martes, 14 de septiembre de 2010

'Y sin embargo se mueve'

En 1633, poco después publicar su obra “Diálogo Acerca de los Dos Sistemas Principales del Mundo”, la inquisición católica acusó a Galileo Galilei de una espantosa herejía: ofender a la fe con su teoría acerca de que la tierra gira alrededor del sol, incluso en una rotación diaria y por lo tanto el hombre no era el centro del universo. La aseveración amenazaba las sagradas escrituras por lo que Galileo fue encontrado culpable y condenado a prisión perpetua. Fue un triste final para el astrónomo, filósofo, matemático y físico italiano, un eminente hombre del renacimiento, considerado el padre de la astronomía moderna.
La Santa Inquisición, que de santa no tenía nada, persiguió a quién pensara diferente. En una época de oscuridad, por cerca de 800 años, tan sólo en Europa, más de 50 mil personas fueron acusadas de herejía y brujería para luego ser torturadas y ejecutadas con métodos tan imaginativos y crueles que harían palidecer de vergüenza a cualquier sicario de la actualidad. Fueron los tiempos en los que la iglesia católica gobernaba el mundo con jerarcas católicos como los Borgia, Richelieu y Torquemada.
Años después, con la separación de Iglesia-Estado y la creación de los estados laicos, se permitió la libertad de creencias y se prohibió la injerencia de cualquier organización religiosa en el gobierno. Se creó un estado que trataba a todos por igual, a los creyentes de cualquier religión y a los no creyentes. La separación entre Iglesia y Estado se encuentra en las propias palabras de Jesús (Mateo 22,21) en cuanto a “Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Cada quién en lo suyo; y lo suyo para cada quien.
Pero la reacción nunca duerme, se inmiscuye en todos los ámbitos y sólo han cambiado los nombres de los protagonistas. Para abonar a la época turbulenta y confusa por la que atravesamos, han aparecido los nuevos jueces de instrucción del Tribunal Inquisitorio en México: el cardenal de Guadalajara, Juan Sandoval Iñiguez, difamó a los magistrados de la Suprema Corte de Justicia de la Nación de haber sido “maiceados” para aprobar a parejas del mismo sexo la posibilidad de adoptar. Por su parte, el inefable Onésimo Cepeda, obispo de Ecatepec, aseveró que el Estado laico es “una jalada” y no existe; es este mismo personaje que hace tiempo declaró acerca de las relaciones Estado-Iglesia: “Digamos que es como el esposo y la esposa que se pelean y se arreglan en la cama. Nosotros no tenemos cama, pero nos arreglamos”. Uno esperaría entonces que con la misma claridad y contundencia con la que han combatido el estado laico, los matrimonios entre homosexuales, la píldora anticonceptiva y el uso de condón; Juan Sandoval Iñiguez y Onésimo Cepeda, denunciaran los centenares de casos de pedofilia y acoso sexual en que se han visto envueltos sacerdotes y obispos en escándalos que han sacado a la luz su lastimosa sexualidad pervertida.
Expresar nuestra opinión está permitido y se inscribe en el marco de libertades cuya construcción costó miles de vidas. Lo que no es legítimo es acusar, calumniar y difamar. Pero, como es obvio, no son las razones ni mucho menos la razón lo que guía la conducta del clero en algunos temas. La Iglesia merece una mejor suerte que ser tomada a broma por los deslices de ciertos voceros. No queremos el oscurantismo de ayer, sino una Iglesia capaz de iluminar nuestras vidas en un mundo vacío, gobernado por el dinero en donde se afirma la pobreza y la desigualdad. No permitamos que el estado laico sea ofendido por supuestos representantes de Dios en la Tierra.
Ante la amenaza de ser achicharrado en la hoguera, Galileo Galilei se retractó de su teoría científica que aseveraba la tierra se movía, que rotaba alrededor del sol y que no éramos el centro del universo. No me siento obligado a creer , dijo, que un Dios que nos ha dotado de inteligencia, sentido común y raciocinio, tuviera como objetivo privarnos de su uso, pero hoy ante este Santo Oficio, abjuro los susodichos errores y herejías, no diré nunca más cosas por las cuales se pueda tener de mí semejante sospecha. Pero entre dientes el científico italiano dijo: “Y sin embargo, se mueve”.

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