miércoles, 15 de septiembre de 2010

TROPA VIEJA, TROPA NUEVA 3

Aunque la novela Tropa vieja se publicó en 1943, pese a que su fecha de terminación nos remite al 25 de enero de 1938, bien se puede pensar que pertenece a esa historiografía o bibliografía histórica de la Revolución que se identifica como la de la Revolución vivida y recordada. Sin embargo, dado su carácter de semificción, pero sobre todo de invención, en el sentido de que el autor trata claramente de dotar de sentido a los hechos y su significado, más bien Tropa vieja forma parte de la llamada Revolución inventada.8

Sin embargo los ambientes, la crudeza de algunas escenas, los diálogos, pero sobre todo lo verosímiles que resultan las descripciones de la vida en un cuartel del Ejército Federal justo antes del inicio de la Revolución de 1910, remiten no sólo a la invención sino a una probable serie de secuencias de cine documental que permiten la recreación de aquella vida. El personaje central de la novela, Espiridión Sifuentes, ingresa al ejército federal por la conocida historia del peón revoltoso al que se le quiere alejar de la hacienda mediante el reclutamiento forzoso. Una vez en el cuartel recibe el siguiente informe de uno de los ya reclutados:


A punta de trancazos lo hacen a uno soldado.
Aquí han caído gentes como ustedes
agarrados de leva o que han traído de
las cárceles porque ya no los aguantan por
lebrones o asesinos y aquí son corderitos
mansos. Ni quien chiste entre las filas del
ejército: malas palabras por cualquier
cosa, que es lo de menos, o chicotazos,
procesos y hasta fusilados… Aquí se
acabó todo lo de fuera; los tenates se quedaron
allá en el campo… aquí no hay
hombres; de la puerta del cuartel para
afuera se acabaron los hombres: todos
somos borregos atemorizados delante de
las cintas coloradas de las clases o las espiguillas
o de los galones de los oficiales o
de los jefes.9


Después de su ingreso formal al ejército, Espiridión pasa por la llamada novatada y queda degradado tanto en su dignidad como en su persona:


Nada me quedaba de lo que tenía: el pelo,
el ánimo, la esperanza; todo perdido para
siempre. Un chacó de cuero negro con
una bolita dorada, una camisa y unos calzones
de manta; una cobija rala y unos
huaraches. Eso era yo: una piltrafa de hom -
bre sambutido en una cárcel: una especie
de animal indefenso y acorralado.10


La vida en un cuartel al lado de otros 850 hombres, 33 oficiales y tres jefes de batallón resultó inicialmente muy severa para Espiridón Sifuentes. Sin embargo poco a poco, con las historias de otros reclutas, con las vivencias diarias y con alguna que otra aventura, la vida se fue haciendo relativamente llevadera. No deja, aun así, de mostrarse con toda su crudeza el paso de la calidad de recluta a la de soldado. Un personaje clave de la primera parte de la novela, Jacobo Otamendi, periodista revoltoso consignado, le comenta a Sifuentes el día de su mal llamado ascenso:


Ora sí compañero, ya eres soldado dejaste
de ser recluta, así como antes dejaste de
ser libre. Te arrancaron, como a mí la libertad;
te cerraron la boca, te secaron los
sesos y ahora te embadurnaron el corazón
también. Te atontaron a golpes y a mentadas,
te castraron y ya estás listo, ya eres
soldado. Ya puedes matar gente y defender
a los tiranos. Ya eres un instrumento
de homicidio, ya eres otro.11


Pero además de dar cuenta del proceso individual, un tanto estereotípico, del recluta-soldado Espiridión Sifuentes, Tropa vieja resulta, como ya se dijo, una espléndida referencia para conocer el ambiente de los cuarteles. En pocos textos se describe tan puntualmente la cotidianidad de las dianas, el rancho, el consumo y el contrabando de marihuana y mezcal entre la tropa, la desilusión diaria, la imposición de un patrioterismo vacuo representado por un "trapito viejo y de tres colores", la corrupción de los oficiales, pero sobre todo la importancia de un sector imprescindible en la vida cuartelera: el de las soldaderas.

Ya desde los últimos años porfirianos existía una visión bastante negativa de la presencia de las mujeres entre los cuerpos militares. El general Manuel Mondragón planteó en 1910 que entre los muchos males que existían dentro de la organización del Ejército Nacional estaba: "El acceso de las mujeres a los cuarteles durante la noche, para hacer compañía a los hombres. Esto es degradante –decía Mondragón–, inmoral y antihigiénico, y la reunión de múltiples parejas en un solo dormitorio da lugar a infinidad de conflictos, celos y disputas innumerables faltas y delitos."12

A pesar de esas advertencias, la presencia de las soldaderas continuó conformando una parte sustancial de la vida en los cuarteles que no sólo trascendió el periodo revolucionario, sino que llegó hasta bien entrada la década de los años cuarenta del siglo XX mexicano, como ya se mencionó en la narración del propio Urquizo. Pero volviendo a la trama de Tropa vieja, justo es decir que en pocas novelas como en ésta puede percibirse la importancia de las soldaderas en la vida cotidiana del cuartel.

Cierto es que los personajes de la Chata Micaela, que termina arrejuntándose con Espiridión, y el de Juanita, que sigue el mismo destino, también tienen ciertos visos de estereotipos femeninos revolucionarios. Sin embargo a lo largo de la novela la presencia de las soldaderas da a la narración ese peculiar carácter documental que bien puede resumirse en el encuentro entre Espiridión y Micaela en un vagón de tren:


Junto a mi asiento iba parada una vieja
no tan pior que yo no había visto antes.
Iba recargada deatiro junto a mí y en cada
golpe de tren se me acomodaba más:
acabó por sentarse en mis rodillas.
-¡Vaya! Así sí estará cómoda; como si fuera
en asiento de primera, cojín de pana,
blandito y todo.
-¿A poco se creasté muy blandito? Puros
huesos y nervios.
-Pero forraditos con carne sabrosa.
¡A poco!…
-¡Pos luego! Ya tendrá ocasión de probarla.
-A mí no me gusta probar. O me dan
todo o nada.
-¡Ah! pues todo ¿para qué batallamos?
Y después de un rato de negociaciones de este
tipo, el compañero de Sifuentes comenta:
Agárrele la palabra –dijo Otamendi– y así
tendremos mujer los que estamos solteros.
Teniendo mujer tú tenemos los demás, por -
que mi comadre Juana no cuenta porque
ella tiene a su chamaco a quien cuidar.
-Conmigo tampoco cuenten, yo soy fiel
a un solo hombre.
-Yo no quiero decir más que siendo usted
mujer de Sifuentes nos podrá convidar lo
que consiga de comer.
-¡Ah! eso sí, porque si es por otro lado, no
hay nada.
Yo ya estaba mirando y tentando, y me
pareció muy pasaderita. Carne dura
güerejilla, con una cicatriz en la boca,
como si siempre se estuviera riendo, y un
poco chata. Además había de tener ya
mucha experiencia en la vida militar.
-¿Cómo te llamas, Chata?
-Micaela Chávez ¿y tú?
-Espiridión Sifuentes.
¿Arreglados?
-Arreglados.
-Venga esa mano.
-Ay’stá
Matrimonio arreglado a lo puro militar.13


Las soldaderas se mantienen constantemente vivas en el texto de Urquizo, no tanto como telón de fondo, sino como elementos consustanciales al mismo. Ellas viven las tragedias y los sinsabores de la vida en el cuartel, en las batallas, en los muy ocasionales triunfos, y rara vez se les reconoce como personajes protagónicos. Sin embargo, justo es decir que en palabras de Urquizo las soldaderas sobresalen de una manera particular, que muestra no sólo su constante presencia entre la tropa sino el profundo respeto que el mismo autor tenía por aquellas mujeres sin las cuales habría sido imposible pensar en la sobrevivencia del ejército federal. Prácticamente al final de la novela, cuando a Sifuentes le toca vivir la Decena Trágica como soldado, es herido nuevamente y pierde un brazo. El penúltimo diálogo lo tiene con su soldadera, y aun con ciertos visos de sentimentalismo queda clara para el autor la importancia de estas mujeres guerreras:


Cuando pude darme cuenta bien de todo
se había acabado ya el combate. A un lado
de mi cama estaba mi vieja fiel, mi Juanita
sufrida. Pensé en aquella otra vez que
me hirieron, allá en Cuencamé, y que también
estuvo a mi lado la Chata Micaela
¡Qué diferencia de mujeres y qué diferencia
de heridas! En aquel entonces fue un
rozón nomás en una pierna y ahora despertaba
con un brazo de menos. Estaba
inválido y ya no volvería más a cargar el
fusil. ¡Qué gusto dejar esa vida y qué desgracia
no servir para nada!
-¡Vieja, viejita querida! ¿ay´stás?
-Aquí estoy mi viejo; ¿crees que te
pudiera abandonar?
-Mírame nomás, ora sí soy “mocho” de
veras.
-¡Pobre “Juan”!
-Se acabó todo.
-Todo no, te quedo yo.
-¡Pobre Juana!… ¿Qué vas a hacer con
un hombre inválido?
-Ya no cargarás el máuser, se te acabará el
servicio y ya no te harán que pelees más
contra nadie.
-Ya no cargaré el fusil, ni podré manejar la
pala, ni el azadón, ni el arado…
-Me tiene a mí, viejito querido.
-Acércate junto a mi brazo mocho, para
no echarlo tanto de menos.14


La Tropa vieja de Urquizo sin embargo no se acabó con el golpe de Victoriano Huerta, y al parecer tampoco con la disolución del Ejército Federal planteada en los Tratados de Teoloyucan. Muchos de los vicios y de las indignas costumbres de dicho ejército se trasladaron a las milicias rebeldes, al grado que fue necesario invertir infinidad de esfuerzos y recursos para que una vez semipacificado el país las fuerzas armadas adquirieran algún tipo de estructura y organización.


III
Los sarapes rojos y las blancas ropas
extendidos en los verdes del nopal
son ¡Oh mi Anáhuac! colores
en que arropas el alma nacional
Severo Amador


Al organizarse el ejército constitucionalista se intentó centralizar el mando y unificar el armamento. Bajo las órdenes de Venustiano Carranza, primero, y en seguida de sus jefes de división y cuerpo, las carabinas Winchester 30-30 y las ametralladoras Colt, con el sombrero "texano" y saco y pantalón "caqui" tuvieron la pretensión de acompañar a cada convencido constitucionalista y a la nueva tropa del también nuevo ejército. Sin embargo la falta de recursos, pero sobre todo la falta de consenso en materia de mando, impidieron que tal unificación se llevara a cabo.15 Las estrategias tanto en el campo de batalla como en materia de organización militar se resolvían empíricamente, y no fue sino en el año de 1916 cuando se empezó a pensar en la necesidad de renovar las filas de las milicias constitucionalistas y proporcionarles cierta educación. Con el decreto del 20 de julio de aquel año, que mandaba la creación del Estado Mayor General del Ejército y de los estados mayores del presidente, del ministro de guerra, de los inspectores generales y de las grandes unidades, divisiones y cuerpos del ejército, también se planteó que para formar parte de esos estados mayores era necesario acreditar ciertos conocimientos en una Academia de Estado Mayor "a reserva de que posteriormente se establecieran los planteles para impartir en ellos una educación militar más completa".16

Dicha tarea le fue encomendada nada menos que al general Francisco L. Urquizo, quien ni tardo ni perezoso estableció que para entrar a esta academia eran necesarios los siguientes requisitos:


-Haber servido en el Ejército Constitucionalista
por lo menos durante dos años
-Tener una edad que fluctuara entre los
20 y los 30 años
-Sentir un verdadero cariño por la carrera
militar
-Haber observado buena conducta
-Sustentar ante un jurado nombrado al
efecto un examen de las materias
siguientes: aritmética, lengua nacional,
geografía e historia patria y universal.17


En la academia debían admitirse 150 efectivos, de teniente coronel a subteniente, pero además, para promover la carrera de las armas entre la población no militarizada debía ampliarse la admisión a "60 jóvenes paisanos" que tuvieran deseos de ingresar al ejército.18

Para formar parte de algún Estado Mayor la carrera constaba de tres semestres, en los que se adiestraba a los educandos en aritmética y álgebra, reglamento de maniobras de infantería, lengua nacional y traducción del francés, higiene militar, gimnasia y natación, esgrima de sable, reglamentos de caballería, equitación y artillería, fortificación de campaña, topografía y jurisprudencia militares, esgrima de florete y tiro de pistola, entre otras materias. Los cursos se iniciaron en enero de 1917 y concluyeron el 31 de diciembre de 1919, fecha en que por disposición presidencial la Academia del Estado Mayor se convirtió en Colegio Militar.

A decir del mismo general Urquizo, esta academia fue prácticamente el único proyecto que la Secretaría de Guerra del gobierno constitucionalista pudo echar a andar con cierto éxito, dado que la desorganización y la constante confrontación entre los jefes militares poco ayudó a la reconstitución de un Ejército Nacional una vez desarticulado el ejército huertista y porfiriano. En uno de sus textos autobiográficos titulado Recuerdo que… el general Urquizo dejó dicho que


Seguramente que el paso más serio que se
dio entonces para la cimentación del
nuevo ejército nació en aquella Academia
de Estado Mayor, convertida más tarde
por el suscrito en Colegio Militar. El pie
veterano de ese centro de educación militar
constituye en la actualidad la parte
medular del ejército en intelectualidad y
eficiencia; de allí salieron los futuros educadores
técnicos que habían de sustituir con
ventaja a los militares de la época pasada.19


Al parecer el general Álvaro Obregón, para entonces secretario de Guerra y Marina, presionó a sus subalternos para que cada uno enviara dos o tres oficiales a pasar por las aulas de esta Academia de Estado Mayor, ubicada en la antigua Escuela de Agricultura, y que para 1918 ya se había mudado al edificio de la Escuela Normal para Maestros, construido durante el porfiriato frente a la iglesia de Merced de las Huertas, allá en la calzada México-Tacuba, lugar en donde todavía hoy se encuentra el Colegio Militar de Popotla.

Si bien el mismo Obregón no pareció darle mucha importancia a dicha Academia en ese entonces, Urquizo insistió en que con ella se daba un primer paso para la posible institucionalización de un ejército distinto: de una tropa nueva.


Fueron aquellas antigüedades salidas de la
Academia del Estado Mayor muchachos
sanos y de buena voluntad, extraídos de
las filas de la Revolución, jefes y oficiales
que gustosos renunciaban a su grado para
ir a formar como simples cadetes en la
nueva institución. Fue un gesto noble de
desinterés que asumieron esos jóvenes,
dejando la vida un tanto libertina y licenciosa
del campamento, el fácil ascenso,
la aventura atrayente, "el embute",
el agasajo, para ir a cargar el fusil en un
cuerpo de guardia, como cualquier soldado,
y tener que soportar una disciplina
ruda y exagerada y un aprendizaje no
exento de dificultades.20


Estas estrecheces e inclemencias aparecieron en la memoria de algunos exalumnos de aquella academia, que recordaban anécdotas un tanto elementales, pero que mostraban la precaria situación en que vivían. Veamos un ejemplo narrado por uno de aquellos candidatos a formar parte de algún Estado Mayor:


Escenario: Salón de clase de Ordenanza
General del Ejército.
Época: Año de 1920.
Protagonistas: Profesor "el ceñudo y regañón
teniente coronel Ordorica" y el
cadete José López Sánchez.
Público: Cadetes del segundo grupo de
Infantería, primera antigüedad.
Profesor: A ver cadete Sánchez, dígame el
artículo 515.
Cadete: No… tengo… cómoda,
Profesor: ¿Y qué relación tiene la cómoda
con la lección?
Cadete: No tengo libros porque no tengo
donde guardarlos.
Profesor: Pues hasta que no tenga cómoda
figurará en el Pelotón "H" (de los
estudios forzosos).

No hay comentarios:

Publicar un comentario