domingo, 5 de septiembre de 2010

SALTILLO EN LA INDEPENDENCIA

En pleno mes patrio, la ciudad se prepara para celebrar el bicentenario del inicio de la lucha que por la libertad y la independencia iniciaron en 1810 don Miguel Hidalgo y otros insurgentes criollos y mestizos a escasos nueve años de cumplirse los tres siglos de la dominación española, y que culminó con el triunfo en 1821. Once años y una cruenta guerra se necesitaron para lograr la emancipación definitiva luego de 302 largos años de sometimiento por la Corona española, que pocos años después del descubrimiento de América había conquistado el territorio de la Nueva España y lo había conservado y administrado como un virreinato, a diferencia de otros países de la América hispánica que en su tiempo fueron tan solo colonias españolas.

Al estallar la lucha por la independencia, Saltillo era una pequeña villa española con una población tlaxcalteca contigua políticamente independiente. San Esteban de la Nueva Tlaxcala dependía directamente del virrey y tenía sus propias autoridades, mientras que la villa de Santiago del Saltillo estaba bajo la jurisdicción de la Nueva Vizcaya, que nombraba a sus autoridades.

Sin embargo, y después de más de 200 años de convivencia y vecindad, ambas poblaciones hacían muchas cosas en común. Una de ellas era la famosísima feria del Saltillo, la tercera en importancia de las de la Nueva España, solamente abajo de las de Acapulco y Jalapa. La feria se realizaba anualmente en la plaza de la Nueva Tlaxcala, un espacio que se extendía hacia el norte de la actual calle Ocampo hasta la calle Pérez Treviño, y hacia el sur alcanzaba el mercado tlaxcalteca llamado el Parián, ubicado en Victoria y Allende, donde se encuentra ahora una sucursal de Bancomer.

Sin que se sepa con certeza, se cree que la feria comenzó a principios del siglo 18 y alcanzó a lo largo de los años gran renombre comercial. Entre otras muchas cosas, había venta de sillas de montar, frenos, espuelas, reatas, tabaco, vinos, aceites, calzado, pieles, cereales, azúcar y piloncillo, telas, sombreros, cobertores, mantas y sarapes, además de imágenes de santos, fabricadas por los tlaxcaltecas o traídas de Europa, y las tallas en madera estofada venidas desde Guatemala.

Se comerciaban también mercaderías del Oriente y de Filipinas, que llegaban a la Nueva España en la Nao de China que desembarcaba su preciada carga en el puerto de Acapulco. También había corrales en los que se compraban y vendían reses, mulas, caballos, ovejas y cabras, sin faltar los puestos en los que se ofrecían fritangas, enchiladas, atole, champurrado, mole y barbacoa. Alrededor de la feria había espectáculos de cómicos de la legua y circo, corridas de toros, carreras de caballos y peleas de gallos.

Los juegos de azar eran muy socorridos y venían tahúres de todas partes. La villa española y el pueblo tlaxcalteca registraban un movimiento inusitado y como los mesones no se daban abasto, las autoridades tenían que instalar barracas improvisadas para dar albergue a la gran cantidad de visitantes que llegaban a la feria del Saltillo.

Gracias a ellos, al inicio de la gran fiesta comercial, el 23 de septiembre de 1810, los habitantes del Saltillo y de San Esteban se enteraron del levantamiento armado del cura Hidalgo. En muchos aspectos olvidada la población por el gobierno central debido a la gran distancia que mediaba, la noticia se conoció apenas siete días después del acontecimiento, traída a estas lejanas tierras por los concurrentes a la feria venidos de otras poblaciones del centro del país.

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