miércoles, 15 de septiembre de 2010

TROPA VIEJA, TROPA NUEVA

TROPA VIEJA, TROPA NUEVA:
Ricardo Pérez Montfort

También México tiene sus brazos y envenena también con sus gases, si enemigos no arreglan las paces nos iremos a dar de balazos, pelearemos a carabinazos con pistola machete y puñal, el soldado con el oficial: no habrá hombre que entrarle se niegue, puede ser que este tiempo se llegue ya se anuncia la guerra mundial
Francisco L. Urquizo, sus memorias noveladas y la transformación del Ejército Mexicano1

En 1947, en la primera edición de sus apuntes novelados sobre la participación de México en la Segunda Guerra Mundial titulados Tres de Diana, el general Francisco L. Urquizo recordaba el desfile del 16 de septiembre de 1942 como una clara muestra de que el Ejército Mexicano estaba dando firmes pasos para lograr su modernización. México ya se encontraba en guerra contra las naciones del Eje, siguiendo la escalada belicista mundial que poco a poco fue arrastrando a diversos países de América a la mayor conflagración que ha vivido la humanidad. Después de diciembre de 1941, tras el ataque japonés a la bahía de Pearl Harbor, pero sobre todo después del hundimiento de los buques-tanque Potrero del Llano y Faja de Oro en mayo de 1942, México se vio en la ineludible situación de declararle la guerra a Alemania, Italia y Japón, en un acto que lo mismo fue interpretado como una afirmación de la dignidad nacional que como su alineamiento a los intereses de la siempre odiosa doctrina Monroe, ahora actualizada con el nombre de Panamericanismo. Al poco tiempo se creó la Comisión México-Americana de Defensa Conjunta, y una Ley de Préstamos y Arrendamientos facilitó el traslado de material bélico a México "en cantidades ilimitadas y a un costo sumamente bajo".2

Independientemente de las interpretaciones, la memoria del general Urquizo planteaba que en ese año de 1942, gracias a la guerra y a la "buena voluntad" estadounidense, el Ejército Mexicano había adquirido material de guerra suficiente, contaba con elementos preparados y estaba de tal manera estructurado que ya se podía pensar en su verdadera modernización. Así lo probaba aquel desfile del 16 de septiembre que, además de 40, 000 hombres armados, incluía los más recientes envíos del vecino del norte:


Tanques, cañones de 105, cañones de 37,
anticarro, ametralladoras antiaéreas, morteros
de 81, camiones para transporte de
tropas, camiones de carga, grúas, carros
de co mando, ambulancias, jeeps, cisternas,
estaciones de radio, radar, etc…
En el desfile de ese 16 de septiembre
hicimos figurar todo el material recibido
improvisando personal y aún echando
mano de choferes civiles que nos prestaron
las Centrales Obreras. Deseábamos que el
pueblo se diera cuenta de los nuevos flamantes
elementos que disponíamos.3


Desde el 17 de agosto de 1942 el general Francisco L. Urquizo se había hecho cargo de la Subsecretaría de la Defensa Nacional, designado nada menos que por el también recién nombrado secretario del mismo ramo, el divisionario y ex presidente Lázaro Cárdenas del Río. Ambos trabajaron juntos hasta el 27 de agosto de 1945, fecha en que Cárdenas renunció a la Secretaría, misma que fue ocupada por Urquizo hasta el fin del sexenio del general Manuel Ávila Camacho.
Lo que Urquizo llamó "la modernización del ejército mexicano", sin embargo, no sólo incluyó la incorporación de nuevo y moderno equipo bélico importado de Estados Unidos, también y sobre todo significó la incorporación y el entrenamiento de un amplio grupo de conscriptos, jóvenes de 18 años de edad que se fueron acercando a las fuerzas militares a partir de la instauración del servicio militar nacional obligatorio. Estos conscriptos debían incorporarse al ejército a partir del primero de enero de 1943 para así formar parte de las primeras reservas del mismo, y estar listos en caso de una emergencia nacional, que ya se veía venir. Además se tenía que entrenar a cerca de 80 mil individuos que habían acudido al llamado de reclutamiento voluntario.4

Para ello, sin embargo, en 1942 no parecía existir la infraestructura militar suficiente. No se contaba tampoco con los jefes, oficiales y sargentos necesarios para el entrenamiento, y para colmo de males se podía sentir en amplios sectores de la población nacional cierta resistencia al reclutamiento de conscriptos. En materia de infraestructura, el mismo Urquizo reconocía que la Intendencia General del Ejército Mexicano


estaba muy lejos de poder satisfacer su
verdadera misión; hasta entonces se había
concretado a ser una oficina de compras,
y otra de contabilidad solamente. No había
cocineros, no había cocinas, no había
vajillas, ni útiles, ni había una idea de
todo aquello. Tampoco conocía la Intendencia
de muebles para dormitorios ni
lavanderías. Hasta entonces nuestros pobres
soldados dormían en el suelo, teniendo
por única cama una manta y un
capote, y su ropa se las lavaban "sus soldaderas",
en la casucha donde buenamente
podían vivir.5


Aun cuando el Ejército Mexicano en 1942 ya había vivido varios procesos de modernización que lo hacían parecer muy diferente de aquel que el mismo Urquizo tuvo oportunidad de conocer en las primeras décadas del siglo XX, no cabe duda de que el salto que daría en la última mitad de los años treinta y en este primer lustro de los años cuarenta resultaría definitivo. Se trató de un verdadero salto cualitativo, de una Tropa Vieja a una Tropa Nueva, que se vivió inicialmente en un periodo no mayor de 40 años y que cambió radicalmente la estructura, la conformación, la imagen y quizás hasta la mentalidad de las fuerzas armadas mexicanas. Aun así, en aquellos primeros años cuarenta se seguían arrastrando ciertas rémoras que el mismo Francisco L. Urquizo describía así:


El personal (del Ejército) es bueno; sufrido,
pudiendo decirse que abnegado; es eficiente
y fácilmente asimila la enseñanza. El
reclutamiento de tropa es voluntario. No
existe el servicio de Intendencia y cada soldado
come de su haber en donde mejor le
conviene, y lava su ropa también como
puede. El resultado de la falta de este importantísimo
servicio se traduce en que el
soldado "se junte" con una mujer para que
le haga la comida y le atienda su ropa; tiene
hijos y se forma una familia trashumante,
que anda con el soldado donde a éste lo
lleva su servicio. Así pues cada corporación
tiene un número de hombres determinado
por la planilla orgánica y un número indeterminado
de soldaderas y niños hijos de
soldados. El batallón o regimiento que se
desplaza de un lugar a otro lleva consigo a
un pueblo entero de mujeres, criaturas,
animales domésticos y muebles y accesorios
humildes, pero en cantidad.6


El general Francisco L. Urquizo había nacido en San Pedro de las Colonias, Coahuila, en 1891, y fue sin duda un conspicuo testigo y actor de los dos extremos de este proceso: sus inicios y su culminación. Y lo mejor es que dejó testimonios, crónicas y novelas que pueden hacer las veces de recreaciones de ciertos ambientes que difícilmente aparecen en los partes del ejército o en la misma historia militar de la Revolución. Es por ello que al leer sus escritos éstos resultan a cual más sugerentes para un acercamiento un tanto informal y poco solemne a las tropas federales y revolucionarias que participaron en el movimiento de 1910 a 1920 y que una vez restructuradas en el Ejército Mexicano a lo largo de los años veinte y treinta dieron lugar a un cuerpo militar con pretensiones modernas e institucionales. A este cuerpo sirvió Urquizo hasta su muerte en 1969.
Ingresó a la revolución en la 2a. División del Norte del Ejército Libertador al mando de Emilio Madero en 1910 como tropa, y de ahí fue ascendiendo hasta convertirse en cabo primero en el Vigésimo Segundo Cuerpo de Caballería de la Federación. Formó parte de las Guardias Presidenciales durante la Decena Trágica. Tras el asesinato de Madero solicitó su baja del Ejército Federal y salió rumbo al norte a unirse a las fuerzas de Venustiano Carranza.
Entre los contingentes constitucionalistas siguió ascendiendo en la carrera militar para llegar a ser comandante de las importantes plazas de Veracruz –una vez desalojadas las fuerzas estadounidenses invasoras–, y de la ciudad de México, hasta convertirse en oficial mayor encargado del Despacho y Marina en el gobierno constitucional de Venustiano Carranza. Siguió al Barón de Cuatro Ciénegas hasta Tlaxcalantongo y tras su muer te fue hecho prisionero.

Al salir de la cárcel se exilió en Europa durante tres años y regresó a México en 1924.
Trabajó después como civil en la Secretaría de Hacienda hasta que en 1934 reingresó al Ejército y cuatro años después le fue reconocido el grado de general de brigada. A partir de ahí se ocupó de algunas comandancias de Chihuahua, Tamaulipas y Nuevo León, para finalmente ocupar la Subsecretaría de la Defensa durante la Segunda Guerra Mundial, y en 1945 la Secretaría misma, como ya se mencionó.7 Además de hacerse cargo de las primeras generaciones de conscriptos en el servicio militar obligatorio en 1943, Urquizo participó en la reorganización del Colegio Militar, restructurado a partir de la Academia del Estado Mayor muchos años antes, en 1916, por lo que su labor en materia de educación militar fue ampliamente reconocida.

Sus aportaciones como escritor y como cronista de ese aparentemente corto tiempo en que las fuerzas armadas mexicanas vivieron tal vez la transformación más importante de su historia son sin embargo, a mi juicio, las que mayormente perduran y hacen posible ese acercamiento realista, aunque a veces pintoresco al mundo militar, desde el soldado raso hasta la suprema comandancia.


II
Margarita ¿por qué lloras?
– Cómo no voy a llorar?
si mi marido está preso
y no lo puedo sacar
y mañana se lo llevan
para el Valle Nacional
a comer frijoles crudos
y atolito sin colar.
Versada de Arcadio Hidalgo

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