con tiempo suficiente se pretendía cuidar hasta el último de los detalles de una etiqueta victoriana adaptada más que libremente al peculiar carácter angelopolitano.

En las mamparas metálicas colocadas en las esquinas más céntricas aún se conservaban algunos ejemplares del exhorto que Mariano Jofre, secretario del Ayuntamiento, había encargado en la Tipografía de Romero e Hijo.

En dicho folio podía leerse el siguiente texto:


A LOS HABITANTES DE PUEBLA:

Aceptando la invitación que se le ha hecho,
el Señor Presidente de la República vendrá a
esta Ciudad con el fin de inaugurar las
importantes mejoras realizadas bajo una
administración que se inspira en los patrióticos
afanes del egregio funcionario. Con este motivo
las autoridades, el comercio, la industria y las
asociaciones, se preparan de diversas maneras
a recibir dignamente al ilustre HUÉSPED DE PUEBLA;
pero como los esfuerzos que se hagan resultarán
ineficaces sino se cuenta con el unánime concurso
de todas las clases sociales, el Ayuntamiento, excitando
el patriotismo de los habitantes de esta Ciudad, los
invita a que adornen e iluminen, con el mayor esmero,
el exterior de sus casas, durante los días 5, 6 y 7 del
próximo enero.

Puebla de Zaragoza. Diciembre de 1900 MarianoJofre
SECRETARIO


Después de la salutación inicial, numerosos carruajes dispuestos bajo una rigurosa organización se encaminaron por las calles de Benito Juárez, Guadalupe, Hospicio, Miraflores, Cholula, Zaragoza y Portal de Iturbide hasta quedar frente al nuevo Palacio de Gobierno, en donde se dio la bienvenida formal al Señor Presidente. Una vez que Don Porfirio ocupó uno de los balcones que miran a la antigua plaza de armas, comenzaron a escucharse las notas de la serenata dispuesta en su honor. La tranquilidad habitual fue interrumpida con el estruendo de los fuegos artificiales que en gran número se lanzaban al cielo desde la plazuela de San José. En el salón principal de Palacio, iluminado por grandes arañas de bronce y cristal, la vista hacia la Santa Iglesia Catedral quedaba interrumpida por el kiosco, cuya cúpula de inspiración otomana se abría paso entre las frondas de los árboles. La nueva imagen urbana constituía otro argumento en favor del avance material que se había alcanzado en el país de la ambición y de la venganza. En un asentamiento como Puebla, fundado entre el puerto de Veracruz y México Tenochtitlan, eran frecuentes los recibimientos deslumbrantes: en la memoria colectiva aún se mantenían frescos los recuerdos de la visita de 1896 y de la bienvenida organizada para Maximiliano y Carlota en 1864 aunque es seguro que durante esa noche pocos aludieron a la entrada del ejército de EU en 1847.

Como en la época del dominio español, se erigieron grandes arcos triunfales efímeros para honrar al César en turno. En la calle 2 Norte3 se levantó el del Águila, cuyo nombre respondía a que estaba rematado por el Escudo Nacional. Era una estructura de más de 15 metros de altura, proyectada bajo el orden corintio, dedicada al Pacificador de México.

A pesar de su intradós acanalado y de sus evidentes problemas de proporción, en sus columnas y entablamento se intentó mantener la gramática compositiva grecolatina. Su presencia resultaba totalmente extraña en un contexto urbano aún definido por yeserías de argamasa y hornacinas ondulantes.

Casi en la esquina del Portalillo, hoy calle 8 Oriente, podía verse el Arco de las banderas, denominación popular que hacía referencia al trofeo militar, custodiado por dos águilas representadas justo en el momento de emprender el vuelo, que lo coronaba. Fue el de mayor altura: destacaba varios metros sobre las azoteas inmediatas, que en las fotografías se observan pletóricas de poblanos entusiastas.
El vano central quedaba enmarcado por un par de columnas dóricas con basa; el autor sabía que ése era el orden arquitectónico que expresaba lo viril, justo el adecuado para honrar al general Díaz. Su cerramiento era en medio punto, y para vincular el ático con el entablamento se incorporaron sendas volutas que remitían a la arquitectura renacentista. La articulación de los diferentes elementos compositivos sugiere la intervención de un arquitecto formado en academia. Paradójicamente la estructura más discreta fue la que financió la Colonia Angloamericana de Puebla: apenas dos pilastras cerradas con un dintel en donde se pintó la palabraWelcome. Como justa respuesta a las economías hechas, el pueblo le retiró la denominación de arco y la llamó simplemente: La portada.

El arquitecto Charles Hall, autor del proyecto, desaprovechó el emplazamiento, el mejor que se asignó a estas estructuras, justo a un costado de la plaza mayor, frente a uno de los torreones del palacio de gobierno y al Hotel Americano. Su falta de altura y su imperdonable simplicidad obedecieron, no a la falta de creatividad del artista inglés, sino a la improvisación, ya que los ciudadanos británicos y estadounidenses se negaron a participar en las fiestas; entonces Hall movió finos hilos en su comunidad para subrayar su presencia profesional, pues aún esperaba recibir más encargos del general Díaz y de sus gobernadores.4 Craso error; la buena arquitectura, incluyendo la efímera, siempre es resultado de un cuidadoso proceso de composición.

Desconozco si, como era costumbre, estas expresiones se reprodujeron sobre la piedra litográfica; lo que sí se conserva es una colección fotográfica de autor desconocido, probablemente poblano, que registra cada uno de los arcos triunfales dedicados al presidente de la República. A principios del siglo XX los órdenes arquitectónicos seguían dominando la composición, aunque si se les mira con detenimiento el cambio puede obedecer a que se hace un manejo más libre de la proporción, tan claramente normada en la tratadística. En la escultura y la pintura dominó la representación del águila nacional; sólo en la portada angloamericana aparecían alegorías femeninas portando las banderas de Estados Unidos y de la Gran Bretaña. El Arco de las banderas, erigido por la colonia española en Puebla, fue el de mayor calidad plástica, dadas su solidez, la claridad compositiva y la relación que su escala establecía con el contexto urbano inmediato. Si bien es cierto que los arcos triunfales efímeros sobrevivieron al virreinato y se continuaron levantando durante todo el siglo XIX, lo es también que durante el Porfiriato fueron financiados por comunidades de extranjeros que en esa forma acentuaban su presencia, marcando hitos durante los desfiles cívicos.

El día de Los Santos Reyes de 1901 las actividades comenzaron por la mañana: desde las 8:30 horas todo en la capital provincial era un ir y venir de gendarmes y de los notables encargados de verificar el cabal cumplimiento de la agenda. El presidente de la República y los integrantes de su séquito pasaron la noche en las mejores habitaciones del Hotel Americano. A las 9:00 en punto, una comisión formada por los síndicos del Ayuntamiento, inversionistas extranjeros, respetables caballeros de sociedad y militares de alto rango, se dirigió hasta el alojamiento de don Porfirio para invitarlo a inaugurar los edificios destinados a la Escuela Normal para Profesores, el Palacio de Justicia, así como los nuevos departamentos construidos en el Hospicio y en la Penitenciaría del estado. La ruta prevista empezaba en la calle de San José y seguía por el callejón de Jesús, San Juan de Dios, Gavito, Caporala y Costado de Santa Rosa hasta llegar a la calle de Ventanas. Durante este trayecto el Huésped de la Ciudad recibió la ovación de los mexicanos que nunca son convidados a los salones de un Palacio de Gobierno.


Detrás de los sombreros jaranos que portaba la muchedumbre que se arremolinaba al paso del carruaje del Héroe, se levantaban las fachadas de los nuevos edificios públicos que debían expresar por me dio de frontones y elaborados áticos las concepciones más actualizadas sobre la educación laica y la administración de la justicia; emplazadas en las estrechas calles de la traza virreinal, resultaban inconmensurables para las lentes de los fotógrafos.

La colonia angloamericana en Puebla había instituido en la clase alta la costumbre del garden party, una celebración que usualmente consistía en servir una comida al aire libre o bajo grandes toldos de tela; en las mesas no escaseaban los buenos vinos. El propósito era reencontrarse con un paisaje apenas perturbado por la actividad humana y respirar a todo pulmón, lejos de los miasmas urbanos.

Para una ocasión tan señalada se eligieron los magueyales del cercano cerro San Juan. En un ambiente más informal el presidente Díaz recogería las opiniones de la elite regional, y de ser necesario haría algunas concesiones que le resultarían útiles en el próximo periodo de elecciones. En la lista de las familias invitadas destacan los nombres de Leopoldo Álvarez, Rafael Anzures, Rafael Antuñano, Francisco Amandi, Jesús Bello, Rodolfo Bello, Francisco Bello, José Luis Bello, Mariano Bello, el ingeniero Carlos Bello, un personaje al que me referiré más adelante, Asunción M. de Bello, Enrique Beguerisse, Saúl Colombres, Carlos Cornish, Carlos Crail, Isidoro Couttolenc, Antonio Couttolenc, Julio Caire, Luis Calva, Luis Dartigues, y Carlos Dorenberc, entre decenas de nombres que constitu yen un testimonio del ambiente cosmopolita que privaba en la angelópolis a principios del siglo XX.5 Leticia Gamboa considera que para 1910 “los grupos de extranjeros más importantes en el estado de Puebla eran los españo les (con 1 335 individuos de ambos sexos), italianos (312 individuos), estadounidenses (295), franceses (184), siriolibaneses (154), británicos (108) y alemanes (106)”.6 En estas cifras se incluyen los hijos de los inmigrantes, que aunque mexicanos por nacimiento, manteníanlas tradiciones de sus ascendientes.
La Litografía Salesiana de Puebla recibió el encargo de imprimir las invitaciones al garden party, y para ello se eligió un fino papel de color marfil. Ante el desconcierto que despertó entre los invitados un texto más bien escueto,7 resultó indispensable hacer precisiones en folios de papel blanco de menor calidad:


AVISO
A las personas invitadas al Garden Party
en el cerro de San Juan:
Se les suplica lleven consigo sus invitaciones
para presentarlas en los tranvías y
también para poder penetrar en el lugar
reservado a los invitados en dicho cerro.

PUEBLA DE ZARAGOZA,
ENERO DE 1901.


Los tranvías de mulitas aguardaron a los invitados en la Plaza de la Constitución desde las 14:00 horas hasta que don Porfirio arribó al cerro de San Juan; entonces el camino de acceso fue franqueado por la guardia personal del gobernador del estado. En la cúspide de aquel promontorio se construyó un castillo de varias torres que, a la distancia, evocaba un paisaje medieval.

Los pendones sembrados en los terrenos adyacentes a la construcción efímera marcaban las posiciones de las tropas que escenificaron la batalla del 5 de mayo de 1862. Los árboles jóvenes que aparecen en las fotografías dan cuenta de los esfuerzos y de los recursos que se invirtieron en reforestar los hasta entonces áridos contornos de la ciudad de Puebla.

Los regidores Francisco de Velasco, Carlos Bello y Juan Traslosheros Soto, responsables de organizar el programa de actividades para la visita presidencial, decidieron cerrar el día con broche de oro, con una espléndida cena de gala para 250 invitados, que se sirvió justo en el Palacio de Gobierno. El italiano Francesco Giacopello, propietario del Hotel del Jardín, cobró al Ayuntamiento poblano la suma de 5 800 pesos por un menú compuesto por potaje Sévigné, tartaletas a la Falleyrand, filete a la normade, filete a la parisiense, soletas a la financiera, mouse de foie-grass en bells vue, espinacas a la crema; suprema de frutas au Kirsch, glasé Nelusko, café y coñac para los señores y té para las damas.9 Las viandas se acompañaron con jerez fino Carmona y López, vino Chabis Nuits Nasne cosecha 1889 y Chaleau Pontet Canet cosecha 1890, y los brindis se hicieron con Champagne Ayala Extra dry y Desbordes cosecha de 1889. En el contrato que se firmó con el proveedor se especifica que los adornos de las mesas deberían ser del mejor gusto posible; que para la cristalería, la cubertería y las vajillas se ocuparían piezas de la mejor calidad; que no faltarían servilletas ni manteles en ninguna de las mesas; que como responsable de la preparación de los alimentos quedaría un cocinero cordón azul y, finalmente, que por cada 8 comensales habría un mesero bien vestido, encargado de atenderlos.

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