miércoles, 15 de septiembre de 2010

El cementerio de los vencidos 3

Con la consumación de la Independencia, la presencia de los extranjeros establecidos en México se hizo más visible. Libres de las antiguas restricciones impuestas por los monarcas españoles, los súbditos ingleses comenzaron a emigrar a América con la intención de incorporarse en diferentes ramos de la industria minera; las ciudades de Pachuca y Real del Monte, en el estado de Hidalgo, resultan ejemplos excelentes de la forma en que ocurrieron estos procesos de aculturación. A los miembros de la colonia británica que practicaban del cristianismo anglicano les resultaba muy complicado inhumar a sus muertos en las iglesias católicas o en sus atrios. La opción ante una realidad de marginación religiosa fue establecer sus propios cementerios; espacios en donde podían verificar libremente sus tradiciones funerarias. Así, al paso del tiempo estos espacios constituyeron símbolos de identidad cultural. El cementerio inglés de la ciudad de México abrió sus puertas en una fecha tan temprana como el año de 1827.

A partir de estos antecedentes me interesa abordar la relación que existió entre la temprana edificación de cementerios en México y la consolidación de las colonias extranjeras en diferentes ciudades del territorio nacional. Considero conveniente apuntar, además, que si bien esta tipología arquitectónica presentó un desarrollo notable a partir de que el Estado se hizo cargo de su administración una vez que fueron promulgadas las Leyes de Reforma y que se estableció el Registro Civil, ya existían, los jardines de la muerte los más en proyecto, desde las últimas décadas del siglo XVIII.

Consecuencia del pensamiento ilustrado, el diseño de las grandes extensiones de terreno destinadas a alojar centenares de tumbas, organizadas en categorías sociales, planteaba varios recorridos para los visitantes que acudieran hasta sus puertas. Libres de las restricciones litúrgicas y espaciales que les imponían las bóvedas de capillas e iglesias, los primeros mausoleos fueron proyectados siguiendo los modelos de la arquitectura funeraria presentes en algunas ciudades de la antigüedad, como Roma y Pompeya.

En esta forma se fue consolidando una ciudad paralela a la de los vivos, que al igual que ésta estaba formada por calles, plazas, jardines, fuentes, construcciones y capillas, sólo que al anochecer quedaba totalmente abandonada. El impacto urbano no resultó menos significativo: constituidos como hitos, hubo que trazar calzadas que condujeran a los cortejos hasta sus accesos. Se erigieron pórticos monumentales como remate visual de una vía arbolada, como el que presenta el Cementerio Municipal de la Angelópolis.

El Segundo Imperio Mexicano (1864-1867) abrió un capítulo nuevo en lo que concierne a la arquitectura funeraria en la ciudad de Puebla: después de verificar una cuidadosa inspección de los campos santos de San Francisco, del Carmen, de la Merced, San Roque y de San Antonio,21 la Junta de Salubridad del Ayuntamiento recomendó la inmediata construcción de un cementerio que cumpliera con los requerimientos que las teorías higienistas francesas recomendaban.

Tal iniciativa logró que se adquiriese un predio, propiedad de Mariano Rivadeneira, para destinarlo a esta finalidad. Por otra parte, a pesar de las convulsiones políticas y sociales de la época, los extranjeros avecindados en la Angelópolis iban transformando los rituales de la muerte. Por ejemplo, el 27 de septiembre de 1867, ya restablecida la República, el francés Julio Peters solicitó al Ayuntamiento que se le concediera permiso para establecer una empresa dedicada al arrendamiento de carros mortuorios, que daría ser vicio a los habitantes de la capital del estado.

El proyecto para construir un cementerio nuevo permaneció en el olvido durante 11 años, entre otras razones porque no se levantaron escrituras de la propiedad adquirida durante el gobierno de Maximiliano de Habsburgo.24 Pese a los esfuerzos de Mariano García y del regidor Pérez Martín, la obra no fue posible sino hasta 1877, cuando Pedro Berges de Zúñiga cedió una fracción del rancho de Agua Azul para alojar este elemento del equipamiento urbano decimonónico. El lote, de forma rectangular, tenía una ubicación privilegiada, ya que el acceso se haría por la calzada de Las Fábricas, continuación del célebre Paseo Nuevo. Entonces la garita de Amatlán marcaba el límite entre la ciudad y el cinturón de ranchos y haciendas cuya producción agropecuaria cubría algunas de las necesidades del asentamiento.

Se trataba de tierras agrícolas de buena calidad, pues las regaba la acequia que corría de forma paralela a la vialidad que delimita el solar por el sur. La vecindad con una de las puertas de la Angelópolis no sólo subrayaba su carácter externo, sino que le asignaba jerarquía al emplazamiento. En un principio las obras de edificación quedaron a cargo del ingeniero Aurelio Almazán.

El proceso constructivo del Cementerio Municipal de Puebla no estuvo exento de complicaciones, no todas de carácter financiero: fueron frecuentes las interrupciones debidas a las modificaciones que hacía la Comisión de Salubridad del Ayuntamiento Poblano al proyecto inicial,29 y a las fallas estructurales que comenzaron a presentarse en el pórtico que señala el acceso principal. Con todo, la necrópolis recibió a su primer inquilino en una fecha tan significativa como el 5 de mayo de 1880: se trataba de la niña María Merced Huerta, quien permaneció en este mundo escasos 7 días.30 Para convencer a los deudos de que sepultaran a sus familiares en el rancho Agua Azul, fuera de la traza protegida por Dios, hubo que ordenar la clausura de todos los camposantos que seguían funcionando en los atrios de las iglesias y en las huertas de los antiguos conventos,31 así como prohibir las inhumaciones en los nichos de los columbarios. Esas medidas coercitivas resultaban indispensables si se atiende a que el nuevo cementerio carecía de capilla. Las disposiciones emitidas por los síndicos del Ayuntamiento surtieron efecto, ya que a cuatro años de su apertura se pensaba en adquirir el predio vecino para ejecutar la primera ampliación del Cementerio Municipal de la ciudad de Puebla de Zaragoza

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