miércoles, 15 de septiembre de 2010

GENERALES "CON SOBRADO ESPÍRITU MILITAR" 5

Mucho se ha especulado sobre la decisión de Huerta y Blanquet de mantener acuartelados en Guaymas a cerca de 4 000 efectivos, mayormente cuando el puerto carecía de importancia política y económica. Pero eso no fue todo, se calcula que en el puerto de Mazatlán los efectivos del ejército federal también eran numerosos. Ascendían a 1 575 elementos, bloqueados asimismo por las tropas rebeldes comandadas por Juan Carrasco y Ángel Flores. En síntesis: unos 5 249 elementos de la División del Yaqui estaban cercados en dos puertos de otras tantas entidades, sin desempeñar actividad bélica y en el parasitismo total.

Reflexiones

Con golpe de Estado de por medio, en febrero de 1913 Victoriano Huerta, Manuel Mondragón y Aurelio Blanquet entraron en escena para restaurar el orden y aplastar la revolución constitucionalista. Pero jamás se percataron de que muchos de los altos mandos militares eran viejos, cobardes, inútiles y miedosos, por lo que como dijo Francisco Bulnes, ningún temor inspiraban a las chusmas. A escasas semanas de iniciado el régimen dieron pruebas fehacientes de que no estaban dispuestos a dar la vida por él.

Ante el empuje de simples aficionados a las armas, profesores de escuela, rancheros, bandoleros, y resentidos sociales, los expertos en la ciencia militar se espantaron y huyeron. Para los militares respetuosos de la ordenanza militar, que seguramente los hubo, el desencanto fue absoluto. Dentro de este contexto por demás contradictorio resultaba difícil convencer a la tropa de que debía combatir hasta la muerte, cuando varios de sus jefes corrían aterrorizados.

Sorprende que Huerta no aplicara un correctivo drástico, que no los hubiera fusilado. Fue sumamente comprensivo con Higinio Aguilar, Pedro Ojeda, Ramos y Enrique Rivero. Con Escudero y Munguía cambió de parecer, pero ya era demasiado tarde. El abandonar la plaza y huir se había convertido en una costumbre. Los sometió a juicio militar, pero sorpresivamente fueron absueltos.

A ninguno se le pasó por las armas. Ante semejante benevolencia, otros militares siguieron sus pasos. Como se ha visto, el caso más escandaloso tuvo lugar en los primeros días de 1914, cuando Salvador R. Mercado, jefe de la División del Norte, se espantó ante los amagos de Francisco Villa y sin pudor alguno cruzó la frontera de Estados Unidos.

Pero no lo hizo solo: se llevó toda la división a su mando. Pasados dos años Salvador R. Mercado escribió un libro en el cual se inconformó por el hecho de que lo etiquetaran de cobarde y vulgar evacuador de plazas, y advirtió que si querían encontrar uno realmente ejemplar, éste era Victoriano Huerta, evacuador de la plaza de la ciudad de México, la principal del país.75 Su juicio, a todas luces cínico, encerraba una gran verdad. En julio de 1914 Huerta no debió salir del país, sino esperar la llegada de los constitucionalistas a las goteras de la capital de la República y morir con las armas en la mano.

Naturalmente que no todos los generales resultaron cobardes. A partir del mes de marzo de 1914 hubo varios que se portaron con valentía y se jugaron la vida por el régimen hasta morir. Por ejemplo, en la segunda quincena de marzo Luis G. Cartón y Paciano Benítez defendieron con coraje la plaza de Chilpancingo hasta que cayeron vencidos y fueron asesinados por los zapatistas. A principios de abril del mismo año Ignacio Morelos
Zaragoza hizo frente a las insolencias del contralmirante Henry T. Mayo en el puerto de Tampico. De manera enérgica rechazó sus exigencias de desagraviar la bandera de EU en la playa con sus respectivos cañonazos.

En forma paralela José Refugio Velasco, acompañado de una docena de generales, defendió Torreón hasta ser vencido.76 En junio Luis Medina Barrón se batió como león en Zacatecas para detener el avance de Villa hacia la capital de la República. En el Occidente el general Manuel Zozaya quiso detener el avance de Obregón, pero cayó herido y a la postre falleció. Al finalizar la primera semana de julio de 1914 el general José María Mier, jefe de la División de Occidente, se batió con hombría contra los rebeldes en las cercanías de Guadalajara, donde resultó mortalmente herido. Falleció a consecuencia de ello. Como el régimen de desmoronó, sus hazañas quedaron sepultadas.

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