miércoles, 15 de septiembre de 2010

GENERALES "CON SOBRADO ESPÍRITU MILITAR" 3

Eutiquio Munguía en Torreón

Por sus méritos en algunas batallas, el 22 de agosto de 1913 Eutiquio Munguía fue ascendido a jefe de la División del Nazas. Originario de Toluca, Estado de México, contaba con 63 años de edad.46 Substituía a Ignacio A. Bravo, un viejo lobo de mar. Desde este sitial el jefe militar podía escalar hasta la gloria o descender al infierno. Como los rebeldes estaban lejos de abandonar la idea de conquistar Torreón, pusieron a prueba a Munguía tras un mes escaso de que ocupara el puesto. Por tales fechas las plazas de Lerdo, Gómez Palacio, e incluso San Pedro de las Colonias, estaban en poder de los revolucionarios. Tan pronto como asumió el cargo, Munguía dictó la orden de tomar la ofensiva y recuperarlas. A instancias de ello envió sendas columnas: la primera al mando de Eduardo Ocaranza, que recuperó Gómez Palacio el 6 de septiembre, y la segunda, compuesta por la Brigada Argumedo y el cuerpo Campa, que recuperó Lerdo al día siguiente.47 Pero el éxito le duró poco. El 23 de septiembre llegó a los oídos de Munguía que Francisco Villa estaba en Bermejillo con alrededor de 4 000 hombres, que en la Pedriceña se encontraban Calixto Contreras y Orestes Pereyra con igual número de efectivos, y en Parras una partida adicional de rebeldes dirigida por un jefe llamado Yuriar. Su objetivo común era conquistar Torreón. Pasada una semana los acontecimientos se aceleraron. El 29 de citado mes Felipe Alvírez y Emilio Campa fueron arrollados en Lerdo y Gómez Palacio por los revolucionarios.48 Al día siguiente Francisco Villa se lanzó sobre Torreón. Atacó la plaza con tal temeridad que las fuerzas federales fueron víctimas del pánico. La parte medular de la columna federal, al mando de Eutiquio Munguía, dio muestras de extrema fragilidad y el 1 de octubre se resquebrajó. En palabras llanas, se acobardó y entró en desbandada.

Días después Munguía trató de justificar lo sucedido. En forma paladina dijo que sus tropas habían quedado fatigadas y hambrientas tras combatir todo el día, y comenzaron a abandonar tanto sus puestos como Torreón. Pero aquí viene el quid del asunto. Dio dos justificaciones: que al considerar que la plaza estaba perdida tomó la resolución de "seguir la avalancha de gente que abandonaba la plaza", y que su intención no fue la de huir, sino reunir a sus fuerzas en algún punto de la zona. En su deambular, el 4 de octubre reunió unos 1 700 hombres con los cuales se dirigió a la estación Tizoc, lugar en donde los puso en manos del general Fernando Trucy Aubert.49 Esto último porque la Secretaría de Guerra se había enterado de su huida e incluso había dado la orden de capturarlo y trasladarlo a la ciudad de México.50

Para no pocos observadores resultaba obvio que Eutiquio Munguía había huido de Torreón. La versión fue reforzada por algunos de sus subalternos. Luis G. Anaya, defensor de uno de los puntos neurálgicos de Torreón, adujo que el 1 de octubre buscó al citado general para informarle de la gravedad de la situación, pero no lo encontró. Cuando las cosas se tornaron alarmantes reunió unos 20 elementos dispersos y también abandonó Torreón.

El día 5 llegó a la estación San Rafael, de la vía Torreón-Monterrey, y se topó con la novedad de que ahí estaba el general Munguía.51 Efectivamente, después de entregar los restos de la División del Nazas Eutiquio Munguía se dirigió a la ciudad de México para informar de lo sucedido. Las autoridades militares lo arrestaron porque consideraron que no había estado a la altura de su deber en la defensa de Torreón. Asimismo se hizo público que lo enjuiciarían para imponerle un correctivo severo. El Independiente no vaciló al denunciar que "Torreón fue cobardemente evacuado por un general inepto y pusilánime". Y agregó que Munguía tuvo en Torreón más de 3 000 soldados, piezas de artillería y granadas suficientes para sostenerse por más de un mes, y además contaba con las guarniciones de Gómez Palacio y Lerdo para apoyarse y destrozar al enemigo. 52

Para Huerta y Blanquet la situación política y militar se complicó en los días siguientes y el proceso se dejó para un futuro cercano. Finalmente el asunto se olvidó: fuera una u otra la realidad, la cobardía de Munguía fue conocida por muchos y produjo el natural escozor; sólo que Munguía no era el pionero en tales menesteres, sino un simple imitador, un vulgar repetidor.

La deserción de Felipe Ángeles

A pesar de que el ejército federal daba tumbos porque algunos jefes militares preferían correr en lugar de exponer la vida frente al enemigo, su estructura se mantuvo firme. De cualquier forma hubo militares que si bien no corrieron, sí desertaron. He aquí las pruebas: A raíz de su llamado del 20 de abril Carranza pescó dos piezas: la más importante fue el general Felipe Ángeles. Es sabido que al estallar la Decena Trágica la tarde del 9 de febrero de 1913 Madero se dirigió a Cuernavaca en su busca. Gracias a ello apoyó a Huerta en el cañoneo de La Ciudadela, y por razones un tanto contradictorias lo aprehendieron y encerraron en Palacio Nacional junto con Madero y Pino Suárez. Se le dio la libertad y se le nombró agregado militar en la legación mexicana en Bélgica. Antes de partir, el 5 de abril, nuevamente lo encarcelaron inculpado de delitos contra personas en general. Según Odile Guilpain, su expediente revela que dio la orden de fusilar a un joven que durante uno de los ataques a La Ciudadela incitó a los soldados a la rebelión. Se suspendió el proceso en julio de 1913 y Ángeles fue excarcelado el 29 del mismo mes para hacerse cargo de una comisión en Europa.53 Partió rumbo a Francia un mes después, casi al terminar agosto.
Es probable que siendo ambicioso, al igual que otros militares, Ángeles haya calculado que en las filas del ejército federal no tenía futuro, ya que allí había numerosos generales de mayor graduación, con mejor trayectoria, y con tanta o mayor preparación que él, de ahí que supusiera que siempre habría de ser un segundón.

Tampoco escapó a su mente la cobardía de algunos de sus colegas, que en lugar de batirse a muerte contra el enemigo preferían correr. Por si ello no hubiera sido suficiente, se percató de que las fricciones de Huerta con los felicistas estaban haciendo mella, y de que en lugar de avanzar en la pacificación, la revolución avanzaba. En vista de ello dedujo que el futuro estaba del lado de las filas rebeldes. Así, ocho meses después del golpe de Estado el canto de las sirenas lo sedujo, calculó la situación, y decidió desertar. Su juramento y lealtad al ejército pasaron a un segundo plano. ¿Qué hizo al llegar a Francia?

Casi de inmediato se reunió con Miguel Díaz Lombardo, quien le propuso unirse a Venustiano Carranza, y él aceptó.54 Pero también es posible que el propio Ángeles buscara a Díaz Lombardo para plantearle esta intención. No había transcurrido mes y medio cuando Ángeles ya había partido del puerto de el Havre rumbo a Estados Unidos, de donde pasó a Sonora, y el 17 de octubre de 1913 se unió a la Revolución, lo cual es indicio de que el anzuelo lanzado por Carranza para atraer federales a sus filas funcionaba y de que su llamado del 20 de abril con el que invitó a los generales, jefes y oficiales del Ejército Federal a unirse a la Revolución tuvo eco; limitado pero lo tuvo.

Pero no todos los aliados de Carranza estuvieron de acuerdo con semejante incorporación. Según Álvaro Obregón, a los pocos días de su llegada a Hermosillo el Primer Jefe les informó que Felipe Ángeles había dejado Europa para sumarse a la Revolución.55 Para mayor afrenta si se consideraba su condición de federal, Carranza lo designó casi de inmediato secretario de Guerra.56 Las protestas de Obregón y de otros jefes revolucionarios lograron que Carranza lo rebajara al cargo de subsecretario encargado del Despacho.

La animadversión de Obregón hacia Ángeles no cedió, y en una ocasión le advirtió a Carranza que se cuidara, porque el ex federal lo iba a traicionar.57 Por estas y otras razones Ángeles se alejó de Carranza y se incorporó a las filas de Francisco Villa. En las filas de la División del Norte desempeñó un papel importante, pero de momento su nombre no sirvió como imán para atraer más militares de alta graduación a las filas rebeldes.

Salvador R. Mercado y la División del Norte

Cuando ascendió Huerta al poder Abraham González fungía como gobernador de Chihuahua. El 28 de febrero de 1913 el citado gobernador fue obligado a firmar su renuncia y quedó al frente de la entidad el general Antonio Rábago, cuya gestión se vio mancha da precisamente por el asesinato de Abraham González. En la segunda quincena de mayo de 1913 el propio Rábago solicitó una licencia de dos meses para separarse del cargo.

El 29 del mismo mes la legislatura local nombró en su lugar al general Salvador R. Mercado, quien al mismo tiempo se hizo cargo de la División del Norte.58 En su hoja de servicios dio como fecha de la asunción de ambos cargos el 31 de mayo.59 Cabe mencionar que la División del Norte figuró entre las que resultaron clave para aplastar la revolución. Su campo de operaciones fue todo el estado de Chihuahua y su cuartel general se ubicó en la ciudad del mismo nombre. Con 50 años de edad encima, originario de Morelia, Michoacán, Mercado no pasó por las aulas del Colegio Militar, y al recibir semejante encomienda tenía ya 30 años de antigüedad.

Seguramente fue uno de los hombres por quienes Huerta tenía gran estima y a quienes reconocía cierta experiencia y capacidad militar. De no ser así habría escogido a otro. Pero su experiencia, restringida a combatir gavillas de bandoleros, no fue suficiente para doblegar a unos rebeldes sumamente astutos, bien armados y dispuestos a jugarse el todo por el todo. Sin lugar a dudas también le tocó lidiar con el más peligroso de los rebeldes: Francisco Villa.

Pero mientras durante años Mercado se preparaba para dominar el arte de la guerra, Villa deambulaba como simple bandolero. Sea lo que fuera, Salvador R. Mercado se portó frente a Villa en forma inesperada. En lugar de tomar la iniciativa para liquidarlo, como dictan los manuales de la guerra, se limitó a defenderse. A todas luces la estrategia elegida era absurda y sólo lo conduciría al desastre, como efectivamente sucedió. Villa lo midió y literalmente jugó con él al gato y al ratón.

Día tras día se registraron incidentes de armas que sería largo narrar. Las escaramuzas alcanzaron tal magnitud que para finales de octubre sólo quedaban en poder del gobierno las ciudades de Chihuahua y Ciudad Juárez.

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