miércoles, 15 de septiembre de 2010

El cementerio de los vencidos 5

Las familias de los desheredados que aguardaban al Ángel del Juicio Final en esa necrópolis nada pudieron hacer, ya que la escritura de cesión se firmó el 21 de marzo de 1899 ante el notario público Benjamín del Callejo. Entre los documentos que integran es te protocolo notarial aparece el primer plano del Panteón Francés de Puebla, propiedad de la Colonia Francesa, dotado con una extensión total de 9 950 metros cuadrados. Un levanta miento apenas esquemático muestra que el predio ya se hallaba bardeado y que abría puertas hacia la quinta clase del Panteón Municipal y hacia el Camino a la Fábrica “El Mayorazgo”, la actual y muy transitada Avenida 11 Sur. En sólo un par de años el Panteón Francés abrió sus puertas en la ciudad de Puebla de Zaragoza; como justificación se usaron los restos de los defensores de la Patria.


Juntos sólo difuntos…

En lo que concierne al Monumento Franco-Mexicano, en principio se encargó al escultor y empresario mexicano Jesús Fructuoso Contreras (1866-1902), celebre en Puebla, pues era autor de los con juntos escultóricos dedicados a los Héroes de la Independencia, a Nicolás Bravo y a Ignacio Zaragoza, los dos últimos inaugurados durante la visita que el general Díaz hizo a Puebla en 1896. El proyecto se conoce gracias a una fotografía que le tomó al modelo en yeso.42 Desde un plinto de cinco gradas se desplanta un sarcófago monumental sobre el que descansa el grupo escultórico de La Patria sosteniendo a uno de sus hijos caídos durante la Intervención Francesa. El conjunto central quedaría enmarcado por un hemiciclo formado por 11 columnas de orden corintio cuyo ritmo sería marcado sobre el entablamento a través de flameros. Frente a las pilastras que delimitan a la columnata se ubicarían alegorías femeninas sosteniendo palmas de martirio. Un marcado contraste cromático sería definido entre los materiales constructivos básicos: mármol blanco para los elementos arquitectónicos y bronce para los escultóricos. Además de una escala monumental, consecuente con la extensión del lote que cedió el ayuntamiento poblano, es probable que la propuesta hubiera sido rechazada porque la referencia a la República Francesa era mínima y poco conveniente bajo el ánimo de reconciliación: el discurso iconoló gico subrayaba el martirio de los héroes mexicanos bajo el brutal imperialismo europeo.

La historia de los edificios que actualmente definen la imagen de la ciudad de los muertos franco-poblana fue registrada por Adrien Reynaud, tesorero de la Société de Bienfaisance Francaise, Suisse et Belge, en un folleto casi desconocido que lleva por título: “Cometiere Français de Puebla. Monument a la Paix Franco–Mexicain”, publicado en la ciudad de México en 1931.43 En él se consigna que la obra conmemorativa es resultado de la coautoría del escultor francés Marcel Desbois y su compatriota, el arquitecto Morin. El propio Boulard Pouqueville apro bó los planos y encargó la ejecución del grupo escultórico en París. La construcción de la capilla-basamento sería dirigida por el arquitecto galo avecindado en México Auguste Leroy.
Una vez excavada la superficie en donde se armarían los cimientos de la capilla-basamento se organizó la ceremonia de colocación de la piedra fundamental, un añejo ritual de buen augurio que aquí adquiría matices políticos, ya que para presidirlo se invitó a la imprescindible encarnación del poder, al presidente Porfirio Díaz. El acto tuvo lugar hace 111 años, el 23 de noviembre de 1896, en el marco de la visita oficial a la entidad. Auguste Leroy encargó para este fin un martillo y una cucharilla de aluminio grabada, herramientas que le fueron presentadas al primer mandatario en una caja de madera. En esa oportunidad acompañaron a don Porfirio, Joaquín Baranda, secretario de Justicia e Instrucción Pública; Francisco Z. Mena, secretario de Comunicaciones y Obras Públicas; G. Benoit, ministro plenipotenciario de la República Francesa en México; y el general Muncio P. Martínez, gobernador del estado de Puebla, quien contemplaba más que complacido que su capital se iba llenando de nuevos hitos cívicos: “no se podía ser más patriota y ci vilizado”. En su respuesta al embajador francés, don Porfirio definió aquel suceso como una “reconciliación de ultratumba” e hizo el siguiente llamado: “Señores, mis más vivos deseos son que franceses y mexicanos, al quedar colocada la primera piedra de este monumento, mantengamos la más firme resolución de que nuestras armas no vuelvan jamás a cruzarse.”45 Cuatro años más tarde, el Héroe de la Paz regresaría al rancho de Agua Azul a develar la obra.

La fecha del proyecto del Monumento a la Paz Franco-Mexicana, su conclusión definitiva, podría establecerse entre 1895 y 1896, a reserva de confirmar dicha temporalidad en los planos firmados por los artistas franceses Marcel Desbois y Morin. Sin esta fuente de primera mano tampoco es posible asegurar si Auguste Leroy, el “arquitecto constructor”, le hizo alguna modificación para adaptar las ideas de los extranjeros a la realidad geográfica, urbana y económica de la Angelópolis. A partir de un análisis ocular parece probable que la balaustrada que delimita la plaza de acceso a la construcción haya sido agregada entre 1901 y 1931 con tres propósitos: subrayar el dominio visual de la obra desde el ingreso al Cementerio Francés; delimitar el espacio ritual para las ceremonias cívicas anuales; e incorporar la tradición constructiva regional, lo cual no sería extraño, ya que durante los años de la posrevolución algunas capillas, como la de la familia Toussaint, fueron recubiertas con losas de barro y talavera para que parecieran legítimamente poblanas.

Los trabajos de construcción comenzaron en 1896 y fueron terminados en abril de 1900;48 el tiempo que media entre la conclusión del monumento y la ceremonia inaugural obedece a que se debió esperar para encontrar un espacio en la agenda presidencial.

Atendiendo a la escala del basamento, a su complejidad constructiva y al flujo constante de los recursos financieros, me inclino por la versión de Reynaud, quien apunta que las obras apenas duraron un año, de 1898 a 1899; lo que verdaderamente demoró la entrega fue la construcción de la portada principal del cementerio, los pozos artesianos necesarios para disponer de agua para el riego de árboles y plantas, los sistemas de drenaje, las calzadas y las calles, y el edificio para la conserjería, lo que en el programa arquitectónico de un cementerio mexicano se denomina la casa del administrador.

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