miércoles, 15 de septiembre de 2010

GENERALES "CON SOBRADO ESPÍRITU MILITAR" 4

Las cosas llegaron a tal grado que el 2 de noviembre Villa se apareció por Ciudad Camargo y osó dirigirle una nota a Mercado pidiéndole la rendición de la ciudad de Chihuahua. Como Mercado aún tenía cierta dignidad y vergüenza, respondió en forma negativa. Para no variar, tampoco tomó la iniciativa para quitarse de encima la presión de Villa. En vista de ello el asedio continuó hasta el 9 del mismo mes, cuando los villistas se retiraron rumbo a la estación Terrazas del ferrocarril.61 Pero su retirada no indicaba una derrota, sino un cambio de estrategia que marcaría la debacle de la División del Norte.

En medio de una tensa calma, a mediados de noviembre ocurrió algo inesperado. En el trayecto a Ciudad Juárez, entre las estaciones de Cruz y Terrazas, los villistas interceptaron un tren de la línea del Ferrocarril Central. Villa, Maclovio Herrera y Juan N. Medina vaciaron el tren y embarcaron sus tropas.

En forma súbita, a eso de las dos de la mañana, el tren entró a Ciudad Juárez. Cuando todos creían que se trataba de las fuerzas gubernamentales al mando de José Inés Salazar, Francisco Villa y sus secuaces bajaron del tren. Eran entre 2 000 y 2 500 hombres que fueron distribuidos por distintos rumbos de la ciudad. Ante ello nada pudo hacer la guarnición federal y la rendición de la plaza fue inmediata. Los villistas se apoderaron del armamento, capturaron a los jefes y oficiales y los fusilaron, excepto al jefe de las Armas, general Francisco Castro, quien desapareció. Luego se supo que para salvar su vida había cruzado al lado estadounidense, junto con otros 300 soldados.62

Después de ello los rebeldes saquearon las casas de juego para apoderarse de sus fondos e incendiaron algunos locales. La jefatura política, la cárcel pública, las garitas de la avenida Juárez y la avenida Lerdo quedaron en sus manos. Por el rumbo del cuartel sólo hubo una débil respuesta de las fuerzas leales al gobierno.63

Al enterarse de que Villa había interceptado el tren y penetrado en Ciudad Juárez, Mercado mandó a José Inés Salazar, Marcelo Caraveo, Antonio Rojas y Blas Orpinel con un total de 5 000 hombres provistos de ocho cañones y diez ametralladoras para recuperar la plaza.

El 24 de noviembre se dieron los primeros enfrentamientos en Tierra Blanca, y al día siguiente Villa destrozó las fuerzas federales. Un cabizbajo Marcelo Caraveo recogió a los heridos, reunió a los elementos dispersos y se alejó del lugar de la tragedia. En su informe oficial dirigido a la Secretaría de Guerra y Marina, Salvador R. Mercado adujo que durante el ataque los rebeldes recibieron el apoyo de Felipe Ángeles, entre cuyas filas figuraban varios filibusteros de EU.64

La llegada precipitada de las tropas federales derrotadas en Tierra Blanca a la ciudad de Chihuahua acabó con la moral de la División del Norte. Todos sabían que la capital del estado era la última plaza de importancia y que Villa no tardaría en atacarla. Pero en lugar de diseñar la estrategia adecuada para defender la plaza, como reza cualquier manual militar, y enfrentarse al Centauro del Norte, Salvador R. Mercado adoptó una postura inesperada.

Como era obvio que estaba aterrorizado, anunció su intención de abandonar la plaza y trasladarse a la población fronteriza de Ojinaga. Como razón adujo que sus tropas no querían combatir porque no les había pagado sus haberes, sin contar con que su moral estaba por los suelos. Un factor adicional complicó el panorama: aseguró que ante el avance de la revolución, tanto soldados como civiles estaban cambiando de bando, se estaban volviendo carrancistas.65

El solo anunció de la evacuación de la ciudad de Chihuahua causó pésima impresión entre la población civil, particularmente entre los comerciantes, quienes suplicaron a Mercado que desistiera de sus propósitos por las fatales consecuencias que acarrearían.
Al observar que se mostraba inmutable en su decisión le ofrecieron 3 millones de pesos, una parte en metálico y otra en mercancías, con el fin de que permaneciera allí. A sus ruegos se unieron los de algunos militares, quienes le advirtieron que se trataba de una decisión que podría ser calificada de indecorosa.

Reiteraron que su obligación era batirse contra el enemigo, y sólo si resultaban vencidos sería pertinente la evacuación de la plaza. Pero Mercado puso oídos sordos a tales peticiones y dispuso el embarque de sus tropas en los trenes disponibles en la estación del Ferrocarril Noroeste de México.

En la madrugada del 30 de noviembre salieron de Chihuahua los citados trenes con la artillería, la infantería y otras corporaciones. Descontentos con la disposición de Mercado, varios grupos de soldados "irregulares" se desprendieron de su columna y se internaron en la sierra para batirse contra los revolucionarios. Propagaron a los cuatro vientos que su lealtad estaba con el gobierno de Huerta, y que no estaban dispuestos a secundar lo que les parecía una fuga vulgar. En el trayecto a Ojinaga, Mercado ordenó explotar cajas de cartuchos, incendiar cajas de paño, monturas para los caballos, armas, e incluso los convoyes.

El día 8 de diciembre la columna de Marcelo Caraveo y José Inés Salazar ingresó al pueblo de Ojinaga, Pascual Orozco entró un día después, y Salvador R. Mercado el 13 de diciembre. Aquí estableció éste su gobierno provisional.

Y como era previsible, desde distintos puntos de la entidad las fuerzas villistas se acercaron a Ojinaga para acabar con el último bastión del huertismo; por ende la suerte de Mercado estaba echada. En la segunda quincena de diciembre el enemigo le puso sitio a Ojinaga. Mercado resistió una andanada de ataques de los cuales los más violentos ocurrieron el 29 y el 30 de diciembre. La lucha se prolongó hasta el 4 de enero de 1914, en que los federales lograron alejar al enemigo.

Es probable que como Mercado sabía que no podía permanecer sitiado en forma indefinida, haya acordado con sus subalternos que al acercarse la hora final el único recurso para salvar la vida consistía en cruzar la frontera e internarse en suelo estadounidense. En los días siguientes reinó una calma aparente, pero el 10 de enero de 1914 todo quedó decidido.

Al frente de entre 2 500 y 3 000 soldados Francisco Villa atacó en forma semicircular la plaza de Ojinaga. Durante el combate numerosos proyectiles cayeron en el lado de EU. Al final de cuentas los rebeldes se introdujeron en Ojinaga, lo cual dio por resultado que Mercado ordenara la evacuación. Los federales cruzaron la frontera en completo desorden.66 Desconcertados, algunos no lograron escapar de Ojinaga, y como consecuencia fueron atrapados y fusilados, aunque a otros se les perdonó la vida a condición de sumarse a la Revolución.

Las patrullas estadounidenses observaban lo que sucedía y detuvieron a los federales que cruzaban el río Bravo en franca estampida. El general Mercado pidió permiso al mayor McNamee para pasar los cañones y las armas pesadas, lo cual fue aceptado con la condición de que quedaran incautados. Mercado adujo que ello era preferible a que cayeran en manos de los villlistas.67 A continuación los federales fueron desarmados y recluidos en un campamento. Pero no todos los federales fueron atrapados por las fuerzas de EU. Al frente de un centenar de hombres Marcelo Caraveo se escabulló y cabalgó por la margen izquierda del río Bravo hasta regresar a suelo mexicano, internándose en Coahuila. Pascual Orozco, Antonio Rojas y otros elementos también escaparon de ser aprehendidos por las autoridades estadounidenses. El primero de ellos se dirigió a Nueva Orleáns, en donde lo recogió un buque enviado por Huerta. Los otros regresaron a México por el rumbo de Piedras Negras.68 Mercado no siguió su ejemplo. Se quedó en el suelo de Estados Unidos.

A la postre los 3 657 integrantes de la División del Norte fueron recluidos en los fuertes de Fort Bliss y Wingate. Ahí permanecieron hasta la caída de Huerta, cuando regresaron a México. Michael C. Meyer asegura que Mercado se pasó al lado estadounidense con aproximadamente 5 000 soldados junto con sus familias.69

Sea lo que fuere, Huerta gestionó la extradición de Salvador R. Mercado para que explicara su decisión de sacar las tropas no sólo de Chihuahua, sino de suelo mexicano. 70 Como el gobierno de EU jamás reconoció al de Huerta, sus gestiones no fueron atendidas. Pero desde el otro lado de la frontera Mercado se envalentonó y le echó la culpa del fracaso militar a Pascual Orozco, a José Inés Salazar y a Antonio Rojas. Los acusó de cobardía, insubordinación, intriga, saqueo y robo. Él se consideró libre de culpa.71

Rebelión en la marina

Como las desgracias no vienen solas, en la zona marítima cubierta por la División del Yaqui ocurrió un suceso inesperado. Se trató de un grave resquebrajamiento entre las fuerzas navales, cuyo artífice fue el oficial Hilario Rodríguez Malpica asignado al cañonero Tampico.

Enterado de que en los primeros días de 1914 Estados Unidos levantó el embargo de armas,72 de la debacle de la División del Norte, y de la virtual paralización de la División del Yaqui, Hilario Rodríguez Malpica calculó que el curso de los acontecimientos favorecía a los constitucionalistas y decidió unir su suerte a la de ellos. Sabía que Carranza había recibido con los brazos abiertos a Felipe Ángeles, y calculó que lo mismo sucedería con él. Junto con otros marineros, el 22 de febrero de 1914 se apoderó del cañonero Tampico.

A continuación los oficiales y marineros encendieron las calderas, tendieron las velas, soltaron las amarras y se hicieron a la mar. Su mira inicial era rodear Cabo Haro y entrar a Guaymas para atacar al cañonero Guerrero. Acorde a sus planes, el Tampico enfiló hacia Guaymas, pero el fuerte oleaje hizo pedazos una paleta del timón y el barco quedó al garete. Durante la noche y el día siguiente el tiempo les fue adverso al grado que el vigía se tuvo que amarrar con sogas al palo mayor para evitar caer al mar.

Al pasar por la bahía de Topolobampo los sublevados avistaron al barco mercante Herrerías justo cuando salía del puerto. Agustín V. Rabatet propuso disparar sobre dicha embarcación, pero Rodríguez Malpica se opuso. A su juicio era preferible capturarlo, apresar a su capitán y sumar a la marinería a su movimiento. Acorde con este plan se acercaron al Herrerías y entablaron diálogo con los tripulantes. Ganada la confianza, los emisarios de Rodríguez Malpica se trasladaron al citado barco y apresaron al capitán. Como no hubo forma de resistirse, la orden fue obedecida. Además de decomisar las provisiones del Herrerías, le quitaron el carbón. Rabatet sugirió artillarlo y utilizarlo en la campaña contra el gobierno federal, pero su idea fue descartada.


Al anclar el Tampico en la citada bahía, Rodríguez Malpica comisionó al oficial Fernan do Palacios y a Agustín Hass para que bajaran a tierra y buscaran al gobernador carrancista Felipe Riveros. El objetivo era comunicarle su adhesión a la Revolución. A raíz de ello, el 24 de febrero el Primer Jefe fue informado de que el cañonero Tampico se había puesto de su lado. El acta de adhesión reza así:


A bordo del cañonero "Tampico" surto en
la bahía de Topolobampo, Estado de Sonora, a los veintiséis días del mes de febrero de
1914, reunidos en la cámara del Comandante
los ciudadanos Coronel Eduardo
Hay, Jefe del Estado Mayor del Gral., Jefe
de la Brigada que opera en el Estado de Sinaloa,
Ramón F. Iturbe; el Mayor Federico Schmidt, representante del Gobernador
Constitucionalista del mismo Estrado,
Felipe Riveros; Mayor Pablo Quiroga, de la
columna expedicionaria de Sonora; los
miembros del Estado Mayor del Gral. de la
Brigada Ramón F. Iturbe, Mayor Mauricio
Contreras A., Capitán Primero Manuel
Mancera y Capitán Segundo Francisco
Triva; el Capitán de Navío, Hilario Rodríguez
Malpica y los Oficiales del citado
Buque, Agustín V. Rabatet y Jefe de la
máquina, Mayor Luis Morfin, procedieron
a levantar la presente acta motivada
por la incondicional entrega que del cañonero
"Tampico" y tripulación hace el citado
Capitán Rodríguez Malpica al Primer Jefe
del Ejército Constitucionalista, señor Venustiano
Carranza, por conducto del citado
Coronel Eduardo Hay, debiéndose
esta entrega a que todos los miembros de
la tripulación del expresado Buque, comprendiendo
que la salvación de la Patria
depende del triunfo del movimiento
Constitucionalista, han declarado ponerse
a sus órdenes. 73


De inmediato, por bando especial dictado desde Nogales, Sonora, el 27 de febrero, Carranza decretó ascensos a los flamantes marinos revolucionarios. Hilario Rodríguez Malpica Jr. fue ascendido a capitán de navío y comandante del Tampico; Fernando Palacios a capitán de fragata y segundo comandante; Agustín J. Hass, subteniente de marina; Luis Morfín, teniente mayor y jefe de máquinas; Manuel Márquez, primer maquinista de primera; Agustín Rabatet, pagador de primera; Gabino Mellado, Florencio Araujo, Porfirio González y Filiberto Vila, terceros maquinistas; Fernando del Campo, subteniente de marina; Francisco Hernández, oficial mayor de primera; Melesio Terán, primer maestre de armas.74

Si bien la rebelión del Tampico no cundió entre los cañoneros Guerrero y Morelos, ni tampoco entre las fuerzas militares que operaban en tierra, la División del Yaqui quedó bastante maltrecha. En los días siguientes Pedro Ojeda y Joaquín Téllez tuvieron que hacer verdaderos malabarismos para evitar que tropas adicionales se salieran de su control. Romper el cerco militar que les impuso el enemigo pasó a segundo lugar. De cualquier forma, Pedro Ojeda envió a los cañoneros Guerrero y Morelos a perseguir al Tampico y hundirlo, tarea que continuó su sucesor. A la postre el Morelos fue hundido, lo mismo que el Tampico. Al ocurrir esto último Hilario Rodríguez Malpica se suicidó. Al igual que Felipe Ángeles, pasó a formar parte del panteón de los héroes de la Revolución mexicana.

Como Huerta no perdió las esperanzas de que la División Yaqui se recuperara, introdujo cambios en los altos mandos. A mediados de marzo de 1914 removió a Pedro Ojeda y puso en su lugar a Joaquín Téllez. Este general llegó a Guaymas por mar, acompañado de tropas adicionales para reforzar a la División, con instrucciones precisas de batir a sus sitiadores. Pero carente de empuje, la actividad bélica de la División quedó reducida al mínimo y enfocada a efectuar operaciones sin importancia. Téllez se limitó a administrar la inercia, la indiferencia, el statu quo.

Pasaron los días, y en lugar de tomar la ofensiva, hubo una mayor pasividad. En su descargo argumentó que la inercia se debió a que la Secretaría de Guerra y Marina no le enviaba de manera regular los haberes de las tropas. Por cierto, según sus detractores, Joaquín Téllez no tardó en casarse con una hermana de Adolfo de la Huerta en el mismo puerto de Guaymas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario