miércoles, 15 de septiembre de 2010

El cementerio de los vencidos 4

¿En dónde están los defensores de la Patria?

En los meses que siguieron a la apertura del Cementerio Municipal y a la consecuente clausura de los camposantos tradicionales, las diferentes sociedades de defensores de Puebla en 1847, 1836, 1862 y 1863, alzaron la voz ante el Ayuntamiento para expresar una preocupación: ¿Cuál sería el destino que se daría a los socios que habían sido alcanzados por la muerte en el campo de batalla, cuyos restos descansaban en los atrios y en los huertos de conventos y hospitales suprimidos? En su opinión, no sólo había que asegurarles un digno traslado a los nuevos cementerios, el Municipal y el de La Piedad, sino honrar su memoria mediante la construcción de grandilocuentesmonumentos funerarios, que en un rico discurso iconográfico narraran las heroicas acciones en el cerro Gordo, en los fuertes de Loreto y Guadalupe, y en las barricadas y parapetos que se levantaron en las calles de la ciudad.

La primacía del Cementerio Municipal como casa de Thanatos no era absoluta, ya que competía con el Panteón de La Piedad S.A., cuyo gerente fue sensible a la necesidad de reconocimiento que estaba presente entre los veteranos de las devastadoras invasiones que México padeció durante el siglo XIX.

Como parte de una estrategia comercial muy bien planeada, obsequió a la Asociación Defensores de la República desde 1836 a 1848 un lote en donde se levantaría: “un túmulo que ha de guardar los restos mortales de unos ancianos, que en los días de amargura y de prueba, combatieron en defensa de la integridad de nuestro territorio”.33 El 12 de septiembre de 1894, José C. Yáñez, el vicepresidente de esta Asociación, solicitó al Ayuntamiento 16 basas y los capiteles correspondientes que, sin destino aparente, se resguardaban en la Obrería Mayor, y serían elementos constructivos que asignarían forma y carácter a la obra en proyecto. La solicitud fue atendida, ya que estaba suscrita a nombre de la “segunda generación de héroes mexicanos”.34 Carentes de edificios destinados al culto católico, había que buscar un nuevo elemento que confiriese prestigio a los nuevos cementerios, uno privado y otro público: un hito artificial que no resultara contrario al proceso de secularización de los espacios públicos puesto en marcha por la generación de La Reforma. Éste se encontró en los “defensores de una Patria”, que pese al valor mostrado por sus hijos en los campos de guerra fue irremediablemente mutilada.
El ejemplo puesto por los dueños de la empresa Panteón de la Piedad S.A. cundió: los miembros de la colonia francesa en Puebla solicitaron al Ayuntamiento que se les asignara un lote de 50 metros por lado en la sección de quinta clase del Cementerio Municipal para erigir una cripta en donde se resguardarían los restos de sus compatriotas y de los soldados mexicanos que lucharon en la batalla del 5 de mayo de 1862 y en la toma de Puebla de 1863, cuyas osamentas se hallaban dispersas en los camposantos clausurados.

Sobre la cripta se levantaría un monumento más que decoroso, pues la Asociación Francesa, Suiza y Belga de Beneficencia y Previsión de México disponía de recursos suficientes para sufragar la obra y mantenerla en condiciones óptimas.

El Regidor Comisionado de Panteones, Pedro F. Osorio hizo suya la empresa de los galos y como argumentos a favor expuso: Para emitir esta opinión tengo en cuenta, no el mezquino considerando del beneficio que resulta al citado Panteón con la creación en su recinto de un monumento grandioso, sino el que, si bien en pequeña escala, el Ayuntamiento contribuirá a estrechar lazos que ya unen a nuestra Patria con la gran República Francesa; unión ratificada por tratados de comercio que con suma prudencia ha sabido celebrar nuestro gobierno. Además de esta concesión, que debemos convenir no acarrea ningún perjuicio al municipio, ¿No significa también la completa extinción del recuerdo o de antiguos rencores y sangrientas luchas? ¿No da a entender que sí supimos repeler con las armas en la mano injustas agresiones, sabemos apreciar en su justo valor el contingente que nos prestó una raza laboriosa e ilustrada una vez que la paz le ha abierto las puertas de nuestro territorio?

Muy a su pesar, Osorio dictaba el programa de una arquitectura que conmemoraba y dejaba testimonio de la reconciliación entre México y Francia. Muerto el presidente Benito Juárez García, para José Yves Limantour, ministro de Hacienda de Porfirio Díaz, el restablecer nexos diplomáticos con las naciones europeas que habían orquestado el Segundo Imperio Mexicano constituía una prioridad, dadas las posibilidades de que sus gobiernos y ciudadanos invirtieran en diferentes ramos de la industria mexicana.
La celeridad con que se dio respuesta a la solicitud formulada por los inmigrantes europeos puede verse como un indicador del poderío económico, político y social que éstos habían alcanzado en el estado de Puebla, en particular, y en el país en general. Para comprender la primacía de la colonia francesa sobre otras más numerosas debe considerarse que sólo en la Angelópolis sus integrantes eran propietarios de:

Once almacenes de ropa y novedades: La Ciudad de México, Al Puerto de Liverpool, Las Fábricas de Francia, La Primavera, Au Bon Marché, La Independencia, La Barata, Las Fábricas Universales, El Louvre, La ciudad de Lyon y una tienda más, cuya denominación desconocemos todavía, propiedad de Emilio García. Tres sombrererías: la Gran Sombrerería Francesa, El Incendio, y Al Sombrero Francés. Tres restaurantes con hotel y otros negocios conexos: Magloire, donde se ejercía también el ramo de pastelería y dulcería, así como una cantina y billares, Al Jockey Club, que también expendía ultramarinos y licores y tenía incorporado un hotel denominado Reynaud, y el Hotel del Pasaje y Francia. Tres establecimientos de bebidas: la Cervecería del Fénix, el Manantial de Aguas Minerales y el Venado que fabricaba “gaseosas”. Dos camiserías: El Fénix y otra cuyo dueño era Carlos V. Toussaint, quien tenía montado en el mismo local una peluquería y se dedicaba también al negocio de “comisiones” o “consignaciones”, a fungir como agente de una compañía de seguros y de una empresa editorial muy importante de la ciudad de México (Bouligny and Schmidt Socs., de Alfredo Haas y Socios). Dos sastrerías: la Gran Sastrería Francesa, de J. Druelle, y una sucursal de la famosa sastrería de Eugenio Dubernard de la ciudad de México. Un par de boticas o drogue rías: la Botica Francesa, y La Guadalupana. Dos mer cerías: El juguete, que era sucursal de El Refugio de la ciudad de México y obviamente también vendía juguetes, y la Gran Ciudad de Londres, que ejercía los ramos adicionales de ferretería y tlapalería. Dos librerías y papelerías: El Libro Ma yor, que funcionaba también como agencia de periódicos –algunos de franceses de la capital del país–, y la Enseñanza Objetiva, que además vendía efectos para fotografía, armería, cerería y mercería. Dos joyerías: el Gran Bazar Parisiense, que expendía también efectos de relojería, bonetería, tapicería y papelería, así como muebles y vidrios importados de Francia (…) Un comercio de pieles: el Depósito de Curtiduría Francesa. Una perfumería de la que ignoramos su nombre, montada por Víctor Michaud. Finalmente un cine matógrafo, de Carlos V. Toussaint. Resulta evidente que los inmigrantes provenientes del valle alpino de Barcelonnette alcanzaron el éxito económico en México, y pese a su deseo de volver a Francia para morir, consideraron indispensable fundar un cementerio en la ciudad de Puebla. La punta de lanza para concretar este proyecto fue la promesa de erigir el Monumen to Franco–Mexicano. Poco tiempo después de obtener el primer lote, con una extensión de 2 500 metros cuadrados, en el Cementerio Municipal, en 1898 solicitaron duplicar esa superficie aun antes de iniciar la tan anunciada obra. La idea inicial de “guardar la memoria de los franceses y los mexicanos que sucumbieron durante la Guerra de In tervención” se había transformado de manera radical: ahora se “daría sepultura en el mausoleo a los cadáveres cuyos deudos así lo solicitaran, pagando al erario municipal los derechos corres pon dientes”.

Boulard Pouqueville, encargado de los negocios de la República Francesa en México, ofreció como compensación donar los terrenos que su representación diplomática poseía en El Puente de México, Molino de En medio, Santa Cruz y otros más que no se especifican. Cabe destacar que la arquitectura fue usada nuevamente como argumento principal para cerrar el trato: El monumento que se proyecta erigir ocupará por sí solo gran parte de la superficie del terreno que fue cedido a la mencionada asociación; poco quedaría pues, para hacer las inhumaciones de que se ha hablado, ni para poder apreciar las bellezas del monumento, si no se procura que esté algún tanto aislado; y como se desea que dicho monumento sea una obra digna de la cultura de Puebla (…)

Con la decidida intervención de Pedro F. Osorio, esta nueva cesión de terreno fue auto rizada por el Ayuntamiento el 23 de junio de 1898.39 Respecto a las tumbas existentes en esa zona de la quinta clase del Panteón Municipal, se resolvió respetarlas hasta que fuera posible verificar las exhumaciones correspondientes.

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