miércoles, 15 de septiembre de 2010

GENERALES "CON SOBRADO ESPÍRITU MILITAR" 2

La pérdida de Zacatecas

Días más tarde, concretamente el jueves 5 de junio, una nueva tragedia azotó al ejército federal. La plaza de Zacatecas estaba bajo el resguardo de unos 200 integrantes del 21º
Batallón y más de 80 de los Cuerpos Rurales, todos al mando del coronel Enrique Rivero.

Poco más de 1 800 rebeldes capitaneados por Pánfilo Natera se acercaron a la ciudad para tomarla y sumarla a la causa de la revolución.

Al enterarse de que se aproximaban los rebeldes, unos 80 soldados fueron colocados en el Cerro del Grillo, la misma cantidad en el Cerro de la Bufa, y el resto en las principales zonas altas de la población.

Cuando los rebeldes abrieron fuego, los federales contestaron en igual forma y la mortandad en ambos frentes no se hizo esperar. Las calles polvorientas de Zacatecas quedaron bañadas de sangre y llenas de cadáveres.

Por supuesto que sólo un milagro podía hacer posible que los 280 defensores resistieran y triunfaran. Al paso de las horas sucedió lo esperado: mientras los federales se replegaban, los rebeldes avanzaban. Al igual que en otros frentes, los atacantes contaron con una ventaja adicional: el apoyo de innumerables civiles de la ciudad atacada. El sábado 7 fue el día final. Alrededor de las ocho de la noche los defensores ocupaban el último reducto.

Viendo que la caída era inevitable, el coronel Rivero tomó la decisión de salvar su vida y la de sus últimos hombres. Aprovechando la oscuridad de la noche salió de la plaza con 10 oficiales y 31 individuos de tropa. Como era previsible, desalojada la última trinchera los rebeldes entraron a la ciudad y se entregaron al saqueo.

Junto con el pueblo común vaciaron bodegas, tiendas de ropa, y casas particulares. A continuación aprehendieron a diversas personas acusadas de ayudar a los federales y las asesinaron. En medio de una gran algarabía recorrieron las calles disparando al aire sus armas. Después del fracaso se dijo que una columna de 400 federales procedentes de San Luis Potosí recuperaría la plaza.

Al mismo tiempo corrió el rumor de que un alto jefe militar se había pasado a las filas de los rebeldes que atacaron Zacatecas.26 El coronel Adolfo M. Issasi, enviado con 150 hombres en calidad de refuerzo, no llegó. Se dijo que las numerosas gavillas que merodeaban la región lo obligaron a detenerse en Rincón de Romos, y por extrañas razones Emilio Campa, también destinado a reforzar la plaza de Zacatecas con 200 hombres, jamás salió de la capital de la República.

¿Por qué tantos fracasos?

Para el 10 de junio la pérdida de Matamoros y Zacatecas había calado hondamente en la opinión pública. Nadie entendía el porqué de semejantes fracasos militares. En su sección editorial El País se preguntaba abiertamente: "¿Quién es el culpable?", y sin tapujos exigió castigar a los responsables.

Desmenuzó una a una las posibles razones del fracaso. Recordó que al registrarse los salvajes acontecimientos en Ticumán, La Cima y otros lugares en la época de Madero, la prensa puso el grito en el cielo. Denunció con toda la fuerza de su encono, con todo el vigor de su ira oposicionista, con todo el derecho, con el justo enojo, la terrible hecatombe.

En tal época se dijo que el gobierno era inepto, torpe y criminal, e incapaz de acabar con el salvajismo de Zapata, experto en incendiar trenes y asesinar a pasajeros y escoltas. Que el maderismo estaba llevando al país a la miseria, a la ruina, a la deshonra. Por culpa de tales salvajadas México aparecía a los ojos del mundo como una tierra de caníbales, de hotentotes.


A continuación El País aseveró que: "los hombres que hoy son gobierno regocijábanse por aquellos desaciertos y celebraban nuestra enérgica cuanto justa y patriótica actitud".27 Cayó Madero y fue sucedido por un gobierno de hombres que alardeaban de que tenían energía suficiente para restaurar la paz, el orden, la disciplina, la seguridad y el control del bandidaje. Al final de cuentas, rezaba el citado diario, "vemos que en menos de un mes se registran hecatombes MIL VECES PEORES que las de Ticumán y La Cima". A continuación se preguntaba por qué en tan pocos días los rebeldes se apoderaron de seis o siete de las principales poblaciones importantes de Michoacán, de la importantísima plaza de Matamoros y, por último, de la ciudad de Zacatecas, capital de un estado del centro de la República.

En forma lapidaria manifestó. "Nunca en la época de Madero, sin tantos arreos militares, sin generales-gobernadores en diez y seis o dieciocho estados, sin la opinión favorable de los hombres de bien, y el apoyo decidido del Ejército, nunca en esa época, decimos, la patria había tenido que lamentar sucesos tan desgraciados, tan bochornosos, tan horriblemente trágicos y sombríos."28


Hay más de cincuenta mil hombres de
ejército y ¡las hordas pueden apoderarse
de Zacatecas! Es el colmo de los colmos;
es lo más grave que hemos presenciado en
estos últimos tiempos. A Madero le decíamos
–lo recordamos bien– en un editorial
nuestro: "quieres empréstito cuando
los zapatistas asaltan trenes y asesinan pasajeros,
quieres empréstito cuando no
puedes exterminar el bandolerismo; quieres
que aplaudamos tu labor cuando eres
inepto y torpe…" ¿Qué debemos decirle,
para no ser injustos, al gobierno actual?29



No obstante, los editores de El País expresaron que el gobierno de Huerta debía subsistir para que México mantuviera su independencia. Justo por esta razón no le decían todo lo que pensaban; su rencor se lo reservaban en el fondo de su alma, con las lágrimas en los ojos. Eso sí, exigían que el gobierno prestara mayor atención a la campaña militar para evitar más fracasos, para que ya no hubiera más soldados que perecieran heroicamente en defensa de plazas desguarnecidas, jefes militares que pidieran refuerzos sin que se los enviaran, y federales que se batieran como leones en proporción de 10 contra 1 000. Todo esto sin considerar el dolor de las viudas y de los huérfanos de los soldados caídos en los frentes de batalla, y todo porque, afirmaban, había demasiado desorden administrativo, y para decirlo claro, porque había mucha política, muchas intrigas, y ningún sentimiento noble y patriótico. Para concluir, dijeron en forma tajante:


Ha llegado la hora de que se depuren responsabilidades.
¿Quién tiene la culpa de
la caída de Matamoros y Zacatecas?
¿Quién? He aquí la incógnita que debe
buscar y encontrar el Gobierno; porque si
no la halla, si no pone remedio a esta situación,
los lamentos de las viudas y de los
huérfanos jamás podrán sofocarse y serán
escuchados por la Nación entera. PORQUE
SON LOS LAMENTOS DE LA JUSTICIA.30


La renuncia de Manuel Mondragón

Al final de cuentas la andanada de críticas se dirigió a un destinatario: Manuel Mondragón, quien se vio obligado a renunciar el 13 de junio. Inmediatamente su lugar fue ocupado por Aurelio Blanquet.

Como se sabe, Manuel Mondragón fue nombrado secretario de Guerra y Marina en febrero de 1913, cartera en la que duró cuatro meses.31 Al decir de Antimaco Sax, en forma temprana sus compañeros de gabinete le achacaron las derrotas inesperadas del ejército federal frente a las fuerzas constitucionalistas.

Todo porque, según afirmaban, el señor ministro no atendía las labores propias de su Secretaría, sino negocios de otra índole. Para corroborar su dicho mencionaban la derrota de Pedro Ojeda en Sonora, que implicó la pérdida de la plaza de Naco; pero eso no era todo, ya que también citaban la pérdida de Matamoros, y no conformes con estos dos fracasos mencionaban el de Zacatecas, lugar al que entraron los constitucionalistas cometiendo toda clase de atropellos.

La opinión pública, sobre todo en la capital de la República, empezó a inquietarse y a culpar al general Mondragón de semejantes reveses. Fuera cierto o falso, su prestigio también resultó maltrecho cuando se le acusó de exigir sobornos para adjudicar los contratos en la compra de armamento militar. 32

A tres días de su renuncia se especuló que Mondragón tomaría el mando de una división del ejército para cooperar en la pacificación del norte del país, pero el ex secretario se encargó de negarlo. Dijo que si bien estaba a disposición del gobierno, no se haría cargo de división alguna ni marcharía al norte en campaña contra los rebeldes.33

Ya fuera del gabinete, Huerta propagó el rumor de que Mondragón preparaba un complot para derrocarlo, lo que sirvió como pretexto para expulsarlo del país.34 Pero esa salida fue perfectamente orquestada: el 23 de junio de 1913 a las once de la mañana, llegó a la estación de Buenavista para abordar un tren con destino al puerto de Veracruz; para disfrazar su exilio se dijo que el ex secretario viajaba como representante del gobierno de México al Congreso Científico en Gante, Bélgica.

Mondragón fue acompañado por un grupo numeroso de altos funcionarios, incluido el propio presidente de la República. Entre otros figuraban: Aureliano Urrutia, Rodolfo Reyes, David de la Fuente, Alberto Robles Gil, Rafael Vázquez, Carlos Pereyra, Rafael Martínez Carrillo, Joaquín Pita, Félix Díaz, Nemesio García Naranjo, José Bonales Sandoval, José María Lozano, Enrique Fernández Castelló, Abraham Z. Ratner, Cecilio Ocón, Julio E. Morales, Íñigo Noriega, Adalberto Camarena, Manuel Cuesta, y otros más.35

Pocos minutos antes de la salida del tren, Victoriano Huerta subió al estribo del carro y abrazó a Mondragón deseándole un feliz viaje. Huerta le dijo: "Mi general, todo por el bienestar de la Patria", a lo que Mondragón contestó: "Sí señor, todo por el país". El ferrocarril salió a la hora fijada rumbo a Veracruz, acompañado por una escolta de 100 soldados del 29º Batallón de Infantería. Aurelio Blanquet no estuvo presente en la despedida, pero envió a su representante, el jefe de su Estado Mayor, el coronel Agustín Bretón, quien le manifestó sus fervientes deseos de que muy pronto volviera al país.36 Antimaco Sax habla de una escolta de 50 hombres al mando del coronel Calderón de la Barca.37

La caída de Durango

El 17 de junio de 1913 fue el día elegido por los revolucionarios encabezados por Tomás Urbina, Domingo Arrieta, Calixto Contreras, Orestes y Gabriel Pereyra, entre otros, para la toma de la ciudad de Durango. La citada plaza estaba bajo el resguardo del general Antonio M. Escudero.38De acuerdo con el brigadier Ignacio Morelos Zaragoza, la guarnición de la capital estaba integrada por 1 000 elementos del ejército federal, 500 rurales y poli cías, y más de 700 voluntarios de la Defensa Social, lo que hacía un total de 2 200 elementos perfectamente armados y disciplinados.39

Ante los temores del anunciado ataque, con suma antelación Escudero fortificó la plaza. La embestida se inició entrada la noche, y conforme pasaron las horas la balanza empezó a inclinarse a favor de los rebeldes, quienes por diversos flancos entraron a la plaza. El pánico se apoderó de la población y la estampida no se hizo esperar. La facilidad con que los rebeldes penetraron en la ciudad hizo sospechar lo evidente: la colaboración de la población con los atacantes. En otras palabras, que como sucedía en diversas plazas, los
federales estaban metidos en una ratonera.40

Al mediodía del 18 de junio las autoridades civiles y militares de la ciudad se comunicaron con Tomás Urbina para solicitarle la suspensión de las hostilidades, lo cual fue aceptado. En forma intempestiva el general Escudero concentró a casi todos los contingentes de caballería, infantería y algunos auxiliares de la Defensa Social y emprendió la huida.

En su fuga, su columna se topó con las fuerzas de Orestes y Gabriel Pereyra, y tras algunas escaramuzas escapó. Pero en su conducta hubo algo realmente criminal: según algunas versiones, huyó con el grueso de sus tropas, pero abandonó a los voluntarios organizados en las Defensas Sociales, e incluso a algunos federales. Cuando estos últimos se dieron cuenta de su marcha, enarbolaron la bandera blanca en señal de rendición. Hacia las cinco de la tarde los contingentes revolucionarios entraron a la ciudad, donde fueron vitoreados por la población.41

El País puso el siguiente texto en su encabezado: "¡¡Dos mil doscientos federales derrotados por tres mil bandidos!!" Sea lo que fuera, para Huerta representó un gran golpe, ya que solía presumir que la plaza estaba bien defendida y los rebeldes jamás la tomarían. A juicio del citado diario, jamás imaginó que una horda de 4 000 bandidos, de los cuales únicamente 3 000 estaban armados, derrotase a 2 200 federales bien armados y pertrechados. Pero finalmente, ¿qué pasó con Antonio M. Escudero? Sin tapujos El País despotricó contra el citado general. En su encabezado del 4 de julio se leía: "El Gral. Escudero comparecerá ante un Consejo de Guerra". Agregó que sería sometido a proceso militar por montar una pésima logística, no resistir los embates del enemigo como lo marcaba la Ordenanza Militar, y al decir de innumerables vecinos, huir de la ciudad olvidando que su obligación era derrotar al enemigo, e incluso morir en la raya.42

Como los cargos eran de tal peso, la Secretaría de Guerra ordenó al general Ignacio Bravo, jefe militar de la Zona del Nazas, que capturara a Escudero y lo enviara a la capital de la República.43 Pero el ajuste de cuentas no sólo fue contra Escudero, sino también contra el general Luis G. Anaya. Como medida inicial, a este último se le quitó el mando del Primer Regimiento de Caballería y su lugar fue ocupado por Adolfo M. Priani.44 Aunque se dejaba abierta la posibilidad de que Anaya fuera inocente, la determinación de la Secretaría de Guerra y Marina era proceder en forma ejemplar contra los militares que huían ante cualquier embate del enemigo dejando abandonados a sus subalternos y desprotegida la población. Finalmente se dijo que "el gobierno no estaba dispuesto a consentir hechos como los registrados en Durango", que tantos estragos causaban en el ánimo del público.45

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