miércoles, 15 de septiembre de 2010

El derrumbe de la monarquía hispánica y el triunfo del separatismo americano vol. 1

Brian R. Hamnett. Tradicionalmente se contempla la Independencia de la América española (1808 a 1826) desde la perspectiva de los separatistas. Tal postura da lugar a que los tres siglos de dominio español sean valorados de manera negativa. Asimismo, se tiende a considerar que los orígenes de las naciones hispanoamericanas datan del periodo colonial. Este enfoque es erróneo puesto que, en muchos sentidos, la ideología nacionalista fue construida durante y después de las guerras independentistas, no antes. En rigor, las naciones se conformaron después de la creación de los nuevos estados soberanos.

En este artículo considero que la disolución de la monarquía hispánica, es decir, el territorio que la corona española dominó en los dos hemisferios desde la última década del siglo XV, incluidas las Filipinas y las islas del Pacífico, no fue un proceso inevitable desde el comienzo de los conflictos armados en 1810. Por el contrario, en el siglo XVIII la monarquía supo adaptarse a las nuevas condiciones sociales e impulsar una serie de reformas comerciales y administrativas, así como ganarse la cooperación de nuevas secciones de las élites americanas que se aprovechaban de estas reformas para mejorar su posición material. Incluso, en lo esencial, la monarquía permaneció unida hasta la segunda década del siglo XIX.

Aquí planteamos dos problemas cruciales. El primero: si el colapso de la monarquía no hubiese sido inevitable, ¿habría sido posible reconstituirla para que sobreviviera bajo alguna otra base? Había varias posibilidades: por ejemplo, la confederación de territorios autónomos, la federación de estados gobernados por Madrid, o un estado unitario regido por una constitución aplicable a todas las partes de la monarquía, como en el caso de la Constitución gaditana de 1812. La historiografía reciente ha comenzado a subrayar más estos problemas teniendo en cuenta que el proceso de la disolución del imperio y la formación de estados independientes resultó complejo y prolongado.

Es imposible comprender la formación de estados independientes en la América española sin revisar el proceso de desintegración de la monarquía hispánica. Los movimientos independentistas no causaron este fenómeno, aunque es verdad que lo aceleraron. Los motivos de la disolución eran intrínsecos: se los podía ver en la estructura de la monarquía y en las políticas ministeriales, como veremos más adelante. Los separatistas, es decir, quienes estaban resueltos a derribar la monarquía en los dos hemisferios y separar los territorios americanos de la metrópolis española, no constituían una mayoría en 1810, y el sentimiento monárquico duró largo tiempo, en algunos casos aun hasta la década de 1820.

Con el triunfo del separatismo iniciado en 1817 y concluido en 1826, el poder de España –incluídos sus consulados y corporaciones comerciales– fue erradicado del continente americano. Como consecuencia, en 1840 comenzó a formarse una multiplicidad de “estadossucesores”: algunos pequeños y poco viables; casi todos débiles y al borde de la bancarrota. Por esta razón, la segunda pregunta será: ¿por qué relsultó imposible impedir esta fragmentación, cuando los territorios americanos continentales se separaron de la monarquía?

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